Ofrenda musical de Chicago a Cuba
Conocí, o mejor, tuve la fortuna de conocer personalmente a Omara Portuondo en el año 95, en los jardines del hotel Dann Barranquilla, durante la grabación de una entrevista que le hizo el cineasta y profesor universitario Hugo González (D.E.P), para el magacín cultural Frecuencia Intermedia, que emitía el canal regional colombiano Telecaribe. Hugo, a quien reconozco como mi gran maestro en la narrativa televisiva y en la organización de producciones audiovisuales, era el director de ese programa semanal, y yo el productor.
Omara, entonces con poco más de 60 años de edad, ya estaba consagrada como toda una diva habanera del bolero y el son cubano. Una experiencia inolvidable por lo que la artista continúa significando, a sus casi 90 años de edad, para el incalculable valor musical y cultural de la Mayor de las Antillas y el Caribe entero, y por su sencillez a pesar de su enorme grandeza. Recuerdo que Hugo le pidió terminar la entrevista con un canto a capela, y claro, ella encantada, lo hizo, pero con una inesperada propuesta recíproca: que los miembros del equipo de producción la acompañáramos en los coros mientras radiante daba muestras de su habilidad para sonear. Lo hicimos, y así su arte quedó grabado y nuestro ridículo, también.
Omara y cerca de sesenta artistas y personalidades de Cuba, Estados Unidos y Canadá, entre otros países, engalanaron el cartel del soberbio concierto virtual que el pasado 18 y 19 de julio impulsaron desde la ciudad de Chicago, en un hecho y esfuerzo logístico inédito, tres productores estadounidenses de espectáculos de la mano del Instituto Cubano de la Música en apoyo a la campaña por el Premio Nobel de la Paz para el contingente médico cubano Henry Reeve y el cese del bloqueo económico de Estados Unidos contra Cuba. La brigada solidaria de profesionales sanitarios cubanos trabaja por el mundo desde 2005 en asistencia a la población de países afectados por catástrofes naturales y amenazas como el coronavirus.
Por la diferencia horaria con Canarias, la transmisión en directo de las dos jornadas activista – musicales, de tres horas cada una, me pilló muy de madrugada, así que disfruté del concierto en diferido en una de las plataformas virtuales que lo difunde.
Nombres como el de Omara Portuondo, la Orquesta Aragón de Cuba, de la que también tengo especiales recuerdos por dos actuaciones en el Carnaval de Barranquilla, y Los Van Van, me llevaron a pegarme al ordenador a una hora más decente.
Quedé impresionado con la policromía de este concierto que entremezcló música clásica, tradicional y de la vieja escuela con propuestas jazzísticas y populares muy contemporáneas.
En el primer día de concierto descubrí el swing más latino de la Chicago Jazz Philharmonic, fantástica orquesta dirigida artísticamente por Orbert Davis. También descubrí el talento de una docena de jóvenes agrupados en Osain del Monte, solo percusión y voces, chicos que cuentan historias de barrio como la de ‘Cachita la espiritista’, “lo que no sabes tú, no lo sabe nadie”.
Algunos grupos actuaron reunidos, todos sus miembros, en un mismo escenario, mientras que a otros, como la banda Ozomatli, al estar los músicos en distintos lugares, pudimos verlos en multipantalla. No conocía a Ozomatli, y qué agradable sorpresa con su mezcla pegajosa de rock, rap, funky, cumbia y soul. También actuaron en multipantalla, nada menos que con 18 músicos, el pianista y compositor Arturo O’ Faril y la Afro Latin Jazz Orchestra.
Omara Portuondo actuó el primer día de este variopinto encuentro de talentos. Sentada, con su infaltable turbante y vestida de verde esperanza, cantó acompañada de la Orquesta Failde. Dos generaciones en el escenario compenetradas como si se conocieran de toda la vida. Llena de picardía, y a ritmo de guaguancó, a la pregunta del cantante “¿Qué tiene Omara?”, ella contesta sutilmente “Yo tengo, lo que tengo que tener”, y por lo bajini, va y suelta: “La naturaleza no es boba...”. ¡Para qué más!
Del segundo día me gustó la interpretación de Aruán Ortiz, con vetusto piano de cola, “castigando” las negras y blancas en libre improvisación. El rockero y politólogo estadounidense, Tom Morello, también se unió a esta confluencia de culturas sin barreras idiomáticas por la solidaridad.
El Septeto Santiaguero puso el sabor cubano, lo mismo que a su estilo Los Van Van, orquesta ahora dirigida por el baterista Samuel Formell, hijo del legendario Juan Formell. Por su parte, la Orquesta Aragón demostró que a sus 80 años de vida artística, hay 80 razones para seguir charangueando. Alexander Abreu actuó al lado de la banda Havana D’ Primera, enseñando que el sabor no riñe con la reivindicación. Alexander, cantante, trompetista y compositor, apunta en una de sus letras bailables “...cubano sigue pa’ lante que nunca fuimos cobardes...”
Y a cuatro manos, los pianistas cubanos Omar Sosa, desde Barcelona, y Dayramir González, desde Los Ángeles, regalaron su arte “para que la luz nunca se apague”.
Casi imposible citar impresiones sobre todos los artistas, pero además de la reunión de talentos y la finalidad de este macro concierto virtual, que disfruté a tope, es destacable las muestras de admiración y respeto mutuo que se profesan músicos de Cuba y Estados Unidos. La cultura hace lo suyo para intentar normalizar relaciones.
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