Ana Carrasco

Desarraigados

Para ver el mundo en un grano de arena,
Y el Cielo en una flor silvestre,
Abarca el infinito en la palma de tu mano
Y la eternidad en una hora

William Blake

 

De pequeña, meses antes de la llegada del Apolo 11 a la Luna, estuve enferma de la barriga. Al parecer, mi enfermedad dio bastantes quebraderos de cabeza a mis padres porque el doctor Núñez, que visitaba a domicilio, no encontraba solución a mis males. Durante semanas pasé las mañanas sola en mi habitación mientras mi madre se enfrascaba en la labores de la casa. Aquella casa era tan larga y estrecha que entre los dormitorios y la cocina había un cuarto de estar, varias habitaciones y dos patios, uno de ellos una tira con un ficus y azucenas. Para que no me aburriera, mi buena madre me dejaba una radio encendida y, para curarme, una infusión de manzanilla, que permanecía intacta sobre la mesa de noche porque odiaba su sabor. Un día, durante una de esas largas mañanas, oí que de la radio salía una canción cuyo estribillo decía "Anabel (mi nombre familiar) tómate la manzanilla". Era una canción melódica que quedó ahogada por mis gritos de llamada a mi madre ante tan extraño fenómeno. Cuando ella llegó la radio solo emitía su programación habitual.

Me acordé de esta anécdota leyendo un artículo de Juan Arnau sobre la figura del filósofo, matemático y lingüista austriaco Ludwig Wittgenstein. Cuenta Arnau que Wittgenstein en su vida tuvo dos revelaciones, y que una de ellas se produjo durante una enfermedad en la que estuvo solo y abandonado. En ese estado escuchó una voz interior que le decía: "Formas parte del todo y el todo forma parte de ti, no puede ocurrirte nada".

¡Qué diferencia tan colosal con mi insólita vivencia! ¡Qué banal se vuelve ésta y la esotérica emisora de radio cuando la comparo con la transcendental experiencia del filósofo! Revulsiva e inteligente frase la que salió del interior de Wittgenstein. Y suerte que le produjera la impresión de que había algo en él indestructible, siendo ese algo, en palabras de Arnau, "una convicción no lingüística que le llevaría a buscar una y otra vez los límites del lenguaje". Transcribo a Arnau: "Sin conocer las palabras no podemos conocer el significado de la frase, pero el significado de la frase determina a su vez el sentido de las palabras". "Entender algo significa ser capaz de ver cómo el todo se refleja en las partes y las partes en el todo".

Recojo en mi libreta las palabras escuchadas por Ludwig Wittgenstein y me las apropio, las llevo a un terreno que me preocupa: la crisis ecológica y social. Porque mientras no entendamos la Tierra como un todo, en el que nosotros los humanos somos parte de ese todo, y ese todo forma parte de nosotros, no conseguiremos revertir la crisis global que nos embarga. Intentaré explicarme.

Las personas formamos parte de la compleja trama de la vida. Nuestro origen como especie, Homo sapiens, tiene lugar hace unos 200.000 años, pero el género Homo es mucho más antiguo, aparece hace unos 2,5 millones de años. Nuestra evolución es el resultado de un incesante trasiego de genes entre ancestros. Compartimos un 99% de los genes con el chimpancé, y casi un 8% de nuestro genoma corresponde a retrovirus. Somos naturaleza, la constituimos y dependemos de ella: para alimentarnos, respirar y evolucionar. Todos los elementos que usamos en nuestras actividades proceden de la naturaleza, somos tan inherentemente ecodependientes que sin el pigmento de la clorofila, ni existiríamos. Sin embargo, no somos conscientes de ello, nos sentimos ajenos a esa realidad, nos sentimos por encima de la realidad.

Recuerdo que a los seis o siete años escuché una conversación entre mi padre y mi querido tío Luis, en la que se decían que el Hombre procedía del mono. Sufrí tal impacto que me mustié durante horas y horas con un pensamiento obsesivo: ¿Cómo era posible que yo, que pertenecía a la especie más inteligente del planeta, procediera de un animal? Ese sentirme encaramada en la pirámide evolutiva se tambaleó con fuerza, hasta caer sin piedad, transformándose en humillación y conciencia. Hoy sé que la evolución de la vida es producto de la interdependencia y mucho de la cooperación; que la biosfera está totalmente dominada por el mundo microbiano, que nuestras células, eucariotas, tienen su origen en ese mundo y que para entender la Vida debo verla íntegramente porque la vida humana, en palabras del filósofo Glenn Albrecht forma parte de unos patrones y ritmos más grandes.

Si el error ha sido ignorar nuestra dependencia, creernos capaces de controlar la complejidad de la vida, los procesos biofísicos, las múltiples interacciones, si hemos dado un gran salto mortal sin la red de la humildad cayendo de bruces al Antropoceno, no queda otra que levantarnos, cuestionar nuestro estatus, nuestra relación con la naturaleza y volver a reconectar con ella, mejorando la relación con las otras formas de vida, restaurando el sentimiento de pertenencia al todo. De lo contrario, nos convertimos en los desarraigados de este planeta.

Pienso, qué bueno sería para la humanidad, ahora que está enferma, experimentar la revelación de Wittgenstein, la de escuchar esa voz interior que dijera, que nos dijera: "Formas parte del todo y el todo forma parte de ti, no puede ocurrirte nada". Qué bueno sería albergar este pensamiento sistémico y entrar de lleno en la Era geológica que Glenn Albrecht define como Simbioceno dejando atrás la hostilidad hacia la naturaleza y el delirado Antropoceno. Entonces tendríamos futuro como especie.

Existimos luego pienso.

 

* Dibujo: Ernst Haeckel, filósofo y zoólogo alemán, padre de la Ecología.

 

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