
Marcial Morales: el último alcalde que puso orden antes de que Puerto del Rosario quedara a la deriva

Hay ciudades que pierden el respeto por culpa de quienes las gobiernan. Y hay ciudades que lo mantienen porque, al menos una vez, tuvieron un alcalde que supo estar a la altura. Puerto del Rosario pertenece a este último grupo gracias a una figura que hoy, por contraste, brilla incluso más: Marcial Morales.
Morales no fue perfecto. Nadie lo es. Pero lo que vino después dejó claro algo que muchos se resisten a decir en voz alta: Puerto del Rosario no ha vuelto a tener un alcalde con liderazgo, ni con empatía, ni con visión de ciudad desde que él se marchó.
Y esa constatación duele, irrita y explica el desánimo generalizado.
El antes: un alcalde que ejercía, no que ocupaba
Morales gobernaba desde la calle, no desde el sofá del despacho. Caminaba los barrios, escuchaba sin postureo, discutía cara a cara, daba explicaciones y —esto ya parece ciencia ficción— tomaba decisiones aunque desgastaran.
Se equivocó, claro. Pero se notaba que gobernaba desde un propósito, no desde el miedo. Tenía una visión de ciudad, un proyecto reconocible, un norte. Y Puerto del Rosario avanzó porque alguien empujaba desde arriba mientras escuchaba desde abajo.
Eso era liderazgo. Eso era política de verdad.
El después: la política del mínimo esfuerzo
Tras su salida, llegó la etapa que muchos no quieren recordar, pero que todos han sufrido: alcaldías sin pulso, sin calle y sin nervio.
No se trata de descalificar personas, sino de describir hechos que el pueblo conoce de sobra:
1. Falta de presencia real
Alcaldes que prácticamente desaparecían. La gente buscaba al alcalde y encontraba comunicados, excusas o silencio. La distancia entre Ayuntamiento y ciudadano se convirtió en un abismo.
Para muchos, gobernar pasó a significar aparecer en actos, no estar donde arde el problema.
2. Miedo a decidir
Puerto del Rosario quedó atrapado en el piloto automático: trámites, protocolos, parches, ocurrencias de última hora y una incapacidad alarmante para plantear reformas de verdad.
Los problemas crecían, y la respuesta era siempre la misma: esperar a que escampara.
3. Empatía evaporada
El trato humano se redujo a lo burocrático. Los barrios periféricos se sintieron abandonados. Las quejas se acumulaban sin respuesta. La sensación era clara: si no salías en una foto, no existías.
4. Un Ayuntamiento sin alma
Los sucesores de Morales gestionaron expedientes, sí. Pero gobernar exige algo más: visión, piel, coherencia, presencia.
En su ausencia, Puerto del Rosario retrocedió en autoestima. Perdió ambición. Perdió pulso.
La ciudad se quedó huérfana de liderazgo.
Por qué Morales destaca... incluso más ahora
Cuando uno compara épocas, entiende por qué muchos lo consideran el último alcalde de prestigio.
No porque fuera perfecto, ni porque no cometiera errores, sino porque se tomaba la ciudad en serio.
Porque tenía rumbo.
Porque se notaba que le importaba.
Porque estaba.
Porque escuchaba y actuaba.
Porque no confundía gobernar con sobrevivir.
Hoy, su figura aparece como una vara de medir que no beneficia a quienes llegaron después. Y eso no es culpa de Morales. Es responsabilidad de quienes, teniendo el cargo, renunciaron al liderazgo.
La capital merece más
Puerto del Rosario no puede seguir navegando entre la improvisación, la indiferencia y la falta de visión. La capital necesita un gobierno que vuelva a pisar la calle, que recupere la valentía política, que deje de temer al desgaste y que vuelva a mirar a los vecinos a la cara, no desde arriba.
Marcial Morales no es nostalgia.
Es contraste.
Es la prueba viva de que sí se puede gobernar con cercanía, con proyecto y con carácter.
Y mientras su ejemplo siga siendo mejor que lo que vino después, Puerto del Rosario seguirá recordando algo incómodo para muchos: hubo un alcalde que estuvo a la altura, y desde entonces nadie lo ha igualado.










Comentarios
1 René Jue, 11/12/2025 - 13:36
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