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La majorera María del Castillo, una de las dos primeras maestras que se titularon en Canarias

Se tituló en el curso 1863-1864 en la Escuela Normal de Maestros de La Laguna, con una formación que excluía la Geometría y la Historia Natural en favor de las "Labores propias del sexo" y unas "ligeras nociones de higiene"

EFE 0 COMENTARIOS 03/02/2025 - 09:13

Ignacia Oramas, natural de Tenerife, y María del Castillo Franchi, de Fuerteventura, fueron las primeras maestras que se titularon en Canarias, en el curso 1863-1864 en la Escuela Normal de Maestros de La Laguna, con una formación que excluía la Geometría y la Historia Natural en favor de las "Labores propias del sexo" y unas "ligeras nociones de higiene".

Las primeras maestras tituladas en Canarias lo hicieron en la Escuela Normal de Maestros de La Laguna y en la Escuela Normal de Las Palmas a través de la modalidad de enseñanza libre tras realizar un examen para optar a la titulación, pues ambos centros eran masculinos y no se admitía a las mujeres en la enseñanza oficial.

En la Escuela Normal de Maestros de Las Palmas se titularon las primeras maestras en el curso 1865-1866, dos cursos más tarde que en La Laguna, y se titularon cinco maestras que obtuvieron el título elemental: Juana Alemán, Ana Navarro, María del Carmen Santana, María del Pilar Gil (todas de Gran Canaria) y Tomasa Álvarez, de Fuerteventura.

Tal y como hiciera con las primeras universitarias de Canarias, los nombres de las primeras maestras tituladas del archipiélago han sido recopilados por la catedrática de Historia de la Educación de la Universidad de La Laguna Teresa González, quien expone en una entrevista a EFE los pormenores de estas "aprendizas de maestras".

La investigación se ha publicado en la revista italiana History of Education & Children's Literature.

Expertas en manejar la aguja

Y es que las primeras maestras que ejercieron en la escuela pública en Canarias eran casi analfabetas, igual que sucedía en el resto del estado español, pues poseían ciertas habilidades didácticas pero carecían de formación académica. Se requería que fueran honestas y de buenas costumbres, expertas en el arte de manejar la aguja y en la doctrina cristiana.

Esas maestras, privadas de instrucción y de cultura letrada, perpetuaron el patrón educativo para las niñas de baja condición social, de aquellas desfavorecidas por la fortuna.

Esta situación varió tras aprobarse el Reglamento de Exámenes de 1839, que estableció los requisitos y pruebas que debían realizar las aspirantes al magisterio para obtener la titulación ante la Comisión de Exámenes de la Junta Provincial en Santa Cruz de Tenerife.

El programa para optar a la titulación de maestras incluía Religión y Moral, Lectura, Escritura, Cuentas, Labores propias de su sexo y Gobierno de las escuelas.

"En síntesis, una preparación sustentada en ligeros conocimientos básicos y una preparación más intensa en Labores, porque las maestras iban a formar a las hijas de las clases trabajadoras, futuras madres de familia", explica la catedrática de Historia de la Educación.

Para optar al examen para el título de maestra se exigía a las solicitantes que cumplieran una serie de requisitos, entre ellos, una fe de bautismo legalizada que acreditase tener 20 años cumplidos, certificación de buena conducta moral y religiosa, algunas labores de costura y bordados hechas por la aspirante, dos muestras de escritura de letras de distinto tamaño y la fe de casada, si lo fuese.

Se incorporaban a su destino profesional acompañadas de una mujer de la familia para preservar su imagen y no estar en el foco de la mirada de la vecindad y algunas abandonaron la profesión al casarse, continúa Teresa González.

"Sin duda, las maestras eran modelos de mujer, con sus formas de ser captaban la atención de las niñas y jovencitas que se fijaban en su comportamiento, pero también en su vestimenta. En la vecindad proyectaban sus saberes, asesoraban a las mujeres, daban orientaciones en cuestiones de hogar y cuidados de la infancia, actuando como verdaderas consejeras familiares", detalla la investigadora.

Enseñar a leer y escribir, a bordar y tejer

Algunas maestras no solo enseñaron a leer y escribir, a bordar y tejer, también las enseñaron a pensar y actuar más allá de los cánones prescritos puesto que las estudiantes no eran mujeres conformistas con su situación, se atrevieron a estudiar para lograr la titulación y convertirse en profesionales del magisterio.

Así fueron capaces de prepararse en colegios privados, con maestras o por su cuenta para examinarse libres en la Escuela Normal masculina de Las Palmas o en la Escuela Normal masculina de La Laguna.

Al respecto, precisa Teresa González que con la titulación de las maestras se logró, de forma paulatina, extender la escolarización a las niñas y un mayor número de escuelas para ellas, lo que contribuyó a mejorar los índices de alfabetización insular.

El retraso en la creación de estos centros en Canarias había reflejado el desinterés de los distintos gobiernos locales por la educación femenina.

La apertura de la Escuela Normal de Maestras en 1902 significó disponer de un centro cuyo programa de estudio elemental ampliaba el bagaje de conocimientos disponibles para las mujeres porque, más allá de formar a futuras maestras, acudían otras jóvenes con la finalidad completar la cultura recibida en la enseñanza primaria, para instruirse, saber, conocer, es decir, ampliar conocimientos.

"Estas jóvenes rompían moldes, demostraban interés por el estudio y unas expectativas de aprendizaje centradas en adquirir conocimientos más que en destrezas de utilidad doméstica o de lucimiento en sociedad en una época en la que alcanzar cierta erudición no estaba bien contemplada", precisa la investigadora.

A las carencias de centros se sumaban las dificultades del transporte y económicas, pues no todas las familias podían permitirse el traslado a otras islas y se trasladaban a La Laguna o a Las Palmas en falúa por mar y, ya en las islas, andando, en coches de caballos o a lomos de burros, mulos, caballos o camellos.

Tardaban varias horas en realizar la ruta y viajaban en diferentes coches de caballos siempre acompañadas por algún familiar (la madre, la hermana, una tía) porque en aquella época las jóvenes no viajaban solas.

A partir de 1881 hubo un cambio de normativa para optar al título de maestra y aumentaron las exigencias académicas para las estudiantes, con lo que mejoró su formación se unificó el plan de estudios al de los aspirantes a maestros, exceptuando las materias de Labores para las alumnas y que una tercera parte del horario semanal lo dedicaban a las materias de hogar, rememora Teresa González.

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