El depósito de agua y los hornos de La Charca, un patrimonio castigado por la desmemoria
Todas las iniciativas para recuperar las infraestructuras del viejo Puerto Cabras han quedado en el olvido
Un cartel de prohibido pasar y una valla rodean el depósito de agua de La Charca. A pocos metros, unos hornos de cal casi derruidos y un almacén sin techo y con la puerta tapiada. Son reductos del viejo Puerto de Cabras, el de la escasez de agua y el de la piedra de la cal. Un día el olvido llamó a su puerta y, desde entonces, estas huellas del patrimonio industrial se aferran a la resistencia para no acabar en el suelo. Varias propuestas han intentado recuperarlos para el disfrute de la ciudadanía. Las ideas han corrido la misma suerte que las edificaciones: la desmemoria.
A principios de los años veinte del siglo pasado, el agua era uno de los principales quebraderos de cabeza de los habitantes de Puerto de Cabras. El alivio llegaba a través del puerto, en barcos vapores rebautizados por la comunidad como correíllos que suministraban el ansiado líquido a la población.
El historiador Juan Jesús Darias explica en el artículo Buques aljibe y aguadores: la batalla de la sed del libro La cultura del agua en Fuerteventura cómo cada vez que arribaba un vapor correo al muelle una pequeña falúa ayudaba a tender una manguera a la embarcación. El líquido acababa descargado en un aljibe propiedad de un miembro de la oligarquía local, José Peñate Castañeyra, quien terminaría haciendo negocio. A mediados de agosto de 1924, el Ministerio de Fomento aprobó el estudio de las obras de abastecimiento de aguas de Puerto de Cabras, pero hubo que esperar a la etapa republicana, con Indalecio Prieto como ministro, para comenzar la construcción del depósito de La Charca por impulso de la Junta de Obras de Puerto.
El inicio de la Guerra Civil supuso un parón de los proyectos republicanos. No fue hasta 1940 cuando empezó a funcionar el depósito, proyectado en 1932. La infraestructura hidráulica se planteó para el almacenamiento y suministro de los buques que atracaban en el puerto, pero acabó calmando también la sed de los habitantes de Puerto de Cabras.
El historiador Francisco Cerdeña recuerda en la publicación La Charca (1954-2004) Memoria de un pueblo cómo desde el depósito de La Charca, el agua se redistribuía hasta “los filtros” situados detrás de la iglesia y en la actual avenida Juan de Bethencourt, llegando hasta la Explanada, donde se levantó un pilar o fuente, recuerda el investigador.
El depósito siguió funcionando hasta la llegada de las máquinas potabilizadoras. Durante un tiempo, sirvió de almacén para la potabilizadora hasta que la tecnología lo condenó al olvido. Algo similar sucedió con los hornos de cal y el almacén techado a dos aguas, próximos al depósito. Construidos por el empresario tinerfeño Jacinto Lorenzo a finales de los cuarenta y explotados por los Morales, estuvieron a pleno rendimiento hasta 1971. La industria del cemento debió acabar con ellos y los condenó a la misma suerte que otros tantos hornos repartidos por la ciudad.
Lluvia de ideas
A principios de los noventa, empezó a planear una corriente de iniciativas por recuperar el viejo Puerto del Rosario. Eran los años del bicentenario de la fundación de la ciudad y la capital estaba inmersa en buenos propósitos para recuperar su historia y defender los escasos edificios históricos que habían sobrevivido al paso del tiempo.
Jaime Ruiz era por aquellos tiempos el arquitecto municipal. Recuerda que durante esos años se planteó desde el Ayuntamiento la posibilidad de poner en valor los hornos de cal y el almacén de al lado y darle a esta edificación industrial un uso cultural. “Sin embargo la propiedad no era municipal, los terrenos colindantes tampoco y urbanísticamente no era viable. Había muchas pegas y la idea no se llegó a plasmar en papel”, explica.
Los restauradores Lorenzo Castañeyra y Chus Morante también idearon en los noventa recuperar el depósito de La Charca y convertirlo en lugar de exposiciones. Castañey-ra explica que el objetivo era crear una sala de exposiciones y así cubrir la falta de este tipo de espacios que padecía la ciudad.
Hoy el restaurador sigue defendiendo la necesidad de recuperar el depósito de agua, pero también los hornos y el almacén. Es partidario de conservar sus ruinas y no llevar a cabo en ellos una restauración para evitar que ocurra lo que pasó en la Casa Alta, de Tindaya, o la de Los Coroneles, en La Oliva, donde la intervención acabó desvirtuando los edificios. “Potenciaría la belleza de las ruinas, con iluminación, y las haría visitables”, plantea.
Sonia Argano es restauradora y una voz cualificada para hablar de la industria de la cal. Asegura que los hornos de La Charca tuvieron “un uso muy constante en el núcleo urbano de Puerto del Rosario. Tenían una producción muy elevada, había un almacén, de grandísimas dimensiones, que aún se conserva, y un aljibe, lo que significa que allí había una producción sistemática, industrial”.
