Grabados aborígenes canarios, dos mil años de historia en peligro
Hay yacimientos en Fuerteventura que carecen de protección especial o paneles informativos y están expuestos al vandalismo
El pasado mes de septiembre, tres turistas alemanes fueron denunciados por pintar tres grandes grafitis en lo alto de la montaña de El Aceitunal, cerca de Tetir. Uno de ellos dañó el yacimiento arqueológico que existe en su cima. Fueron los vecinos quienes los vieron y avisaron a la Policía. Los infractores justificaron su acción asegurando que nadie les había advertido del valor de ese espacio. Estaban de vacaciones, vieron las rocas en lo alto, y se les ocurrió pintarrajearlas, todo muy inocente.
La noticia causó indignación entre la población local, pero también sorpresa. Prácticamente nadie sabía que en El Aceitunal hubiese restos de un asentamiento aborigen. Carece de protección especial o paneles informativos que adviertan de su valor y no está vallado. Su cuidado queda al albur de la ciudadanía, suponiendo que a nadie se le va a ocurrir subir allí para pintar o llevarse unas piedras. Eso sí, en Google Maps la cima está perfectamente georreferenciada, con más de un centenar de fotos y vídeos, muchas hechas desde el mismo yacimiento, invitando a disfrutar de las vistas.
Si tan importante es El Aceitunal, ¿por qué no está vigilado ni protegido? El responsable del área de Patrimonio Histórico del Cabildo de Fuerteventura, Rayco de León, ha reconocido en declaraciones a Guaxara Magazine que “Fuerteventura es una de las islas con mayor número de yacimientos arqueológicos y paleontológicos, y este patrimonio cultural es susceptible de vandalismo”, que no se puede vigilar todo, y que “en una isla tan grande la protección corresponde a todos”. Como destacó en una conferencia el arqueólogo Derque Castellano, el conocimiento y la educación son la mejor forma de proteger este patrimonio, porque “quien no conoce algo no lo cuida, no lo valora ni lo protege”.
El Museo Arqueológico de Fuerteventura, ubicado en Betancuria, trata de cubrir ese hueco. Tras su reapertura en 2020 ha superado las 50.000 visitas, una cifra importante, aunque no tanto para una isla con 125.000 habitantes que recibió el año pasado 2,3 millones de turistas. La pandemia del Covid ha cambiado nuestra manera de viajar, y cada vez más gente sale en vacaciones a pasear, correr, trepar o montar en bici por el campo majorero. Empujados por las redes sociales, buscamos esos sitios diferentes donde hacernos fotos, rincones excepcionales, esas vistas que prácticamente nadie ha visto y que tenemos bien geolocalizadas con el teléfono móvil.
La mayoría se mueve con respeto, pero siempre hay una minoría cafre que se dejará llevar por ese instinto tan primitivo de dejar su nombre, o el de su novio o novia, escrito en piedra. Ya lo hacían los primeros habitantes de Canarias hace dos mil años, grabando en esos lugares tan especiales nombres, oraciones o símbolos. Pero eso era arte, historia, creencias del pasado; nuestras raíces. Lo de ahora es pura estupidez.
‘Grafitti’ en El Aceitunal.
Desconocido
En 1752, el arcediano Viera y Clavijo daba cuenta de la existencia de paneles con grabados aborígenes en La Palma, en el yacimiento de Belmaco. Los describió de manera desdeñosa como “puros garabatos, juego de la casualidad o de la fantasía de los antiguos bárbaros”. Casi un siglo después, en 1874, Luis Benítez de Lugo, VIII Marqués de La Florida, contradecía esa visión y destacaba la importancia de varios grabados e inscripciones que había descubierto en la península de Jandía, en Fuerteventura. En 1878, Ramón Castañeyra hallaba en el Barranco de la Torre signos alfabetiformes que valoró como de gran interés histórico. Poco a poco fueron apareciendo más. Todo cambiará cuando en 1978 el majorero Pedro Carreño descubra los podomorfos de la Montaña de Tindaya, auténtica Capilla Sixtina del arte rupestre canario. Allí se han catalogado 244 de estos grabados de pies desnudos, pero los hay en otras montañas de la Isla, sumando casi 400.
La mayoría de las estaciones de grabados han sufrido rayaduras, roturas y ‘grafittis’
Además de los famosos podomorfos, en Fuerteventura y Lanzarote, las dos islas con más riqueza en este tipo de manifestaciones, hay grabados epigráficos escritos en alfabeto líbico-bereber, otros en líbico-latino de clara influencia romana, dibujos de barcos, juegos de estrategia como dameros o chasconas, señales geométricas de significado desconocido e incluso algunas representaciones de espigas de cereal y hojas de palmera. Como el pueblo maho no conocía los metales, están realizados con piedras afiladas utilizando diferentes técnicas como la abrasión, el piqueteado, incisiones y rayados.
Muchos son dibujos de claro componente simbólico, siguiendo esa estela mágico-religiosa iniciada en el Paleolítico al estilo de Altamira. Pero otras manifestaciones son directamente escritos en piedra. Hasta el momento se han inventariado en Fuerteventura 415 líneas alfabéticas rupestres, de las que 381 son líbico-latinas y 34 líbico-bereberes, aunque seguramente hay más aún por localizar. Son palabras grabadas en el duro basalto hace dos mil años por personas cultas llegadas del norte de África que sabían escribir e incluso con conocimientos como para usar indistintamente ambos alfabetos, tanto el latino como el bereber.
