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‘De la incomodidad’, o cómo retorcer el poema hasta el concepto

El poemario de Antonio Martín Medina, publicado con Editorial Mercurio, juega al surrealismo persiguiendo una alegoría a la decadencia del sistema

María Valerón 0 COMENTARIOS 15/03/2025 - 07:30

Asegura que ha formado un poemario a partir de poemas que se erigen como cascotes, ruinas, vestigios de una época. Que su último libro nace de la reescritura a través de las décadas, de una búsqueda constante de sentido, más allá del paisaje que le ofrece su universo cotidiano, y con una actitud analítica, de testigo, espectador subjetivo y, al tiempo, de ejercer un testimonio en lo colectivo. La poesía de Antonio Martín Medina juega al zigzag con el lector; es escurridiza, no entiende de senderos firmes y gusta de desdibujarse a medio poema. El autor lo sabe.

Explota esa estructura que nace y muere en sí misma en su último poemario, De la incomodidad, un trabajo que, indica el poeta, tiene vocación de alegoría político-social: “Es un libro construido en el tiempo, desde los ochenta. Pasa de una sociedad que tenía una visión bastante optimista acerca de su futuro, que tenía todo el futuro por delante, a una sociedad de la incertidumbre”, explica el autor que remarca que en estos cuarenta años lo colectivo, lo individual y los propios poemas, reintervenidos (y resignificados) a lo largo del tiempo, quedan marcados por este signo: “Pasar del estado de bienestar al estado de malestar en la sociedad contemporánea. Ahí reside la incomodidad”, apunta.

Esta incomodidad sobrevenida, retrato de una época o paréntesis histórico, se impregna verso a verso en la construcción del lenguaje, con una intencionalidad clara de la mano que escribe: convertir cada poema en una muestra de desasosiego, también en lo estilístico. No en vano, el autor señala los textos como “escombros de todo ese proceso, tanto colectivo como individual”.  El resultado es un poemario compuesto por una escritura que responde a sus propios códigos: fragmentaria, plagada de imágenes y, en ocasiones, anárquica.

La poesía de Martín Medina explosiona, conscientemente, la norma. “A veces, esto resulta en que los poemas no sean transparentes”, reconoce el escritor, que apunta a la intencionalidad tras la opacidad: “No se trata de ser hermético por ser oculto. Los poemas son complejos porque vivimos en un mundo complejo, dan cuenta de ese mundo. Creemos que leer un poema es controlar el poema, de la misma manera que buscamos constantemente asideros en la incertidumbre actual para controlar esa realidad que se nos escapa. Muchas veces lo que hay que hacer es entrar en la disonancia”, apunta.

Así, en un ejercicio de coherencia conceptual para todo el conjunto, el estilo con que aborda el verso no es inocente, señala el poeta. El juego lingüístico queda así supeditado al caos, a profanar el orden, a demostrarse, desde la abstracción, al servicio de la alegoría principal: la decadencia del sistema. El autor defiende el valor del lenguaje por el lenguaje, sin necesidad de mensaje ad hoc: “La poesía puede expresar (solo) mediante su lenguaje, esa es la característica del lenguaje poético que es no nombrar. Y lo que se expresa no es tampoco inefable, solo que se nos suele escapar”, señala.

Hereda, así, Martín Medina, la tradición de la poesía de vanguardia, que, impregnada de la misma tendencia que el resto de las artes de inicio del siglo XX, jugó a retorcer las formas con la materia prima de cada obra que, en el caso de la literatura es, inevitablemente, el lenguaje.

De la incomodidad transita el surrealismo y, en ocasiones, el dadaísmo, por cuanto rompe conscientemente con la semántica, significado de las palabras, y combina el léxico para dejar que el espectador reúna imágenes inicialmente desprovistas de significado conjunto: “Tiene una cierta influencia de la plástica. El poema es un campo de trabajo donde se reúnen objetos dispersos y se resignifican dentro. Sin dejar de ser cada uno de ellos un concepto en sí mismos, adquieren un nuevo sentido en la combinación con los demás. Casi es una deuda de cierta poesía que se puede relacionar con cierto arte plástico”, señala el poeta.

El juego se extiende por los versos de los ocho poemas que componen De la incomodidad, recalando en ocasiones más en una u otra corriente de influencia. “Peces voladores despiertan/el estetoscopio de un aniversario./Octubre, octubre... Frecuencias/acuáticas, manuscritas,/por quién? ‘¡Oh! Ensordezcan/los protozoos abollados/del grifo’, silbó -a contraluz-/un Saturno de estraperlo”.

“Pasar del estado de bienestar al de malestar. Ahí reside la incomodidad”

Así, en estos versos de Cómo se inventó el fregadero, el autor se sumerge de lleno en el surrealismo, mientras que en otros casos, como en el siguiente fragmento de La necesidad de hacerse daño, el juego se compone de lo surreal, pero también del dadaísmo: “Lo único real/desde aquí, al igual/que la prisa del soplo/de los muertos por entrar/en la piel de los vivos, es una compota/de manchas fecales. Emergiendo/sobre dos columnas/de clinker macizo, los rorcuales/(Balaenoptera Edeni)./Además, se desparrama/una coreografía/de palomas retro”.

Del surrealismo, protagonista indiscutible en la obra, hereda este poemario el gusto por conectar conceptos no relacionados semánticamente, el carácter fragmentario y la yuxtaposición de términos a modo de sensaciones, que impiden una lectura lineal. También, y quizás esta es la característica más arraigada con la alegoría principal, la superposición de planos temporales, sin abandonar el paisaje de Lanzarote y, en particular, Arrecife, concebida “por medio de los sentidos, como una ciudad sensorial”. 

Asegura el poeta que se trata esta de “una obra en marcha” y tiene la certeza de que esta incomodidad llenará muchas más páginas pues para él, los poemas son una forma de interpretar el presente: “A veces solo podemos interpretarlo por medio de imágenes que cristalizan, que son los poemas”.

Para entender la poesía, el autor invita a disfrutarla de la misma manera que un concierto: “A veces, la poesía es como la música: se entiende antes de que se pueda conceptualizar. Conviene, simplemente, dejarse impregnar”. Un libro de poemas parece, efectivamente, un buen lugar para sumergirse, bucear, incluso naufragar para, finalmente, salir inundado.

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