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La represión de los homosexuales durante el franquismo en Tefía salta al cómic

“No podemos permitir que un antiguo campo de detención sea hoy un albergue y quede olvidado lo que ocurrió allí”, destaca el autor de 'El Violeta'

Ilustraciones: Marina Cochet.
Eloy Vera 0 COMENTARIOS 16/12/2018 - 06:03

“Cuidando nuestra memoria histórica conseguiremos que no se repitan los errores del pasado”, asegura Juan Sepúlveda, un guionista valenciano que un día decidió contar en viñetas las vejaciones y maltratos a los que sometían a los homosexuales en el campo de concentración de Tefía.

Junto al guionista Antonio Mercero y la ilustradora Marina Cochet acaba de publicar la novela gráfica El Violeta, en la editorial Drakul. El Violeta es la historia de Bruno, un joven homosexual de 18 años, pero también el testimonio del infierno que sufrieron los gais durante el franquismo.

Una noche de 1955, Bruno acude al cine Ruzafa, uno de los lugares clandestinos más importantes de Valencia. Allí cae en una trampa de la policía y le envían a la cárcel por ser homosexual. En prisión le hablan de la Ley de Peligrosidad Social y de Tefía. “En Tefía se comen hasta las cagarrutas. Date con un canto en los dientes…”, le asegura un preso a Bruno después de quejarse por la comida de la cárcel. Tefía es “un campo de concentración para homosexuales en Fuerteventura aunque lo llaman Colonia Penitenciaria Agrícola”, le aclara el compañero.

El Violeta es la historia de la persecución que sufrieron los homosexuales durante el franquismo y la convivencia de las mujeres que se casaron con ellos. Es un relato de fingir lo que no se es, de amores clandestinos bajo la amenaza del miedo, de represiones y apariencias, pero también un documento gráfico de la suerte que corrían los homosexuales que enviaban a la prisión de Tefía.

Desde 1954 hasta 1966 funcionó la prisión de Tefía. Durante 12 años, el centro encerró a alrededor de un centenar de personas condenadas por la Ley de Vagos y Maleantes, aprobada durante la Segunda República para castigar a vagabundos, pordioseros, rufianes, proxenetas y a todo aquel que no pudiera demostrar domicilio fijo, empleo o modo de sustento. En 1954 Franco modificó la ley para incluir a los homosexuales por considerarlos un peligro público. Mientras el dictador los privaba de libertad, en la calle la prensa reaccionaria y la policía los insultaba al grito de “violetas”.

Sepúlveda explica desde su residencia en Canadá que la novela surgió después de descubrir el horror que había sufrido el colectivo LGTB durante el franquismo. “Me impresionaron mucho los testimonios y el desconocimiento que tenemos los jóvenes de mi generación sobre esta época. Que en los planes de estudio de la LOGSE no se incluyera este apartado me pareció alarmante. Y esto me movió a escribir un guión que pudiera recordar este periodo de nuestra historia”, comenta.

El Violeta es una historia a cuatro manos junto al guionista de cine y televisión Antonio Mercero. En ella cuentan la vida de Bruno, que tras pasar por la cárcel de Valencia, acaba obligado por su padre a internarse en una academia de policía como remedio para curar su desviación sexual, envuelto en un matrimonio concertado y participando en redadas policiales contra homosexuales. “Decidí colocar al protagonista en el ojo del huracán y qué mejor lugar que el cuerpo de policía. Allí Bruno es testigo y cómplice de la represión ejercida contra los homosexuales. Verá con sus propios ojos las redadas, la hipocresía de los agentes y el sin sentido de la persecución”, explica Sepúlveda.

La novela también es un reflejo de la desigualdad de las leyes. El autor de la novela gráfica señala que su intención era mostrar “la diferente suerte que corrían los homosexuales de clase baja y media”. Bruno consigue esquivar la cárcel gracias a los contactos de su familia y los medios para costearse una defensa. En cambio a su pareja Julián, de clase social inferior, se le aplicará la ley sin piedad y acabará en el campo de concentración de Tefía picando piedra de sol a sol, bajo un sol que no da descanso y sometido a insultos y golpes.

“Julián quería que representase a los homosexuales más valientes. Los que pelean en todas las batallas contra la intolerancia. Quería contar el precio que pagaron todos aquellos que desafiaron al régimen sin importarles las consecuencias. Gracias a ellos, a los que lucharon en primera línea, existen hoy las leyes de igualdad”, sostiene el autor.

