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“Había veces que solo hacía una comida al día”

De origen venezolano, esta mujer se vio un día sin trabajo ni dinero para pagar el alquiler y la comida. Gracias a la ayuda de Cáritas Diocesana ha logrado un empleo

Una mujer, no relacionada con este reportaje, frente a la sede de Cáritas. Foto: Carlos de Saá.
Eloy Vera 0 COMENTARIOS 14/07/2022 - 08:51

Rosa (nombre ficticio) es uno de los rostros de las personas que Cáritas Diocesana de Canarias atendió en 2021 en Fuerteventura. De origen venezolano, aterrizó en la Isla con un bebé de pocos meses en los momentos más complicados de la pandemia por Covid. Las promesas de empleo y oportunidades con las que viajó en la maleta hasta la Isla se fueron desvaneciendo al poco de llegar. De un día para otro, se vio sin trabajo, un niño y sin nada en la nevera.

La historia de Rosa comenzó hace 33 años en Venezuela, donde se graduó como profesora pedagoga en educación agropecuaria. Ejerció algunos meses la profesión, hasta que se dio cuenta de que su sueldo como docente no le permitía vivir y pagar recibos. Al final, dejó atrás su oficio y empezó a probar suerte como comerciante. Montó una tienda, un pequeño spa para dar masajes y un puesto de repostería. Así fue tirando hasta que la economía empezó a pegar sacudidas a su país. La crisis política, social y económica de Venezuela vivía su momento más álgido y miles de venezolanos encontraban la emigración como única respuesta.

Rosa cuenta que para sobrevivir debía tener varios trabajos porque, de otra forma no podía costearse la vida. Su situación fue empeorando hasta que llegaron las dificultades para “poder pagar el alquiler de los locales, incluso empezaron los problemas para encontrar los productos que necesitaba para la repostería”, explica. Era 2017.

Años antes había conocido un chico al que terminó eligiendo para formar un hogar. El joven, también docente de profesión, empezó a simpatizar con el Comité de Organización Política Electoral Independiente (Copei), partido de la oposición contrario al régimen del presidente Nicolás Maduro. Los problemas por ser crítico con el gobierno no tardaron en llegar. “Sufrimos la inseguridad. Varios de sus compañeros fueron agredidos. A uno de ellos se lo llevaron y no hemos sabido nada de él hasta la fecha. Antes de que nos pasara algo decidimos salir”, confiesa.

A principios de 2018, cansada de que se le cerraran las oportunidades y con el temor en el cuerpo a posibles represalias, decidió coger el avión junto a su pareja y viajar a España con el objetivo de empezar un proyecto de futuro. Llegaron a Madrid donde solicitaron asilo. En un primer momento, Madrid les abrió las puertas al trabajo. Él en la construcción y Rosa cuidando niños a domicilio. Tres meses antes de llegar la pandemia, se quedó embarazada. Luego, llegó un confinamiento que les obligó a encerrarse en casa y les cerró las puertas de la economía sumergida. Sin papeles, temían salir a la calle a trabajar. Los ahorros que traían de Venezuela empezaron a menguar.

Una compatriota, residente en Fuerteventura les empezó a hablar de las oportunidades laborales que la Isla tenía guardadas para todo aquel que quisiera venirse a trabajar a ella. Incluso, les ofrecía la oportunidad de compartir alquiler. Sin otras opciones, la pareja decidió mudarse. En un primer momento, viajó solo Rosa. Cuando estaba a punto de dar a luz, vino su pareja. Poco a poco, los cantos de sirena se fueron desvaneciendo. Vivían cuatro personas en una casa por la que Rosa pagaba 250 euros por una habitación. Las promesas de trabajo tampoco llegaban. “Al principio, traíamos algo de dinero ahorrado, pero sin apenas trabajo se fueron agotando los ahorros”, cuenta la mujer.

Su marido decidió regresar a Madrid y probar suerte con los contactos laborales que mantenía allí. De un día para otro, Rosa se vio sola en la Isla, con un bebé de siete meses y sin recursos económicos que le aseguraran un techo y comida. Su pareja dejó de llamarla. Más tarde supo que tuvo Covid y estuvo ingresado un tiempo. El destino le puso delante algunas viviendas en las que limpiar. Lo único que pedía era poder llevar consigo al bebé. “Fue muy difícil y deprimente”, recuerda.

