Alex Salebe

Redescubriendo el hielo

Pasados casi 58 años de la publicación de Cien años de soledad  (mayo 1967) y  más de 10 años del fallecimiento de Gabriel García Márquez (17 de abril de 2014),  podemos ver en Netflix la primera adaptación de la novela del Nobel colombiano al lenguaje audiovisual.

El escritor nunca permitió que su obra, obra maestra de la literatura universal, fuera llevada al cine, sobre todo porque pensaba que las limitaciones de tiempo del séptimo arte podían chafar la increíble historia de Macondo, el pueblo fundado por  José Arcadio Buendía, junto a su mujer, Úrsula  Iguarán, y un grupo de amigos aventureros, y el relato de realismo mágico de amor y tragedia de los Buendía, estirpe de siete generaciones que floreció de ese matrimonio entre primos.

La familia de García Márquez no traicionó la memoria del autor, para nada, porque él mismo transmitió a su mujer y dos hijos que cuando muriese tenían vía libre para hacer lo que quisieran con la novela: “y le hemos obedecido”, dijo Rodrigo García Barcha en el coloquio virtual ‘Gabo y el cine’, que tuve la oportunidad de seguir en 2020, en el marco de las actividades gratuitas organizadas por la Fundación Gabo durante la cuarentena por covid.

El hijo de Gabo y director de cine anunció allí el retraso, por la pandemia, del estreno de la serie Cien años de soledad, previsto inicialmente para 2020. Y ha valido la pena la espera, tanto para quienes hemos leído y releído la novela como para quienes muy probablemente van a leerla motivados por la producción de Netflix.

Me “papié” los ocho capítulos en un santiamén y me encantó y sorprendió esta primera temporada  que alumbró el pasado 10 de diciembre. Aunque no es ni puede ser una transcripción literal de la novela, está hecha con mucho respeto y pocas reservas de inversión.

Toda obra cinematográfica, como cualquier expresión artística, debe defenderse por sí sola, así que no hace falta haber leído la novela para entender la serie, pero sí considero que con la lectura previa puede disfrutarse mucho más.

Imagino la presión que tuvieron que soportar el equipo de producción y los directores de la serie, Alex García  y Laura Mora, el argentino dirige los capítulos uno, dos, tres, siete y ocho,  y la colombiana, el cuatro, cinco y seis, para no defraudar, respetando para empezar, la voluntad expresa del escritor, que si algún día se grabase Cien años de soledad se hiciera en español y en localizaciones de Colombia.

No voy a destripar la serie porque sería arruinar la sorpresa,  pero sí puedo decir que se nota el trabajo creativo en la elaboración del guión, el esfuerzo en los decorados y vestuario de época, el ingenio en la construcción de hasta cuatro estampas de Macondo de acuerdo a la evolución del pueblo desde que era una pequeña aldea de casas de barro hasta un pueblo con edificaciones de dos plantas.

También se nota, y mucho, el cuidado en el casting y la elección y caracterización de los actores para las edades joven y adulta de los protagonistas, José Arcadio, Úrsula y su hijo, el coronel Aureliano Buendía,   el mismo que recordó en el momento de su fusilamiento, “aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.

Para esta escena de un hecho tan normal como ver un simple bloque de hielo o el descubrimiento de las propiedades de atracción del imán, los escarceos amorosos y las relaciones carnales entre parientes, la peste del insomnio y del olvido, la pugna armada entre conservadores, liberales y traidores, o los presagios descritos magistralmente en las páginas del libro, como la muerte del gran patriarca de los Buendía, la serie presenta soluciones audiovisuales, incluidos efectos especiales, que simbolizan el realismo mágico del Nobel.

También hay un ejercicio práctico de equilibrio en los diálogos y la ayuda puntual de un narrador, y de la música, bastante presente con ritmos autóctonos del Caribe. La serie es atrevida y rompe con la estructura narrativa de la novela sin desmerecer su contenido, es cine y aprovecha los recursos técnicos y narrativos para contarnos la trama. Las obras de Gabo plantean pocos diálogos, pero evidentemente en el cine es un recurso del que no se puede prescindir.

Nunca podremos saber la opinión de un escritor que prefería el cine como buscador de historias y no la prosa como base de la producción cinematográfica, pero seguramente la familia de García Márquez ha quedado satisfecha con la serie.

En la segunda y última temporada, también de ocho capítulos, supongo que podremos ver, entre otros acontecimientos macondianos,  la riqueza productiva de la zona bananera explotada por una compañía gringa y la masacre que provocó tanta prosperidad.

Si me ponen a escoger, me quedo con la novela, porque aunque la serie sea espectacular, es imposible relegar la genialidad del escritor, que hasta parece que con su descripción de los hechos y la atmósfera donde se desarrollan, ya te hubiera dibujado visualmente en la novela lo que hoy podemos ver en pantalla.

 

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