El capricho de Elena
Elena vive con pasión la elaboración de su repostería artesanal en la que conjuga la tradición de su Uruguay natal con los productos majoreros
María Elena Bouzos Mayor cambió su Uruguay natal y la dedicación plena a la agricultura en sus 21 hectáreas de finca por un obrador en el Valle de Santa Inés de Fuerteventura. La tradición le viene de familia. Con un padre panadero parecía predestinada a dedicarse a esa labor, sin embargo, fue la crisis en el sector agrícola en un país donde cada vez se abarataron más los precios de la fruta la que la trajo junto a su familia hasta Fuerteventura hace más de una década.
La situación a la que se vio sometida una vez en la Isla la empujó a dedicarse a la confección de panes y dulces, después de intentar rehuir de ese oficio, no en vano, había visto durante toda su vida a su padre trabajar por las noches. Lo que en un principio descartaba, ahora se ha convertido en su pasión.
Afortunadamente, la herencia genética y el destino han permitido que los clientes de los mercados de la Biosfera en Puerto del Rosario y del mercado agroartesanal de Oasis Park puedan disfrutar de sus dulces productos cada fin de semana. Cuenta que una vez en la Isla, tras realizar un curso sobre lo que siempre había trabajado, es decir, agricultura y poda, no acababa de encontrar empleo y tampoco contaba con subsidio alguno.
“Sin embargo había que pagar el alquiler y las facturas y no podía permitirme el lujo de no trabajar. Y aunque al principio no me hacía mucha gracia dedicarme a la panadería, una compañera me propuso montar el obrador y hasta hoy. Curiosamente le puse Capricho Majorero a mi empresa, porque gracias a dios no comemos hoy día por hambre, sino que son caprichos”, señala.
Ingredientes majoreros
De padre gallego y madre canaria, que le acompañó hasta hace dos años a varias ferias donde estuvo presente con su producción, ha optado por conjugar la gastronomía local con la uruguaya. Aunque asegura que elabora sus productos con harina base común “nada especial”, que adquiere en los supermercados conocidos, el resto de ingredientes que emplea son mayoritariamente majoreros y del resto de las Islas.
El dulce de leche es de Valsequillo, con el que “quiso innovar”. Hornea queques con yogur de cabra de una compañera, de la que asegura surge un producto con una textura fantástica. También gusta de combinar las recetas tradicionales de su tierra con los productos de la zona. Así, realiza el tradicional polvito uruguayo con fresas de Fuerteventura, solo cuando están de temporada, por el color que le aportan, y alfajores de gofio. A lo que añade los riquísimos cruasanes de queso de cabra o el pan con matalahúva. “Porque mi idea es que tengan sabores de aquí. Siempre defendiendo lo de aquí”.
También elabora cruasanes con aceitunas y orégano, pan integral, “pero hecho a mano”. Comenta jocosa que ante la mirada sorprendida de los clientes “levanto las manos y digo que esta es amasa y la otra dora”. Gusta además de hornear, lo que define como “las tortas de antes”, recuperando la esencia y añadiendo su particular toque innovador.
De Fuerteventura, donde lleva ya 12 años, dice: “Siento que es mi pueblo de adopción. Y me siguen cuidando, pero tengo Uruguay en mi corazón”. “Me siento agradecida a todos los majoreros porque me acogieron y me sentí integrada en cuanto llegué”.
Dice que su familia “es la ONU”, porque cuenta con toda la que dejó en Uruguay y su hija que reside en República Checa, además de una buena lista de primos cubanos, argentinos y, por supuesto, canarios. “Eso está muy bien por la riqueza gastronómica que supone, aunque no hemos llegado a juntarnos, sí nos pasamos las recetas”. Una tradición gastronómica de su país de origen que recuerda con mucho amor es el día de los gnocchis, que se celebra el 29 de octubre. En el que “se pone dinero bajo el plato y se junta para que nunca falte”.
Amante de los animales, en su hogar se escuchan canarios, pasean los gatos y se observan los peces. “Es un hobby, te hace pensar más claro”. Algo que la alivia de su dedicación a la panadería, y así comenta lo que representa un duro fin de semana laboral, que comienza a las once de la noche el viernes para hornear sus productos y que lleguen con toda su frescura al mercado al día siguiente, proceso que vuelve a repetirse para el mercado artesanal del domingo. “Cuando ya termina el fin de semana, quedo en coma”, comenta.
La confección de esta producción artesanal tan sólo en horario de fin de semana le me da mucha ventaja para atender su situación familiar dado que está al cargo de un hijo con autismo. Siendo una madre con un hijo dependiente se siente con todo el derecho a decir que la Ley de Dependencia “es una vergüenza”. Sigues adelante porque no te queda otra. Cuando salió la nueva normativa tan sólo consiguió que le concedieran la ayuda por un mes. “Es muy difícil”, comenta, pero afortunadamente tiene la colaboración de su pareja del que dice que “es un todoterreno y con 68 años trabaja más que yo”. “Tengo libertad para trabajar, dado que está cerca de mi casa”.
Pero la mayor satisfacción es sentirse realizada con el trabajo y el contacto con la gente. Con su carácter abierto y chisporroteante no es de extrañar que los clientes hagan cola para comprar sus productos. “No importa cómo te encuentres, los clientes tienen que irse con una sonrisa. Pan y bollos vende cualquiera, alguien que viene aquí es por el trato que se le dispensa”, comenta entre risas.
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