Felipa Valdivia y su legado familiar
Esta ganadera, recientemente reconocida como Mujer Rural del año, fue la precursora de una saga de mujeres dedicadas a la elaboración de uno de los mejores quesos de la Isla
Felipa Valdivia Jiménez supo desde muy pequeña el sacrificio que suponía dedicarse a la ganadería y que ahora le ha valido un reconocimiento a su carrera con el nombramiento de Mujer Rural del año. Sus padres residían en la zona de La Caldereta y alternaban el cuidado de animales con la pesca y el campo. La producción quesera también la aprendió de joven. Era el sustento en época de escasez, aprovechaban la primavera para su elaboración y lo dejaban curar cuando las cabras no daban leche a la espera de que parieran sus crías. Queso y gofio era la alimentación principal de la familia.
Con la puesta en marcha de la quesería La Montañeta, Felipa y su marido Juan Manuel no sólo fundaron una empresa, sino un legado familiar que ahora regentan sus hijas y a la que también se ha incorporado una tercera generación de mujeres ganaderas con su nieta. Hace ya 36 años que la quesería está en marcha. Comenzó con unas pocas cabras de su suegro y ahora cuentan con una cabaña de 1.600.
Conoció a su marido en una verbena de fin de año en el salón de Santiago con 15 años, aunque no volvieron a verse hasta que coincidieron en la fábrica de sardinas y tras un noviazgo de seis meses se casaron. Contaba con 18 años de edad. En aquella época pensaba que si por fin podía salir de su casa y crear la suya propia iba a trabajar menos, pero la realidad fue bien distinta. Tuvo que hacer frente al cuidado de una familia y del ganado con una empresa en ciernes y además trabajar fuera de casa para poder llegar a fin de mes. “Fueron unos comienzos muy duros”, recuerda.
Las primeras cabras vivían en el corral de la casa que tenían cerca de la iglesia y que tenían que ordeñar a mano para elaborar “un pizco” de queso. Salía a trabajar para poder seguir manteniendo a la familia a pesar de que pusieron todo su empeño en el desarrollo de la quesería. Su día a día era madrugar, ordeñar las cabras, levantar a los niños para darles de desayunar y llevarlos al colegio y trabajar.
Todo este duro trabajo ha dado sus frutos, no sólo por ser reconocida como una valiente y trabajadora mujer rural, sino porque ha levantado una empresa familiar. “Lo que más me llena es que mis hijas estén aquí llevando algo que hemos levantado con tanta penuria”, comenta Felipa, que ahora deja el trabajo fuerte para sus descendientes y empleados aunque echa una mano con las cabras y las labores de administración.
Muestra su orgullo cuando habla del logro de sus hijas, que a pesar de contar con otras opciones laborales decidieron coger el testigo de la quesería. “Fue una alegría muy grande cuando mi hija mayor Saray me dijo que quería trabajar aquí”. Tenía decidido que al cumplir los 50 quitaría la ganadería, tras el desgaste que tanto su marido como ella habían sufrido durante tantos años dedicados al campo, pero cuál fue su sorpresa cuando al proyecto se sumó su otra hija Elizabeth y posteriormente incorporó personal externo a la plantilla.
Curiosamente, ahora es su nieta mayor la que le comenta su interés por quedarse con la quesería, con tan sólo 19 años. “Desde pequeña ya decía que se quedaría con las cabras”, comenta una orgullosa abuela.
Sobre el reconocimiento del Gobierno de Canarias a su trayectoria como mujer rural, Felipa recuerda que fue un poco estresante. En una semana tuvo que atender a todos los medios de comunicación, prepararse para el acto y finalmente intervenir en una ceremonia, que disfrutó muy emocionada, pero que por su carácter tímido le supuso un importante reto. “Todo fue muy bien hasta que me tocó hablar ante todo ese auditorio lleno de gente, el escenario se me hizo un mundo, me quedé hasta sin respiración, pero fue muy emotivo ver los vídeos”, comenta.
Felipa es un referente para todas esas mujeres que llevan toda la vida dedicadas al campo, pero que se han mantenido detrás de la figura masculina. En su casa veía cómo al llegar la noche los hombres disfrutaban de las enseñanzas de su padre del folclore canario, mientras las mujeres se tenían que dedicar a coser a la luz de una vela, a pesar de haber compartido con ellos una dura jornada en el campo y realizar las tareas domésticas. “Desde que nos salían los dientes estamos metidas en el campo”.
Como madre no quería esta vida de sacrificio para sus hijos, pero comenta que por su trabajo era su hija mayor, Saray, la que tenía que hacerse cargo de sus hermanos, Elizabeth y Juan Francisco. También recuerda que le gustaba acudir a la granja y echar una mano con los animales. Ese carácter responsable se ve reflejado también hoy, comenta su madre, que la ve faenar en ocasiones hasta la noche, con tal de acabar el trabajo de la jornada y no dejar nada para el día siguiente.
Comentarios
1 Txingurri Sáb, 22/12/2018 - 15:45
2 Majorero Sáb, 22/12/2018 - 18:13
3 Txingurri Dom, 23/12/2018 - 13:07
4 Tesejerague Mar, 25/12/2018 - 09:28
5 Txingurri Mié, 26/12/2018 - 15:07
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