El paraíso en la Punta
Los lugareños y sus descendientes se debaten entre los distintos modelos de explotación turística
Apenas una docena de familias residen de forma permanente en la Punta de Jandía, un auténtico paraíso en el que el tiempo parece detenerse, aunque cada vez menos, por la presencia creciente de visitantes que pasan el día disfrutando de los paisajes, las caminatas y, sobre todo, de la exquisita cocina local, con el caldo de pescado como plato estrella.
Tres restaurantes, Punta de Jandía, Tenderete y Caletón, ofrecen las especialidades autóctonas a quienes llegan a pasar el día o, como en el caso de los canarios Juan Ramón Falcón y David Santana, por motivos de trabajo. “Solemos venir a Morro Jable pero, por desgracia, apenas nos da tiempo a nada, así que hoy, que teníamos un hueco antes de ir al aeropuerto, hemos venido a conocer tan popular lugar, lo que ha valido la pena por poder probar el espectacular gofio escaldado”, explican.
Bromean con que han venido “en avioneta”, en referencia al tipo de aeronave que cubre el servicio interinsular y haciendo un guiño a los pilotos particulares. Los propietarios de avionetas privadas suelen recalan en la Punta, simplemente para degustar un plato de pescado, y aterrizan a escasos metros del restaurante, en la pista de tierra construida en su día por los Winter.
Empleados de Telefónica, Juan Ramón y David admiten la imposibilidad de dotar al asentamiento de fibra óptica, al ubicarse en un parque natural protegido, “aunque, por supuesto, está conectado por wifi o radio, garantizando el derecho universal de acceso a la comunicación”.
Para muchos es, precisamente, la comunicación casi la única ventaja que la globalización ha traído a la Punta de Jandía, un lugar aún virgen que los lugareños y sus descendientes pretenden conservar así. José Martín es uno de ellos. Pasa sus vacaciones en la casa de sus padres, aunque él reside actualmente en La Palma.
José Martín desayuna cada mañana frente al mar.
José Martín: “Yo me crié en el pueblo, íbamos al colegio en una casita y llevábamos el material en una bolsita de tela de publicidad de leche Millac”
“Yo me crié en el pueblo, íbamos al colegio en una casita aquí, al lado, nos sentábamos todos en un mismo banco y llevábamos el material de estudio en una bolsita de tela de publicidad de leche Millac”, recuerda. Asegura que durante el verano algunas familias volvían a sus casas, “pero en invierno aquí no había nadie”. Ahora, no cesa la llegada de coches particulares e incluso de guaguas con visitantes de un día. También hay un improvisado camping de caravanas, fijadas con bloques de cemento al suelo.
José es partidario de que la Punta de Jandía comparta la tarta turística, aunque de una manera poco agresiva, “quizá al estilo del turismo rural”, dice este cocinero que conoce bien el modelo por el que ha apostado la isla bonita.
“Yo no alquilo mi casa porque quiero disfrutarla, pero otros vecinos están empezando a alquilar las suyas para estancias vacacionales”, dice. Que este sureño disfruta de su vivienda en la Punta queda patente, viéndolo desayunar con su ejemplar de Diario de Fuerteventura en una mesa fuera de la casa desde la que se observa el océano. “Espero que esta maravilla no termine jorobándose y que se haga un plan general adecuado, que respete la tranquilidad del pueblo”, subraya.
En la calle aledaña a la de José, el joven Roberto Francés pasa también unos días de descanso. Trabaja en hostelería en Morro Jable, pero vuelve a la Punta “cuando libro”. Se queda en la casa que fue de sus abuelos, coronada en la entrada con un azulejo donde se leen sus nombres, Lillo y María. “De pequeño, pasaba aquí todo el verano. Siempre estaba por ahí con mis amigos, tirando piedras al mar, buceando o pescando y cogiendo olas con el buggy o la tabla, en ‘La playa’ o la playa de Ojos”.
No se puede tener un mejor recuerdo de infancia y, aunque Roberto reconoce que ha habido algunos incidentes por la incomunicación de la zona (“nada grave, una ambulancia que tardaba en llegar”), las ventajas de la Punta son “infinitamente superiores” a los inconvenientes y no duda en asegurar, a sus 24 años, que “viviría aquí todo el año encantado”.
Álvaro Acosta, camarero del restaurante Punta de Jandía.
Álvaro es partidario de que llegue más turismo, “pero para ello convendría arreglar la carretera”
Esto no quiere decir que Roberto no sea partidario de dar una oportunidad turística a la Punta, “aunque no de forma masificada”. Cree que el turismo contribuye a mejorar las condiciones de vida e incluso las fiestas. “Ahora viene hasta Pepe Benavente, lo que antes sería una locura”, dice. Y destaca el maravilloso mar que hace las delicias de los aficionados a la pesca y a los deportes náuticos. “Hay un contraste, con marea del norte y marea del sur, lo que permite ir a mariscar en la zona norte o a bañarte tranquilamente en la parte sur, al abrigo de las olas”, cuenta.
Aunque las calles de la Punta permanecen solitarias, en horas de mediodía se animan con la presencia de turistas. El restaurante Punta de Jandía apenas cuenta con mesas libres a las dos de la tarde. Álvaro Acosta, el camarero, suele pernoctar la mayor parte de los días en el pueblo, “aunque muchas veces tengo que ir a Morro a comprar la mercancía”. Antes de trabajar en el establecimiento solía ir de acampada, “a pescar y coger olas”. Ahora cuida un par de corderos, que en realidad se crían en libertad, lo que lo mantiene más atado a la Punta.
Respecto a la actividad del restaurante, regentado desde 2013 por la familia Umpiérrez, Álvaro destaca la demanda “sobre todo de producto local, pescado jareado o fresco, también paella... Pero por lo general, los clientes se dejan aconsejar y en ese caso, siempre recomendamos el tradicional caldo de pescado, con su gofio escaldado. Cuando se les muestra el contenido del caldero, los turistas se quedan asombrados de la cantidad, así que hay que tener las tarteras prevenidas”, asegura.
Álvaro es partidario de que llegue más turismo, “pero para ello convendría arreglar la carretera”, dice. Aunque rechazaría fabricar hoteles, no se muestra del todo reacio a contar con algún establecimiento pequeño, que permitiera pernoctar a un grupo de visitantes.
La jornada llega a su fin y los comensales abandonan el restaurante, para volver a la cruda realidad. Algunos echan una última mirada al paisaje marino antes de montar en el coche y ponen a buen recaudo la bolsa con las sobras de caldo de pescado, con las que seguramente rememorarán en la cena su fugaz estancia en el paraíso.
Comentarios
1 Alejo Ripol Vie, 22/03/2019 - 12:24
2 Yolanda Rodrígu... Vie, 22/03/2019 - 18:00
3 El nota Vie, 22/03/2019 - 19:35
4 Majorero viejo. Jue, 28/03/2019 - 12:03
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