Historia silenciada

Durante mucho tiempo Juan leyó libros en busca de información que le acercara al tema de la homosexualidad durante el franquismo; rastreó archivos, memorias penitenciarias y páginas en internet en busca de testimonios que pusieran luz a una historia silenciada. En concreto, se interesó por los testimonios de Juan Curbelo y Octavio García, dos expresos que antes de morir contaron cómo había sido el infierno que vivieron en Tefía.

Sepúlveda recuerda cómo Curbelo y García fueron condenados a uno y tres años de prisión. Tras una exploración médica, para establecer qué tipo de “pederastas” eran, fueron enviados desde la cárcel de Barranco Seco en Las Palmas hasta Fuerteventura. Allí, los desembarcaron en botes y fueron llevados en furgonetas a Tefía.

En la colonia agrícola les esperaban palos, hambre y un sacerdote que informaba a los juzgados si debían pasar allí uno o tres años para cumplir la condena completa. “Esa era la fórmula del régimen para quitar a los homosexuales el vicio y reconvertirlos en heterosexuales”, denuncia el guionista. “Al mismo tiempo, el Ministerio de Justicia hablaba en las Memorias de Instituciones Penitenciarias de los magníficos progresos que se habían conseguido en la colonia. Era un delirio tras otro”, añade.

Durante la entrevista, Sepúlveda explica que su intención siempre fue la de “escribir una historia de ficción, pero quería escribir una historia universal sobre la persecución y todo el sufrimiento que causó la Ley de Peligrosidad Social”. Y aclara “quería escribir una historia tanto para el lector heterosexual como para el homosexual y que al mismo tiempo fuera emocionante y emotiva”.

El autor de El Violeta partió de una anécdota que le contó Antonio Ruiz, presidente de Ex Presos Sociales para hacer la novela. Él, al igual que Bruno, fue delatado por una monja y encarcelado con 18 años. Bruno también tiene su germen en Las seis caras de un dado, el primer libro de relatos que escribió Sepúlveda. En él hablaba de un joven que se hacía pasar por heterosexual y que no conseguía llevar esa farsa muy lejos. “Me pareció muy interesante la historia de los homosexuales que trataron de encajar en la España de Franco. Sobre todo los que se hicieron pasar por heterosexuales. Las vidas paralelas que llevaron y la infelicidad que esta mentira causó en sus familias”, explica.

Marina Cochet es la tercera pata de El Violeta. Esta ilustradora francesa afincada en España conoció a través de Facebook la oferta de Juan Sepúlveda. El valenciano la eligió para ilustrar su historia y “se lanzaron a la aventura”. Durante dos años estuvo dibujando las historietas que dan vida al cómic.

La imaginación, el surrealismo y el humor que suelen acompañar sus obras se echaron a un lado para conformar unas historietas impregnadas de realismo. El Violeta es su primera incursión profesional en la novela gráfica. Marina explica que en ella “me interesaba plasmar los malos sentimientos de los personajes para que el público se metiese en la historia y viviese los sentimientos desde muy de cerca. Se metan en su piel y empaticen”.

“No había visto ninguna novela gráfica que trate este tema en nuestro país y era bastante necesario hablar de ello”, considera. “La sociedad está dormida en estos asuntos y piensa que como es el pasado eso ya se acabó, pero esa gente, que lo ha pasado tan mal y ha sobrevivido, sigue sufriendo”.

“El albergue de Tefía debería ser un museo sobre la memoria histórica del colectivo LGTB”

Juan Sepúlveda visitó hace algún tiempo Tefía en busca de los barracones del Auschwitz de Fuerteventura. Encontró un albergue y un monolito con una placa donde se reconoce la lucha de aquellas personas que fueron perseguidas, encarceladas y torturadas por su orientación sexual.

El autor de El Violeta cree que “no tiene sentido que sea un albergue”. A su juicio, debería haber un museo, “un espacio de divulgación donde los ciudadanos puedan conocer más sobre las leyes de igualdad y la memoria histórica del colectivo LGTB. No podemos permitir que un antiguo campo de detención sea hoy un albergue y quede olvidado lo que ocurrió allí. Todo lo que se olvida vuelve a ocurrir”.

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