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La Oliva pide reconstruir los molinos desaparecidos para rescatar su historia

En el Camino de La Ermita había una hilera de molinos, el de Rafael Cantero, el del Cerco y el de Méndez, otro de madera en el Morro, y en la montañeta los de Fajardo y Calero

Itziar Fernández 0 COMENTARIOS 21/11/2024 - 07:31

Desde hace siglos los majoreros han aprovechado la fuerza del viento y no es extraño descubrir un molino en sus paisajes. Según un catálogo insular existen unos mil molinos repartidos por toda Fuerteventura. Para extraer agua o para moler grano, los molinos y molinas de la Isla fueron un elemento clave en la vida de sus habitantes y convirtieron a Fuerteventura en el granero de Canarias. Recuperar la historia se ha convertido en una prioridad para la Plataforma de Vecinos La Oliva Casco. Su portavoz, Pedro Carreño Fuentes, recuerda que este núcleo destacó en los últimos siglos por su próspero sector primario. Un ejemplo son las palabras de Viera y Clavijo: “La Oliva es un pueblo sentado sobre un llano fértil”. O las de Olivia Stone: “La Oliva es un llano y el llano es La Oliva”.

El portavoz del colectivo vecinal describe que “La Oliva es un lindo paisaje rural, fruto de nuestra historia, rodeado de montañas sagradas y de topónimos de hermosa sonoridad, un paisaje esencial sobre una llanura de tierra y de cielo”. Además, subraya que “La Oliva, entre sus ruinas y su incomprensible y olvidado legado patrimonial, esconde un pasado cerealista extraordinario”, con tahonas, molinos o molinas. En 1599 se creó el Pósito en Fuerteventura, un sistema comunitario que intentaba paliar la escasez de grano. La cilla era una edificación en la que se almacenaban las cosechas de la iglesia y el grano recogido por los agricultores en concepto de diezmos, rentas que el obispado canariense recibía de los majoreros, y cientos de pajeros.

“¿Qué tiene Fuerteventura que su rica historia no enamora a los majoreros?”, se pregunta Carreño. “Lo malo es que tampoco hay atisbo de cambio, que deje entrever un cuidado de nuestro patrimonio y de nuestro legado”, lamenta este sabio de las tradiciones de la Isla. Desde el siglo XVII, en La Oliva se recogían miles de fanegas de trigo, en una ruta repleta de trasiego de camellos hasta el puerto del Tostón, en El Cotillo.

Carreño resume que antiguamente se usaba el molino de mano, que era muy costoso y con la conquista se habilitó el molino de agua a la realidad de Fuerteventura, al incorporar el camello, que tiraba de toda la maquinaria. “La tahona es todo un compendio cultural, se usaban determinadas maderas para poner en funcionamiento un mecanismo sencillo, armonioso y repleto de vida”, define el historiador. La familia que tenía un molino era rica y generosa porque proporcionaba sustento para el vecindario que rodeaba a este triturador. Eran un patrimonio admirado, casi mágico y repleto de vida.

El histórico Camino de La Ermita, entre el cementerio de La Oliva y El Cotillo, reunió tres molinos, el de Rafael Cantero, el Molino del Cerco y el de Méndez. A la derecha, la Molina de Padilla, en el Morro se conoció un molino de madera y en la montañeta resisten dos representaciones de estos hermosos giratorios. Todos tenían una planta circular, dos o tres alturas y cuatro o seis aspas que son movidas por el viento. En la planta baja estaban las muelas que trituran el grano. Las plantas superiores servían para guardar el grano y el gofio.

Pedro Carreño: “Conforman la identidad y progreso de este pueblo”

El Molino de Rafael Cantero data del siglo XVIII, tuvo la particularidad de tener seis aspas y un pequeño corral. Pertenecían a las familias, se vendían y es el que actualmente se encuentra fuera del albergue de Tefía. Los molinos se llevaban de un sitio a otro. El molinero Rafael Cantero fue muy famoso, eran personajes importantes para la sociedad de la época. En su caso, recibió muchas coplas y trascendió que durante su labor, en un accidente perdió media mano, que se curó él mismo con plantas medicinales. A principios del siglo XX, este molino se vendió y por eso se halla en la actualidad en Tefía. Se desmontaba y los camellos cargaban y trasladaban cada piedra, dinteles, escalones y todo el mecanismo. Existen fotos antiguas de esta edificación en La Oliva.

