La normatividad, en los ojos de la poesía
‘Lucio Blanca’, de Juli Mesa Martín, explora la construcción de identidad, en un paralelismo con lo animal, lo salvaje
Juli Mesa Martín siente que la literatura le sucede. Aunque la busque, aunque la trabaje, aunque requiera su esfuerzo, sus lecturas y su compromiso técnico, la poesía resultante de sus horas de escritura suele alejarse de ese trabajo hacia un fin para nacerse libre, nacerse saltando fuera del folio, como un animal salvaje que nada quiere saber de planes ni de normas.
Así, libre y sin boceto previo, nació Lucio Blanca, su primer libro de poemas y prosa poética. Lo publica la Fundación Mapfre Guanarteme, junto a Laboratorio de fotografía nocturna de Tayri Muñiz, dentro de la colección Canarias en Letras, que coordina el escritor Félix Hormiga.
Parece haber nacido libre, y habla de libertad. En Lucio Blanca converge una diáspora de ideas habitualmente exiliadas del canon: en una primera capa, la cotidianidad nutre y se presenta como marco básico, laboratorio de imágenes. En el siguiente estrato se esconde la profundidad reflexiva de conceptos que van mucho más allá de las imágenes diarias, que ejercen como hilo conductor; allí se sustenta el significado último de los poemas.
Conectado a una vertiente poética contemporánea, donde convergen abstracción, escritura automática y lo surreal, las formas se colocan al servicio del concepto, y el concepto, al servicio de la reflexión: la gran protagonista del poemario es la comprensión de la normatividad social, lingüística y cultural.
Para ahondar en esta idea, el poemario plantea un paralelismo entre el proceso educacional que se impone a los animales para su adaptación como animales domésticos, mascotas, y el proceso humano de aprendizaje, unido siempre a la aceptación de normas, desde la infancia, de forma natural y sostenida en el tiempo.
Juli explora desde lo cotidiano cómo la normatividad es, por encima de todo, una estructura educativa y cómo la educación recibida confronta la identidad real de la persona con la identidad socialmente aceptada. “Cuando comencé a escribir estos poemas, trabajaba con lo que tenía muy presente: pasear a los perros y aprender a entenderme con ellos. Era una cuestión que me fascinaba: entender por qué se comportaban de determinada manera, qué comunicaban”, explica la autora.
El salto hacia el paralelismo entre educación humana y domesticación animal, concepto que abarca todo el conjunto, llegó a sus manos, cuenta, con las ‘Fiestas’ contenidas en un libro de folclore canario: “Reproducía canciones, adivinanzas, nanas, arrorrós. También había muchos rezados y una sección titulada ‘Fiestas’: se trata de versos, juegos que se hacen antes del habla a los bebés, para enseñarles comunicación básica, como ‘Cinco lobitos’, o jugar con las manos... Una poesía muy bella, muy surrealista”.
De estas fiestas, nació el paralelismo: “Comprendí esa comunicación que pasa por un orden: primero las fiestas, donde ya empiezan a educarnos en cómo nos debemos comportar, para luego pasar a través de juegos más complejos de la palabra a educar al niño, niña o niñe, en las formas de la sociedad”, explica.
Cuenta que comprendió entonces un paralelismo con el sistema para domesticar mascotas, con “juegos, en este caso con comida, para que entiendan ‘esto no se toca’, ‘esto no se muerde’. Ahí surge una parte de entendimiento, pero también una parte de pérdida: ya no son en la misma autenticidad (sería imposible convivir)”.
La conexión entre ambas ideas le llevó al fin último del conjunto: “La escuela, la educación reglada, las estructuras... Nos permiten entendernos socialmente, empatizar o comprender cómo funcionan determinadas fórmulas sociales y al mismo tiempo hay una pérdida: ¿Qué sacrificamos en ese proceso?”.
En esta particular oda a la libertad, Juli recorre distintos caminos, en busca de nexos y segmentos convergentes para las distintas posibilidades de una identidad sacrificada: la orientación sexual e identidad de género, el omnipresente hetero-patriarcado en lo social cultural y político, el dogma de lo correcto y lo difuso, la ternura en lo salvaje, el valor en lo inmaterial.
El paisaje de Lanzarote, como una no-frontera, se cuela por doquier: “Andamos la calle en la noche/ y vemos sin ver la montaña/ montaña es volcán aunque duerma/ las casas pequeñas son blancas/ prendida la luz los salones/ veo desde fuera la noche/ de cosas oscuras que dicen/ y chillan y gimen y gruñen/ y pían y cri cri criri cri crac /hoc fiiiii fiiiiii fiiiiiiii uuuuuh”.
Las ‘fiestas’, versos y juegos de niños en un libro de folclore, claves en el poemario
En esta búsqueda de nexos en la que se cuela lo natural y lo sorpresivo, recorren todo el conjunto pequeños versos en referencia a un personaje principal: “El libro está estructurado a partir de fragmentos de La bruja, canción popular mexicana, también relacionada al juego infantil, que habla de una bruja que chupa niños y los transforma en calabaza (ríe). Una canción muy sardónica, que juega mucho al doble sentido y que, en el fondo, es muy sensual y ataca a esa mujer independiente, considerada ‘devora-hombres’. No es casual que esté ahí”, señala, y explica que la bruja de sus poemas “tiene mucho que ver con esa otredad del cuerpo, tiene que ver también con las personas trans o no binarias, con su fetichización. Con cómo, para la sociedad, somos esa bruja con cola”.
Ya lo dijimos: Juli Mesa Martín siente que la poesía le sucede, aunque la persiga con un molde, aunque la siga con una norma, aunque la vigile con correa. Sucede libre y salta afuera, sin dar aviso: “Yo soy una bruja con barba y cola y crío dos perros/ los perros devienen bruja y yo/ devengo perro. Me matan los bichos/ me pisan las flores”. En una persona libre, ¿cómo podría nacer, si no, un poema?
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