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De Fuerteventura a Australia, bitácora de una majorera al otro lado del mundo

Margarita Hernández formó parte del grupo de personas que migraron a las antípodas en los años sesenta

Eloy Vera 4 COMENTARIOS 29/07/2023 - 08:59

Cuando su padre enfermaba, quería tener alas para llegar lo antes posible a su lado. Cuando se acordaba de su hermano, sacaba un perfume, que le había regalado, y lo olía. Son algunos de los recuerdos que Margarita Hernández guarda en su baúl de migrante. En 1969 cogió las maletas y voló los 16.800 kilómetros que separan Fuerteventura de Australia para estar junto a su esposo. Emigró por amor, pero también buscando un futuro en color más allá del blanco y negro que le ofrecía la Isla.

La historia de Margarita es la de miles de mujeres y hombres que emigraron a Australia durante la España franquista. Australia se prometía como el dorado para miles de españoles. Sólo hacía falta que uno de ellos emigrara para que luego continuara la cadena migratoria entre sus familiares. Una vez en el país, este reclamaba a otros parientes y Australia, ansiosa de mano de obra, estaba receptiva.

Durante el siglo XX, la emigración desde Fuerteventura tuvo paradas en Venezuela, a mediados de los cincuenta, y, más tarde, en el antiguo Sáhara español, pero también hubo un pequeño grupo de majoreros que emigraron a Australia. La madre de los Perera, de Vega de Río Palmas, tuvo que despedir a tres de sus hijos: Albino, Niceto y Raimundo. Los tres hermanos decidieron dejar atrás la Fuerteventura de cabras y plantaciones de tomateros y buscar otro futuro. Y ese futuro estaba en Australia. Luego, reclamaron a otro hermano, Juan Silvestre.

Albino fue el primero de ellos. Se subió en un barco con la intención de recorrer el mundo y ver qué país le gustaba para quedarse a trabajar en él. Estuvo un tiempo en el Capitán Anastasis, un barco de bandera griega donde se ganaba la vida como mecánico. A bordo reclamó a sus dos hermanos, que acabaron también formando parte de la tripulación. Creyeron que Australia era el país que más expectativas cumplía y allí se bajaron.

Albino era el novio de Margarita. Antes de irse de Fuerteventura le prometió que se la llevaría con ella, una vez escogiera el país. Y cumplió la palabra. Un día se presentó en su casa de Tenemoy, cerca de Ajuy, para hablar con el padre de la muchacha, José Hernández, y explicarle los planes de futuro. Esos planes estaban al otro lado del mundo. El padre los aceptó. José era un hombre de campo, pero con pensamientos avanzados y no estaba dispuesto a cortar las alas de sus hijos.

“Era joven y siempre fui decidida. Era arriesgada. Me subía en la moto de mi padre y no tenía miedo”, recuerda Margarita, 54 años después de haber iniciado su aventura en Australia, sentada en un restaurante de Puerto del Rosario con vistas al mar.

Cuando el pueblo se enteró de sus planes de viaje, empezaron los comentarios. Unos le decían a su padre que cómo dejaba irse a la muchacha tan lejos; otros le preguntaban a Margarita cómo iba a dejar atrás a su familia, sobre todo a su madre. Los oía y se entristecía, pero no quería renunciar al sueño de prosperidad que le esperaba en el país de los canguros.

Tras quedarse viuda, Margarita regresó a Fuerteventura en el año 2017

Pasaron los días y llegó el momento de la despedida. Era febrero de 1969. “Fue horrible. Tenía tres hermanos menores. Yo pensaba que eran tan pequeños que se iban a olvidar de mí. Sobre todo, el más chiquitito que tenía tres años. Lloraba tanto por él”, recuerda.

Tras la despedida llegó el avión. La primera parada fue Madrid. Viajaba junto a otra majorera a la que su pareja también la había reclamado. “Tuvimos que ir unos días antes a Madrid para hacer algunas gestiones de migración”, recuerda.