“Otra historia muy interesante también de principios del siglo XX”, cuenta Carreño, “es la del Molino de Méndez, que tenía como molinero a Bartolo”. Conocido por su debilidad al empinar el codo, no había viento y se le había acumulado el grano. Llevaba dos o tres días de fiesta, junto a la iglesia había cantinas, y repentinamente se levantó un viento fuerte del este. “Bartolo corrió y aprovechó para moler, pero iba demasiado deprisa, se pegó fuego y desapareció”. De él apenas se conservan fotografías.

El Molino del Cerco tuvo un final distinto, porque su dueño lo vendió a un vecino de Tuineje. Con respecto a la Molina de Padilla, su hija fue una poetisa muy querida, Agustina Padilla, y le dedicó un bonito poema que se conserva en la actualidad. Esta molina histórica tuvo unas características singulares: tenía una habitación en la base, con toda la estructura de madera para sostener todo el engranaje tradicional de las molinas. Su padre la vendió a un vecino de Los Lajares para colocarlo en su llano, pero el hombre falleció y nunca se llegó a levantar. “Se trasladó todo el mecanismo y material, pero permaneció durante años en el suelo y al final recayó en manos de Agustín González. En 1970 su hijo retiró todos los restos y no se supo nada más de ella”, rememora Carreño. También se conservan imágenes antiguas.

Otro molino extraordinario, de madera, que estaba en el Morro, desapareció sin dejar rastro. “Muchos dejan su actividad cuando aparecen los motores para moler gofio, en el siglo XX”. El de Alejandro Fajardo es uno de los dos molinos que está en pie en la actualidad y esconde una historia curiosa, porque es el Molino del Cerco que se vendió a un vecino de Tuineje. El historiador afirma que en el sur funcionó 50 o 60 años y en el siglo XX regresó a La Oliva y se reconstruyó en la montañeta. “Realmente se trasladaba todo el engranaje, la madera y la piedra de sillería, tallada y de gran valor para rehacer la parte alta redonda”, comenta. “Era una familia muy conocida, recuperó este patrimonio y lo puso en funcionamiento”, desvela.

Finalmente el Molino de Calero, es el segundo que se conserva en la actualidad, junto al anterior, en la montañeta. Aunque no se sabe con certeza, puede ser el más antiguo de todos. Estuvo muy deteriorado hasta que lo compró el Cabildo y lo restauró. “Era una de las familias adineradas de La Oliva, ilustrada, que vivía de la agricultura y tenía una de las rosas más bonitas de todo el valle, una finca cuidada, que destacó por su riqueza y elegancia”, describe Carreño.

Molino de Rafael Cantero.

Reconciliación

Los molinos comenzaron a proliferar en otros puntos de la Isla, recuerda el historiador, pero “desde el principio las familias de Betancuria comprobaron el futuro económico tan prometedor que tenía La Oliva, gracias a su suelo fértil para el cultivo de una gran variedad de plantaciones, grano, flores y semillas”, que derivó en todo ese patrimonio arquitectónico tan interesante en el pueblo.

“No se le da el valor que tienen y no se destina presupuesto para recuperarlos”

“Este pago fue un referente y se merece como se ha hecho en otros lugares de España reconstruir réplicas de estos deseados gigantes desaparecidos, que encierran leyendas y resultan tan atractivos en la actualidad”, expresa Carreño. Además, considera que es una propuesta “muy deseable, poco costosa y bastante sencilla para los técnicos”, insiste Pedro. “Pero no se le da el valor que tienen y no se destina presupuesto para recuperar el patrimonio, la cultura, la historia cerealista de La Oliva”, lamenta.

Finalmente, argumenta que estas estructuras son un tesoro en un pueblo porque “conforman su identidad, son fruto de la cultura popular, vestigios de una memoria olvidada”. En opinión del historiador: “Levantar estas pequeñas edificaciones es esencial para reconciliarnos con nuestro pasado porque fueron los mecanismos del esplendor, de la alimentación de la sociedad y contribuyeron al progreso de Fuerteventura”.

Molina de Padilla.

Oh, molina de mi padre

Agustina Padilla escribió este poema a su querida molina: ¡Oh Molina de mi Padre, que has pasado hacia el recuerdo! ¡Yo te ofrendo en tu caída, mis lágrimas y mis versos! Molina de los Padilla, a tu llano ya le falta su vigía, tu veleta en figura de paloma, ya no gira. Ya te tienen en el suelo, sin movimiento, sin vida. ¡Quién dijera!, compañera de mi infancia, como Jesucristo a Lázaro: ¡Levántate, anda, camina! Voltea tu cruz de Malta, bajo el cielo de mi Oliva, vuelve a ser para la ciega, el lazarillo, la guía; que ahora sin rumbo, la pobre, en tu llano se extravía.

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