La huella humana sobre Jandía
Un estudio sobre los hornos de cal de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria revela que el paisaje del istmo ha estado sometido desde antiguo a importantes procesos transformadores
La huella humana siempre ha estado ahí. Quizás más de lo imaginado. También en las tierras áridas del istmo de Jandía y mucho antes del impacto del turismo. Es una de las conclusiones del estudio sobre la deforestación asociada a la industria de la cal en la dehesa de Jandía, presentado por el geógrafo Néstor Marrero en el marco del XXIII Coloquio de Historia Canario-Americana de la Casa de Colón.
En la presentación, Marrero da cuenta de los resultados de un trabajo dirigido por la catedrática de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria Emma Pérez Chacón. “El estudio”, explica Marrero, “surge de uno más amplio donde se analizaron los impactos humanos en el istmo de Jandía ligados a la ganadería, el turismo, la extracción de áridos, los jeep safari, los quads o los hornos de cal”.
“A partir de ahí vimos que los hornos de cal tuvieron un impacto mucho mayor del que se pensaba en los ecosistemas, al demandar vegetación como combustible y al crear canteras de extracción de la piedra. En un área arenosa como la Península de Jandía, donde hay un sistema de dunas importantes, eliminar la vegetación supone removilizar los sedimentos y el trabajo evalúa la deforestación producida”, comenta.
“Tendemos a pensar que la transformación de los sistemas playa-dunas en Canarias ha estado ligada al turismo, y es verdad que el turismo los ha transformado de un modo muy importante, pero ya antes habían sido transformados. Quizás antes llegabas a Jandía en los años sesenta y pensabas que no la había tocado la mano del hombre, pero realmente ya había sido sometida a muchos procesos transformadores”, expone.
Para profundizar en el estudio sobre los hornos de cal y su impacto en la vegetación se hicieron entrevistas en Cofete, el Puertito de la Cruz, Morro Jable o Ajuy. “Este trabajo nos permitió conocer las cantidades y qué tipo de vegetación utilizaban: chaparro, la aulaga o también el espino, aunque en momento en lo que escaseaban quemaban lo que tuvieran más a mano”, concreta.
Uno de los testimonios orales recogidos certificó que cada vez había que recorrer distancias mayores. “Un calero de Ajuy llegó a ir hasta el saladar de Jandía para buscar vegetación porque estaba empezando a escasear”, cita Marrero. Ya a partir de 1960, la industria empieza a decaer con la entrada en Canarias de las pinturas sintéticas y el cemento, y los hornos que seguían en funcionamiento se alimentaban en ocasiones con carbón llegado desde Gran Canaria.
La revisión de documentos históricos permitió comprobar que ya en 1868 el secretario del Ayuntamiento de Pájara evacuó un escrito en el que daba fe de que la vegetación costera estaba empezando a escasear porque se quemaba en los hornos de cal. Quemas simbólicas y educativas que se han realizado en la actualidad han precisado de hasta seis camiones de aulagas, lo que da una idea del consumo que requería la industria.
Néstor Marrero durante una presentación del estudio.
Marrero señala que el análisis comparado de una fotografía aérea de 1964 con otra de 2016 permite comprobar el avance de la vegetación en el istmo, algo que liga también a la reducción de la carga ganadera. En cualquier caso, el rebrote es progresivo, “porque el sustrato se está moviendo todo el tiempo”.
Y hoy, incide Marrero, coinciden las sombras del pasado y las del presente… Por un lado, la vegetación se recupera tras el declive definitivo de los hornos de cal y el notable descenso de la actividad ganadera. Este hecho, junto al efecto barrera urbanístico, podría llegar a explicar el menor aporte de arena a la playa de Sotavento. Y es así como la mano humana se entrelazaría con la naturaleza, en un encuentro que siempre deja huella y motivos para reflexionar.
Comentarios
1 Yolanda Rodrígu... Sáb, 27/10/2018 - 16:16
2 Yolanda Rodrígu... Sáb, 27/10/2018 - 16:19
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