El almacén, hoy sin techo y con la puerta tapiada para evitar la entrada de curiosos, servía tanto para almacenar la materia prima, antes de la cocción y cuando estaba cocida, como para almacenar herramientas y lugar para dormir los trabajadores por las noches porque “cuando se encendían era una producción constante”, apunta Argano.
La restauradora recuerda que se están restaurando “los hornos de El Charco, que se quieren declarar BIC, por tanto, tendría sentido que una infraestructura de esas dimensiones, n medio de la ciudad, también se recuperara”. Cree que se podría crear un circuito por los diferentes hornos de la ciudad, mostrando desde aquellos que no tenían una producción tan masiva hasta los de La Charca, cuya producción era a gran escala.
Como idea, plantea recuperar el espacio. “Por sus dimensiones, se puede hacer un centro cultural con actividades, recuperando la estructura y con un panel informativo de lo que fue el lugar”, expone. Propone hacer algo similar a La Farinera del Clot, en Barcelona, un espacio gigante que recuperó toda la estructura de la producción de harina y hoy sirve de espacio polivalente donde se hacen, por ejemplo, proyecciones de cine.
Según avanzaron los años, fueron apareciendo nuevas ideas. El socialista Iñaki Lavandera llevó en su programa electoral a la alcaldía de Puerto del Rosario en 2007 la iniciativa de recuperar el depósito de agua y darle un fin cultural. Lavandera no llegó a la alcaldía y el proyecto no fue más allá de un propósito electoral. Y así se fueron sumando iniciativas, unas guardadas en cajones mientras otras, ni siquiera llegaron a plasmarse en el papel.
Interés vecinal
La Asociación de Vecinos de La Charca lleva años intentando convencer a los políticos de la importancia patrimonial de la zona. En cada reunión con los responsables de las administraciones o con los candidatos que visitan el local vecinal en campaña electoral, la restauración de La Charca es el primer punto a tratar por los vecinos.
Insisten en que en su barrio está el primer depósito de agua que hubo en la ciudad, el que dio nombre al barrio. Hace unos diez años presentaron dos escritos al Ayuntamiento solicitando su restauración. El presidente de la asociación, Pedro Ojeda, recuerda que pidieron que se adecentara el depósito y el horno de cal porque entendían que es una zona importante “para el barrio y para todo Puerto del Rosario”. “En la capital hay poca historia y eso sería un centro importante para recuperarlo por su antigüedad, y además, serviría de centro de exposiciones”.
Ojeda alerta del deterioro en el que se encuentran y clama algún tipo de actuación, “si no con dinero municipal, se podría coger alguna subvención a nivel europeo relacionada con temas históricos. Se puede hacer algo de interés para el turismo, pero también para que lo pueda disfrutar la gente que vive en Fuerteventura”.
El representante de los vecinos de La Charca concluye, lamentando que en Puerto del Rosario “ha faltado tener memoria histórica y esta parte es fundamental porque hablamos del agua”, pieza clave en la historia del pueblo majorero.
El último intento por recuperar este complejo patrimonial lo ha llevado a cabo la arquitecta Yolanda Berriel. Su proyecto de fin de carrera en la Universidad Politécnica de Madrid consistía en darle un uso cultural al depósito de La Charca.
La especialista asegura que siempre le llamó la atención esta edificación, “una especie de bunker” cubierto de piedra de basalto de 2.000 metros cuadrados de planta, dividido en dos vasos independientes por medio de un gran muro central con 28 pilares cada uno y muros de metro y medio de ancho.
El proyecto propone reutilizar el interior del depósito y crear un espacio representativo del agua. La arquitecta explica que su intervención sería “mínima, dejando el depósito tal y como está”.
En el vaso sur, el denominado por Berriel “el espacio de los sentidos” propone una mínima intervención creando sólo una lámina de agua. El vaso se destinaría a una exposición sobre la cultura del agua y la escasez del líquido a lo largo de la historia en Fuerteventura.
En el vaso norte contempla un patio central que divide el depósito en dos salas de exposiciones. Distribuidos sobre este vaso y los terrenos, plantea un entramado de edificaciones, una especie de cajitas y patios que interactúan con el entorno donde las piezas adquieren “las lógicas de un archipiélago: un grupo de islas sobre un mar que las separa y las une al mismo tiempo” Estas pequeñas edificaciones estarían destinadas, principalmente, a promover y divulgar la artesanía majorera y fomentar su comercialización.
Yolanda señala que la intención era promover las actividades al aire libre, hacer talleres de artesanía relacionados de alguna manera con el agua, pues tanto la arcilla como el calado o la palma “tienen una relación determinada con el agua”.
También plantea en su proyecto poner en valor los hornos de cal, favorecidos por la presencia de agua en la zona, y los alrededores desde “el caño del pueblo”, un canal de abastecimiento de aguas de los barranquillos y que resulta “importante protegerlo porque está creciendo la ciudad y se va a seguir rompiendo”.
También, integrar las gavias de la zona y la Rosa de don Victoriano. Se trataría de hacer una ruta etnográfica del agua desde el barranco de La Herradura, con los depósitos de La Herradura y que culminara en los de La Charca. El proyecto de Yolanda Berriel espera respuesta política. También el depósito de La Charca y los hornos de cal.
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