Sola en una isla en la que no conocía a nadie encontró calor y hospitalidad en las personas que la habían llamado para que les limpiara el hogar. “Fueron mi gran apoyo. Pusieron mucha confianza en mí. Incluso, salían de viaje y me dejaban la llave y a cargo de la casa”, asegura. Cuando terminaba de limpiar, Rosa solía regresar a casa con algún juguete para el pequeño, comida o ropa para el niño que alguna de las jefas le había traído del último viaje.

Rosa cuenta que al mes solo conseguía ganar 80 euros limpiando viviendas: “Eso me daba para comprar la leche y los pañales al niño”. Ella iba escapando con lo que le daban sus empleadoras. “A veces, me daban arroz y garbanzos, lo cocinaba y lo metía en la nevera y con una barra de pan que compraba iba comiendo. A veces, hacía una comida al día y otras dos”, recuerda angustiada.

Su familia de Venezuela vivía ajena a su situación. No quería preocuparlos. Su madre le enviaba audios a través de WhatsApp. Rosa contestaba con textos. Sabía que si hablaba con ella acabaría echándose a llorar. “Le decía que estaba bien y le mandaba fotos del niño. Para mi madre todo estaba bien en España”, señala.

Un día, una de sus empleadoras le habló de Cáritas. Sin otras opciones a la vista, marcó el teléfono de la organización pidiendo ayuda. Allí, le ofrecieron un bono de alimentos durante tres meses mientras su situación mejoraba. Rosa se asemejaba bastante al perfil mayoritario de atenciones realizadas por la organización el pasado año. Según datos de Cáritas Diocesana, el 65 por ciento de las personas atendidas en 2021 en Fuerteventura eran mujeres.

De llevar una vida emprendedora en Venezuela, con negocios a su cargo, se vio pidiendo alimentos en España. “Fue muy fuerte, venía de una vida diferente en la que nunca se me había pasado por la cabeza la opción de ir a pedir una ayuda, pero no me quedó otra salida”, reconoce. La joven no sabe qué hubiera pasado con su vida si Cáritas no se le hubiera puesto en el camino. “No solo fue una ayuda de alimentos, sino que allí encontré un apoyo. Era el momento más difícil. Estaba con la cabeza baja y sin poder salir adelante, pero allí encontré palabras de consuelo. Me dijeron ‘vamos a ayudarte a que tú misma salgas adelante’. Esas palabras me ayudaron mucho”.

Sin dinero para el alquiler, Rosa llegó a pensar que dormiría en la calle con su hijo

Cuando su situación empezó a mejorar, su hijo enfermó con Covid, motivo para que sus compañeros de piso la obligaran a abandonar la vivienda. Se vio sola con su bebé en la calle. Llamó a Aurora, la técnico de Cáritas a la que Rosa ha bautizado como su ángel de la guarda. Quedaron para un café y poder desahogarse. Las primeras palabras de Aurora fueron de tranquilidad. No la iban a dejar sola.

Mientras limpiaba las escaleras de un edificio con su hijo sentado en el carro, una de las vecinas se interesó por su historia. Le dijo que estaba sin casa y esta le ofreció un piso que estaba reformando. El trato era que Rosa retirara los escombros de la obra y limpiara la vivienda a fondo y, a cambio, le dejaban vivir en ella sin pagar el primer mes de la vivienda. Así pudo empezar una nueva vida. Su pareja regresó a la Isla hace unos meses. “Su llegada fue para mí una ayuda más”, asegura.

Tras agotar los tres meses de ayuda, el equipo de Cáritas evaluó su situación y le ofreció entrar en el proyecto de empleo que la organización desarrolla en Fuerteventura. Tras asistir a tutorizaciones de empleo, en febrero de este año logró un trabajo en una empresa de limpieza. “Sentí un gran felicidad. Llevaba mucho tiempo sin trabajar”.

Su pareja ha conseguido empleo en un hotel de la Isla y juntos empiezan a ver cumplirse algunos de los objetivos que se trazaron cuando cogieron un avión en Venezuela. El reto de Rosa ahora es homologar su título universitario y poder trabajar. De momento, quiere que Fuerteventura siga siendo el escenario de los avances que el futuro les tiene guardados.

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