De las anécdotas que guarda en su diario de migrante hay algunas que recuerda con mucho dolor. “El día antes de coger el avión, en Madrid, entregamos las maletas y dejamos sólo la ropa del viaje. Nos hicieron limpiar los zapatos con un líquido y sólo nos dejaron los que íbamos a tener puestos. Cuando llegamos al avión, entraron los de Sanidad con una alfombra mojada y nos agarraron por el brazo para que nos limpiáramos los pies. Aquello me pareció una tristeza para mi tierra. Me dio la impresión de que pensaban que estábamos todos infectados”, cuenta.

Espray de bienvenida

De Madrid voló a Italia, donde subieron más pasajeros reclamados por familiares y desde ahí hasta Australia. Al aterrizar, los de Sanidad subieron a fumigar todo el avión con un espray. “Parecía que estaban explayando moscas”, recuerda con dolor. Luego, supo de los controles y medidas estrictas que el gobierno australiano aplicaba con los vuelos extranjeros que llegaban al país.

Se instaló junto a su marido en Melbourne. Albino trabajaba haciendo túneles en las calles para meter tuberías. Luego, pudo ahorrar y comprarse un camión y empezó a repartir mercancía. Un tiempo estuvo viajando por varios estados de Australia hasta que logró quedarse trabajando en Melbourne.

La suerte empezó a sonreír al matrimonio hasta que Margarita sufrió un accidente de coche que la dejó cinco días en coma y las dos piernas rotas. Ahí, comenzó a toparse con la otra cara de la migración, la de estar sola y enferma, con dos hijas pequeñas, una de ellas de diez meses, en un país extranjero a miles de kilómetros de la familia.

Sacar adelante los hijos sin una red familiar de apoyo no fue fácil, pero Margarita siempre fue una mujer fuerte, acostumbrada a lidiar con las adversidades. Con el tiempo, fue recuperándose del accidente. Consiguió trabajo como costurera en una boutique infantil y sus hijas fueron creciendo felices. Poco a poco, la idea con la que soñaba cuando ponía la cabeza sobre la almohada de su cama en su casa de Tenemoy empezaba a tomar forma.

Aun así, reconoce que, si volviera 20 años atrás, no emigraría. “Se sufre mucho dejando a la familia atrás”, asegura. “Se enfermaba mi padre y quería tener alas y volar. No podía encontrar un billete sobre la marcha. Era muy complicado. Tenía que buscar las combinaciones. Pedías un billete urgente y, a lo mejor, tenía que esperar a mañana”, recuerda. Una de las veces que su padre se puso enfermo, cogió un avión con la angustia de no saber si cuando llegara a Fuerteventura estaría vivo. El viaje duró 24 horas. “Estuve todo el viaje con angustia. Sin saber si estaba muerto o no. Son las cosas que me marcaron de la migración”, cuenta.

Hace unos 30 años, su madre María Alonso le regaló una medalla con la imagen de Fuerteventura. No se la suele quitar del cuello. Durante la entrevista, la toca en varias ocasiones. “Fuerteventura es mi tierra. Mi patria es España, pero mi isla es Fuerteventura”, dice convencida.

Después de un tiempo en Australia, empezó a sobrevolar en su mente la idea de retornar. Echaba de menos la familia. “Siempre pensé en volver, pero si llegas a un país y no te vas durante los primeros dos o tres años luego no te vas. Viene el colegio de las niñas, el instituto… Es un enganche del que no sales”, reconoce.

Cuando sus hijas se hicieron mayores emigraron. Una de ellas a Londres y la otra a Fuerteventura. Margarita y su marido empezaron a pensar que ya era la hora de volver, pero Albino enfermó y acabó falleciendo en Australia en 2017. Se quedó sola; hizo las maletas y regresó a su Isla.

Margarita muestra su medalla de Fuerteventura.

“Me dolería que un nieto llegara y me dijera que va a emigrar. Sé que se pasa mal”

En Fuerteventura es feliz al lado de los suyos. Se entretiene plantando verduras en su huerta en Tenemoy. Y aprovecha la vida. Reconoce que al principio le costó volver a adaptarse a la Isla. “En Australia, era muy rápido todo. Aquí es más lento. La espera, por ejemplo, para arreglar un papel es una desesperación”, dice.