¿Y qué cuentan en ellas? No se sabe con seguridad, pues pertenecen a un idioma perdido de raíz amazigh. Algunas inscripciones se pueden leer, pero todavía no entender su significado, presumiéndose que señalarían oraciones, nombres de jefes, clanes y dioses o topónimos. Rememorando la traducción de los jeroglíficos egipcios, un panel localizado en el cuchillo de Buenavista, cerca de Los Alares, podría ser la Piedra Rosetta del alfabeto de los antiguos indígenas canarios, pues en él se inscribió a la vez en caracteres líbico-latinos y líbico-bereberes la misma expresión: “Hijo de Makuran”. Pero todavía se está muy lejos de poder traducir los letreros de Fuerteventura y Lanzarote.
Bandera española pintada en Jaifa.
Abandonados a su suerte
La mayoría de las estaciones de grabados de Fuerteventura han sufrido actos vandálicos, como rayaduras, roturas y grafittis. En algunos casos son destrozos irreversibles que impedirán lecturas futuras. Es un problema que va a más, pues hace 30 años prácticamente nadie visitaba esos lugares.
Cientos de yacimientos solo están localizados en la carta arqueológica
En 2017, la Coordinadora Montaña Tindaya denunció una serie de actos vandálicos que dañaron varios grabados podomorfos en la cima de la emblemática montaña, y eso a pesar de que en esa época ya estaba prohibida la ascensión. En uno de los paneles un desconocido pintó “Beata... Love”, acompañado de un corazón y la fecha 2017-06-29.
Unos años antes, unos expoliadores intentaron arrancar y llevarse cuatro grabados de podomorfos, acción que provocó daños irreparables a uno de los paneles. Como reconocía el entonces consejero de Cultura y Patrimonio Histórico, Juan Jiménez, “nuestra isla es muy grande y no resulta fácil cubrir todo el territorio para proteger espacios especialmente sensibles como Tindaya”, aceptando que, por mucho que se intentaran proteger, “no existe el riesgo cero”.
Al año siguiente le tocó el turno a los grabados rupestres de Montaña Jaifa, cerca de Puerto del Rosario. Varios paneles fueron cubiertos con graffitis, rayaduras, pintadas deseando un feliz año nuevo e incluso dibujaron una gran bandera rojigualda de España. Por suerte no destrozaron un panel cercano donde una inscripción en alfabeto líbico-latino posiblemente recuerde el nombre del que fuera rey mauritano en el siglo VI, Masunassi. Semanas antes, algún desaprensivo enamorado rayó los basaltos del almogarén del Bentayga, en Gran Canaria, donde dibujó un corazón rodeando los nombres de Alexandra y Antonio. Está claro que el problema es global.
Como destaca el arqueólogo Derque Castellano, miembro del equipo de Arenisca Arqueología, “el patrimonio es un bien universal, pertenece a todos y todos somos sus guardianes potenciales. Atentar contra ello es atentar contra nosotros, independientemente de nuestros orígenes y descendencia”.
Poco o nada protegidos
En el Museo de la Naturaleza y la Arqueología de Tenerife hay una sala dedicada a los grabados rupestres de Canarias, manifestaciones localizadas al aire libre que, como se destaca, “por ser vulnerables a la acción destructiva del tiempo, los agentes atmosféricos y el vandalismo, han merecido el máximo reconocimiento en cuanto a su grado de protección patrimonial”. No es el caso de Fuerteventura, donde cientos de yacimientos no cuentan con más protección que la de estar localizados en la carta arqueológica de la Isla.
Tindaya ha sido declarada BIC, pero carece de un Plan Especial de Uso y Gestión
Según este catálogo, ahora en proceso de revisión, en la isla hay 747 yacimientos arqueológicos, de los cuales 58 están en Betancuria, 148 en Antigua, 170 en La Oliva, 99 en Puerto del Rosario, 113 en Tuineje y 159 en Pájara. Pero tan solo seis de ellos están declarados Bien de Interés Cultural (BIC): Poblado de la Atalayita, Cueva de Villaverde, Barranco del Cavadero, Montaña Tindaya, Barranco de Tinojay y La Pared de Jandía. Una protección legal que tampoco garantiza su preservación. Y menos aún evita la posibilidad de actos vandálicos.
Desde el año pasado, toda la montaña de Tindaya, y no solo la cima, está protegida como BIC, pero carece de un Plan Especial de Uso y Gestión que garantice su conservación al tiempo que refuerce la vigilancia y gestione las visitas. Porque en la actualidad está prohibido subir a ella, pero todos los días se ve gente trepando sin permiso.
No muy lejos, en el Barranco de Tinojay, cerca de la Caldereta, además de inscripciones e incluso podomorfos, asombra la variada colección de embarcaciones, un auténtico “museo naval” escrito en piedra. Según Juan Muñoz Amezcua, la primera persona que las estudió en 1995, están representadas naves procedentes de diversos pueblos de la antigüedad, junto con carabelas portuguesas, galeones castellanos y jabeques berberiscos. La mayoría son embarcaciones que arribaron a las costas de las islas a partir de la conquista castellana en el siglo XV. Agrupa unas 66 inscripciones diferentes, localizadas en unas rocas al aire libre donde cualquiera puede admirarlas o, si es mala persona, destrozarlas.
El tercer gran museo del arte rupestre majorero al aire libre está en los barrancos de Risco Azul y Cavadero, próximos a Parque Holandés. Fue descubierto por el grupo redactor del avance de la Carta Arqueológica de Fuerteventura en la década de los ochenta. A pesar de estar considerado uno de los conjuntos rupestres más espectaculares de Fuerteventura, su protección es la misma que para todos los anteriores: pura suerte con las visitas.
Comentarios
1 Anónimo Mar, 22/10/2024 - 10:17
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