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“Los protagonistas de ‘Años de sal’ son gente cercana, vecinos y vecinas”

“No es difícil para quien visite la exposición reconocerse en las escenas”, destaca el fotógrafo Carlos de Saá

Myriam Ybot 1 COMENTARIOS 22/08/2024 - 08:07

Aunque pensar en el último lustro de la década de los noventa en Fuerteventura como “años de sal” pueda remitir al público más desavisado a océano, salazones y una espesa maresía impregnando los perfiles de la isla majorera, hay que ponerse en la piel de un joven Carlos de Saá para acertar con el significado más profundo de la metáfora que da título a su más reciente exposición de fotografía.

“Aquel tiempo lo recuerdo dentro de un laboratorio, rodeado de las sales de plata que formaban la emulsión del papel y la película en blanco y negro. Era un rincón de la Casa de la Cultura de Gran Tarajal, mi pueblo, que se convirtió en un lugar muy especial, un templo donde las horas pasaban sin sentir”, recuerda el fotógrafo. De ahí la denominación de la muestra que recoge parte de aquella producción de juventud y que puede ser visitada de martes a sábado, en horario de 10.00 a 17.00 horas, en el Hospitalito de La Ampuyenta (Puerto del Rosario).

Gracias a la asociación cultural Tiempo Sur, el entonces estudiante recibió la tarea de coordinar el Aula de Fotografía y documentar la actividad cultural del municipio de Tuineje, lo que hizo de aquel inmueble su segundo hogar. “Eran otros tiempos, todos teníamos llave de la Casa de la Cultura y muchas noches de verano las pasaba en el laboratorio. A veces ponía las copias a secar a las dos de la mañana y me pasaba al local de ensayo de al lado, a escuchar a Quijotes Urbanos o a Tormento... A día de hoy sería algo impensable, pero en aquellos años teníamos una libertad absoluta para utilizar las instalaciones a cualquier hora”, relata.

Cómo no ser prolífico entonces, cómo no dar rienda suelta a la pasión creadora cuando los minutos se estiran y el camino de la vocación es dorado y llano como la propia isla. La desbordante cosecha fotográfica permitió, mucho tiempo después, la digitalización de 3.500 imágenes, reunidas en torno al vector común de la etapa estudiantil y de una Fuerteventura erigida como gran protagonista; y de entre ellas, la selección de las casi 300 que integran la colección Años de sal.

Una tarea compleja, al decir del autor: “La labor de edición normalmente es durísima para un fotógrafo, ya que supone ir desechando instantáneas para quedarse con unas pocas. En este caso fue doblemente complicado, ya que son negativos de hace casi 30 años y en casi todas había alguien o algo que no quería dejar atrás. La exposición se diseñó pensando en una sala con contexto histórico, para posicionar al espectador en aquellas décadas, y a modo de pequeños reportajes. Una vez decidida la narración espacial, ya era cuestión de ir seleccionando las fotografías para contar esas pequeñas historias como si de capítulos se tratase”.

De Saá vuelve a tirar de alegoría literaria cuando explica que la muestra se esbozó de forma expresa para el Hospitalito de Ampuyenta, “interpretando sus muros casi como si fueran hojas de un libro, y con un lenguaje muy sencillo y directo”. “Si hubiera intentado contarlo de otra forma, probablemente hubieran salido series diferentes y algunas fotos que quedaron fuera, hubieran entrado”, reflexiona. En todo caso, lo más importante es, a su juicio, que gracias a esta iniciativa todos las películas están ya digitalizadas y a salvo, lo que le permitirá, en el futuro, trabajar en algún proyecto más personal.

Con las cifras de visitas en la mano y las reseñas favorables que está recibiendo, hay que agradecer a los hados que aquella carpeta hasta los topes de negativos, que anduvo perdida durante años, saliera a la luz para mostrar una Fuerteventura tan próxima en el tiempo y tan lejana en su iconografía y textualidad. Porque pese a la voluntad inalienable de progreso y transformación que alienta al género humano, nada hay que pellizque más las fibras emocionales que los retales del pasado, ya sean en imágenes, relatos, música o sabores.