Dos días antes de la entrevista, una patera con 54 personas a bordo llegó a Fuerteventura. En su interior, viajaba un matrimonio magrebí con un bebé de siete meses. La imagen del padre con el hijo en brazos en el muelle recorrió todo el país, mientras su mujer embarazada intentaba recuperarse en el hospital.

“Me da mucha pena todo esto”, cuenta la mujer. Se pone en el pellejo de esas madres con niños llorando que llegan a nuestras costas sin saber explicar por qué lloran. “Cuando no entendía mucho el inglés iba al hospital con mis hijas y no sabía decir qué le había pasado. Eso es muy difícil”.

Canarias vive estos días un repunte migratorio donde empieza a ser raro no ver llegar una patera o un cayuco al Archipiélago cada día. Llegan embarcaciones y otras desaparecen en el mar sin lograr alcanzar la costa. “Es muy triste ver morir a la gente en el mar”, insiste.

Mientras el mar se convierte en un cementerio de pobres, el discurso racista y de odio sigue corriendo a sus anchas. Margarita no deja pasar la oportunidad de responder a quienes cuestionan la migración. “Ellos vienen a buscar una vida mejor”, dice. Y vuelve a abrir el baúl de la memoria para recordar cómo en Australia, a los migrantes como ella, les llamaban WOG, una expresión peyorativa con la que se refieren a personas de origen diferente al anglosajón.

“Me dolería que un nieto llegara y me dijera que va a emigrar. Sé que se pasa mal. Se sufre mucho, sobre todo cuando hay un familiar enfermo”, dice ahora desde el espigón que da vista a la playa de Los Pozos. No sabe si algún día volverá de visita a Australia. No lo tiene en mente. Vuelve a mirar al mar y dice: “Hoy se ha quedado buena la playa”, de su Isla, la que lleva colgada al cuello.

Comentarios

Gracias Margarita por contar su historia, dura, y tener la empatía de comprender a tantas personas que huyen de sus países buscando un futuro mejor.
Maravilloso artículo, con la biografía de una mujer valiente y trabajadora. La de " capitulos" que el señor Vera podría escribir, describiendo más pormenorizadamente las experiencias de esta majorera valiente. ¡ Y lo que íbamos a disfrutar quienes los leyeramos! Y lo yo daría por conocerla personalmente, y que me contara de sus experiencias "antipoditanas".
Nuestra admirable y estimada paisana Margarita, se fue a nuestras antípodas, al otro lado del mundo, por amor y con su amor: lejos, muy, muy lejos, ¿ pero hasta dónde no somos capaces de ir, enamorados, en alas de amor? En esa época, en cambio, muchas españolas viajaron hasta a Australia en busca de un amor... Como país de fuerte y reciente inmigración, ese Reino angloaustral tenía un excesivo porcentaje de población masculina sobre la femenina, y había que buscarles parejas, facilitándoles tener HIJOS: Australia, inmensa y escasamente poblada, sus gobiernos buscaban gente de fuera con que poblarla, de ser posible británica. En fin, que una orden religiosa católica española, aprovechó la ocasión en que la miserienta España necesitaba desesperadamente colocar a sus pobres en otros países, para ponerse en contacto con sedes hermanas suyas en Australia, para organizar expediciones de jóvenes españolas, solteras y casaderas, hacia la isla.continente del hemisferio sur. Por supuesto, mientras esperaban a que les aparecieran sus respectivos " Romeos", permanecían bajo tutela de la orden religiosa... ¡ Si no, las familias tradicionales españolas de la época, cómo iban a dejar a sus desvalidas pichoncitas volar hasta lugar tan lejano como desconocido! Antes solteras - qué desgracia- muertas de miseria, pero decentes y en casa.
Que ilustrativa vivencia la de ésta Majorera valiente. Mi enhorabuena... y decir también qué el Pueblo Canario es lugar de acogida, para todos aquellos qué huyen del hambre, las guerras, las miserias. Gracias, muchas gracias BUENA GENTE

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