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El sueño de Izzy se cumple: vuelve al primer lugar que pisó en Europa

El joven, de Guinea Conakry, llegó en 2019 a Fuerteventura y tras vivir unos años en Madrid ha regresado para trabajar en una carnicería de Gran Tarajal

Eloy Vera 0 COMENTARIOS 22/01/2025 - 06:44

Guiedy Camara, aunque todos lo conocen por Izzy, cogió una patera en El Aaiún, en el Sáhara, que le acercó a Fuerteventura en diciembre de 2019. Permaneció once meses en centros de atención humanitaria hasta que lo trasladaron a Madrid donde estuvo varios años ganándose la vida como carnicero. En marzo de 2024 se subió a un avión que le devolvió a tierras majoreras. Aquí ha decidido quedarse y comenzar una nueva vida. “Fuerteventura es mi país de nacimiento”, asegura.

Izzy, de 30 años, es de Kindia, una ciudad de Guinea Conakry. En su país, tenía su propia tienda de ropa, un negocio que le permitía vivir y sonreír hasta que en 2014 la muerte se llevó a su madre. Esta había llegado a ser presidenta de una asociación de mujeres después de que el presidente del país, Alpha Condé, le ofreciera el cargo allá por 2010.

Tras su muerte, empezaron los problemas en la familia. Llegó un día en que se hicieron insostenibles y al joven no le quedó otro remedio que huir de noche. “Comí algo en casa y me puse enfermo. Estuve seis meses malo hasta que me llevaron a un médico tradicional y me dijo que todo el problema estaba en mi familia. Me debieron poner algo en la comida”, cuenta.

Junto a tres amigos decidió empezar un viaje que tenía como última parada Europa. Iniciaron el camino hasta llegar a Bamako, la capital de Malí; luego Sévaré y de ahí fueron saltando a otras ciudades encima de un camión con 60 migrantes más. Un día el vehículo se detuvo en Kidal, una ciudad del norte a manos de grupos armados, sobre todo tuaregs. Él y el resto fueron vendidos a los tuaregs, que pretendían pedir un rescate a sus familias a cambio de la liberación.

“Yo no podía pedir dinero a mi familia”, explica. Al final, se escapó con el resto de noche, después de cinco días encerrados. De nuevo libre, estuvo algún tiempo más trabajando en Malí hasta que pudo cruzar a Argel, la capital de Argelia, donde trabajó un año y seis meses en la construcción. “Por la mañana venía una persona a buscarnos para ir a trabajar. No era algo fijo, pero iba ahorrando dinero y se lo iba enviando a una mujer de mi país, que me quería como a su propio hijo, para que me lo fuera guardando”, cuenta.

Un día, se topó con la Policía y lo repatriaron. Comenzó, entonces, un viaje forzoso de retorno a Guinea Conakry con el miedo y la incertidumbre atados a los cordones de los zapatos. “Nos llevaron hasta Tamanrasset y nos subieron a un camión para acercarnos hasta la frontera con Burkina Faso”, recuerda.

Durante el viaje, fue secuestrado por tuaregs en Malí y golpeado en Libia

“Cuando llegamos cerca de la frontera, el chófer nos dijo que siguiéramos el camino. Caminamos desde las seis de la tarde hasta las diez de la mañana”, cuenta. Tras cruzar, estuvo dos semanas en Burkina Faso bajo el cuidado de una ONG, dedicada a la atención de migrantes. En una guagua, se movió hasta Libia y, más tarde, a Níger.

Cuando entró en Guinea Conakry supo que no podría estar mucho tiempo. Con el dinero que iba ahorrando, pudo sacarse el pasaporte y un billete de avión hasta Marruecos. Se instaló en Casablanca. Allí, el racismo le llamaba cada día a la puerta. Cuenta cómo algunos chicos pegaban a los migrantes y les robaban el dinero y el móvil.

Empezó a trabajar en una tienda de jabones en el mercado, pero su cabeza no paraba de soñar con un futuro diferente en Europa. En aquellos momentos, la ruta canaria empezaba a reactivarse y eran ya muchos los que se lanzaban al mar en una neumática desde las costas de Marruecos y el Sáhara. Él no lo pensó y se subió a una de ellas a finales de diciembre de 2019.