Fue aparecer el tesoro gráfico, publicar algunas fotos en redes sociales y lo demás vino rodado. En seguida, la Red de Museos del Cabildo de Fuerteventura se interesó por ellas y llegó la propuesta de exhibición pública. “Y además, en el Hospitalito, una verdadera joya de inmueble, que permite trabajar en altura y que tiene una luz natural increíble”, explica con el tono admirado de quien todavía no puede creer tanta fortuna.

Amor a primera vista

Quien pasa por el recinto y se expone a las imágenes, a sus volúmenes, texturas y contrastes, siente un flechazo inmediato, como si un Cupido travieso se ocultara tras las dunas y cortijos de las instantáneas o entre las aglomeraciones de las fiestas populares que Carlos de Saá retrató en los noventa. Eventos por los que mantiene un interés virgen, impoluto, como recién nacido en cada disparo: “No me canso de fotografiar celebraciones como las de San Miguel, en Tuineje; se me van los ojos a todo lo que sucede. No me cabe en la cabeza vivirlas sin la cámara”, confiesa.

La pasión amorosa está también en el sentimiento que despierta la actividad fotográfica en el creador majorero, “especialmente por el blanco y negro y los procesos del revelado y positivado”. “En mi etapa de estudiante, el color me interesaba poco o nada. Además tenía la ventaja de que podía comprar latas de 30 metros de película y montar yo mismo los carretes, con lo que el ahorro era considerable. Creo que puedo contar con los dedos de una mano los carretes en color que utilicé en esa época. La cosa cambió en el año 1999, cuando empecé a trabajar en La Provincia/Diario de Las Palmas, pues ya imprimían en color y dejé el blanco y negro atrás durante mucho tiempo”, comenta.

“En mi etapa de estudiante, el color me interesaba poco o nada”

En cualquier caso, la recuperación del material y la selección de negativos para esta propuesta cultural parece haber dado en el clavo de los gustos del público local y de los turistas que pasan por La Ampuyenta y que se deshacen en elogios ante la capacidad del autor para congelar instantes singulares de la Isla, que hace tres décadas formaban parte de su cotidianeidad diaria y hoy parecen cosa del pasado.

Y aunque De Saá es humilde en sus aspiraciones y conseguir que haya quien se desplace hasta el Hospitalito para disfrutar de la exposición ya le parece “un logro increíble”, reconoce que el día de la inauguración, “un poco nervioso y no muy pendiente a lo que sucedía a mi alrededor, parece que mucha gente empezó a hacer fotos con el móvil y a llamar a otras personas, para decirles que tenían que ir a ver la muestra, que aparecían en las imágenes”. De ahí la recomendación que se atreve a lanzar sobre este proyecto: que nadie dude que se ha realizado con mucho cariño, tratando de crear complicidad con el espectador. “Los protagonistas de Años de sal son personas cercanas, nuestros vecinos y amigos, y creo que no será difícil para cualquiera que la visite reconocerse en las escenas”.

Pero además de fotografiar la atmósfera de lo popular, las fiestas y el espectáculo de la naturaleza, el vacío del territorio majorero y la enormidad de su bóveda celeste, en su faceta como fotoperiodista para medios locales y la Agencia EFE, Carlos de Saá muestra una honda preocupación social al retratar la migración, el turismo, la pandemia o la erupción volcánica en La Palma, en instantáneas que le han valido varios premios y reconocimientos nacionales e internacionales.

Él mismo, en un texto introductorio para la muestra, lo expresa de manera impecable: “La fundación World Press Photo acababa de publicar por aquel entonces un libro que resumía los últimos 40 años del certamen; lo encontré por casualidad en una librería, se fue conmigo a casa y allí sigue. Ese libro y las fotografías de las calles de New York, de un tal William Klein, fueron determinantes. Hasta aquel momento mi relación con la fotografía no iba más allá de álbumes de recuerdos de familiares y amigos, pero aquello era diferente. Aquellas fotografías me mordían en la boca del estómago, empecé a comprender la capacidad y la fuerza de aquellas imágenes para contar historias, y convertirme en fotoperiodista se convirtió en una obsesión”.