Estuvo tres días en el mar. Durante la travesía, perdió la conciencia. La embarcación fue rescatada por Salvamento Marítimo y trasladada hasta Fuerteventura. “Llegué muy enfermo y vomitando. No me sentía bien y me tuvieron que llevar al hospital. No sabía dónde estaba”, recuerda.

Del hospital fue trasladado hasta el albergue de Tefía, convertido, bajo el paraguas de la improvisación, en un centro de acogida para migrantes al cuidado de Cruz Roja. Allí conoció a Carmen, una vecina del pueblo que no dudó, desde el principio, en abrir las puertas de su casa a los jóvenes que iban recalando en el albergue. Pronto Carmen se convirtió para muchos de los muchachos en una “mamá” que les daba un plato de comida caliente, les conseguía ropa y zapatos, y los escuchaba con la ayuda del traductor del móvil. Por teléfono calmaba a algunas de las madres que se habían quedado en África a la espera de saber si sus hijos habían llegado vivos a España.

“Carmen me ha cuidado como a su propio hijo”, asegura. Ella y sus cuatro hijos se convirtieron en su familia española. “Son como mis propios hermanos. Me tratan como a uno más”, dice.

Tras morir su madre, tuvo que huir de su propia familia y viajar a Europa

Tras once meses en Fuerteventura, Izzy fue derivado a un centro de acogida de Madrid. Se apuntó a un curso formativo que terminó abriéndole las puertas a un trabajo en un puesto de carne en un mercado. Con el sueldo pudo acceder a un alquiler. Luego llegaron otras oportunidades laborales como carnicero, pero no era lo que esperaba. “Trabajaba 12 horas diarias y más que otros, aunque cobraba menos”, lamenta.

Le dieron 15 días de vacaciones y aprovechó para venir a Fuerteventura y visitar a su familia majorera. Carmen le convenció para que se quedara y empezó a repartir currículos. Regresó a Madrid y, al poco, volvió a Fuerteventura con una oferta firme para trabajar en una carnicería en Gran Tarajal. Era marzo de 2024. Y ahí sigue. “Echaba de menos Fuerteventura. Tengo amigos que llegaron el mismo día y ahora están en Francia y quieren volver. Esto es muy tranquilo y puedes llevar una vida normal”, sostiene.

Tefía como en casa

Cuando tiene días de descanso, se acerca hasta Tefía para ver a su familia adoptiva. Tefía fue el primer sitio que conoció cuando llegó. “Cada vez que voy me siento en libertad porque estoy en casa”, dice. “Guinea Conakry es mi país de nacimiento porque tengo familiares como mi tía con la que mantengo contacto, pero Fuerteventura también es mi país de nacimiento porque, gracias a Dios, he encontrado una familia”, asegura.

“Esto es muy tranquilo y puedes llevar una vida normal”, sostiene

A la pregunta de si volvería a migrar, Izzy tiene claro que la respuesta es negativa. “No quiero que otro migrante viva lo que yo he pasado por venir aquí. Durante el viaje por África, me han pegado bastante. Ha sido muy duro. Tengo cicatrices en mi cuerpo”, cuenta, mientras recuerda los golpes que le daban en Libia, un infierno para los migrantes donde cada día se violan los derechos de las personas en tránsito.

Cuando cruzaba las fronteras de África iba soñando con Europa. En su cabeza tenía anotados tres sueños. El primero se ha cumplido: estar en España; el segundo es tener los papeles. En 2021 pidió asilo, pero se le denegó. En 2023 presentó un recurso y está a la espera de la resolución. El tercer sueño es poder traerse a su hermana que está en Marruecos. “La quiero tener cerca de mí. Ha sido como mi madre”, explica. La joven sufre una enfermedad mental por la que le han retirado a su hijo y lo han puesto bajo el cuidado de una asociación en Marruecos. Izzy espera poder ir hasta allí y solucionar el tema.

Si mira al futuro, le gustaría verse viviendo en Fuerteventura. Levantándose cada día para abrir la puerta de su propia carnicería; con esposa e hijos y con su hermana y sobrino al lado. En definitiva, “tener mi vida porque llevo años buscándola”.

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