Al respecto de esta dualidad, asegura que “tener la posibilidad de tocar diferentes palos” es lo que le hace “disfrutar más”. Y aclara: “Sigo disfrutando como el primer día del trabajo que hago en prensa, y colaborar con Diario de Fuerteventura o con la Agencia EFE cada mes me parece un lujo, que además puedo compaginar con otros trabajos de corte editorial o proyectos personales; es en ese equilibrio donde me encuentro más a gusto”.

Imágenes y palabras

Si en la combinación del trabajo informativo y el más artístico y creativo está la clave de la satisfacción plena, sumar palabras a sus fotografías desborda la copa de sus aspiraciones: “Creo que la fotografía está íntimamente ligada a la literatura, son dos disciplinas que se adoran la una a la otra. En muchas ocasiones la fotografía nace de la palabra y en otras genera reflexión, que a su vez se traduce en un texto. No creo en esa frase que dice que una fotografía vale más que mil palabras. Cada disciplina tiene su valor por separado, y juntas lo multiplican”.

De esa actitud generosa, rara de ver en los ególatras mundillos del arte, han surgido fructíferas colaboraciones, como la que durante años mantuvo el fotógrafo con el periodista y escritor Juan Jesús Darias en la sección ZOOM de Diario de Fuerteventura, que De Saá recuerda con cariño y nostalgia, mientras asegura que su proximidad “siempre es enriquecedora”. “Nos conocimos cuando ambos trabajábamos en La Provincia y siempre estábamos buscando algún reportaje que hacer juntos. Es un maestro de la palabra, con él aprendo muchísimo, y acabo viendo en las fotografías cosas que antes no veía. Algo tan simple como tomarte un café con Juan y te vas con mil ideas rondándote en la cabeza”, dice con una sonrisa.

“Tener la posibilidad de tocar diferentes palos es lo que me hace disfrutar más”

A la olla mágica de la emulsión de sales de plata, “cuando el revelador hacía su trabajo y las imágenes, pequeños trozos de vida formados por fracciones de segundo, iban apareciendo bajo la luz roja”, ha sumado Darias el sortilegio de su palabra, facilitando el encantamiento para un viaje al pasado en alfombra voladora. “Durante los años de sal las tardes de verano se prolongaban hasta que el cuerpo decía basta, las familias se hacían más extensas en torno al puchero de las fiestas y las pieles ensalitradas se rozaban en las verbenas. En los años de sal la Isla parecía despoblada y no era necesario perderse para escuchar el silencio o disfrutar de un kilómetro particular de playa. Los años de sal formaron parte de una época en la que Fuerteventura era un arcano para quienes la visitaban y un extenso pueblo para los majoreros y majoreras de nacimiento o adopción”.

Carlos de Saá ha sabido retratar de manera excepcional la epidermis majorera, árida y rugosa, el rascar de la aulaga rodando a golpe de alisio, un haz de luz que raja la oscuridad germinal del poniente; también el instante previo a que una parranda se arranque por malagueñas, la felicidad absoluta de una pareja extranjera rindiendo culto al sol y reposando sus adiposidades sobre la arena dorada, o el vaso comunicante de angustia entre quien toca tierra en una patera y quien entrega una manta y es consciente de la vacuidad del gesto.

Pero se resiste, con su habitual sencillez, al calificativo de “fotógrafo de Fuerteventura”. “Cuando te dedicas a la prensa es normal que tu trabajo en ocasiones haga más ruido que el del resto de compañeros. Creo que a veces se habla desde el cariño, sin tener mucha idea de lo que se dice. Estoy constantemente siguiendo el trabajo de muchos de mis colegas por los que siento respeto y admiración y si tuviera que dar el nombre de alguien que realmente está a otro nivel, y además trabaja en la primera división en Fuerteventura, diría Raquel López Chicheri. Conozco su obra desde hace años y me quito el sombrero cada día viendo sus fotos”.

Imágenes

Comentarios

Muchas felicidades Carlos, grandísimo y fantástico trabajo de todo un auténtico profesional. Llevas la fotografía en la sangre y me alegro mucho que un majorero tenga esa entrega y sacrificio por esa profesión. Recuerdo excursiones que hicimos de niños y ya llevabas la cámara colgada al cogote, naciste para hacer lo que haces. Un abrazo y nuevamente muchas felicidades.

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