Hakima, una vida de drama y superación
Huyó de Marruecos víctima de malos tratos y llegó en patera a Fuerteventura con tan solo 14 años y una hermana pequeña: “No sabíamos a lo que nos enfrentábamos ni el peligro”
Hakima Hassoune fue niña patera hasta que la mayoría de edad le abrió las puertas del centro de menores. Ahí tuvo que empezar a andar sola. Comenzó una nueva vida, “con una mano delante y otra detrás”. Desorientada y sin siquiera un permiso de residencia en su cartera. Años atrás, había iniciado otra vida lejos de El Aaiún de donde salió en patera con 14 años, en 2001, rumbo al Archipiélago y huyendo de una posible boda con un hombre que la maltrataba.
Han pasado más de dos décadas de la llegada de los primeros menores no acompañados a Fuerteventura en patera. Durante años llegaron miles. Algunos se quedaron en la isla y hoy presumen de ser majoreros. Los que esperaban en África a subirse en una patera se encontraron con que la crisis económica y los controles fronterizos les cerraron las puertas. Entonces, dejaron de soñar con venir a Canarias.
En los últimos meses, han vuelto a llegar al Archipiélago menores no acompañados, sobre todo a Lanzarote y, en menor medida, a Fuerteventura. Son jóvenes que aseguran ser menores de edad. A fecha de 31 de octubre, alrededor de 408 se encuentran bajo la tutela del Gobierno canario. Posiblemente, algunos han dicho tener menos edad en un intento desesperado por quedarse en las Islas. Una prueba ósea decidirá si lo son o no. De ello dependerá que tengan que regresar o no a su país.
La prueba ósea y su aspecto aniñado salvaron a Hakima de volver a El Aaiún. Allí había dejado a sus padres y hermanos, pero no le quedó otro remedio que subirse a la patera. El padre de Hakima era marroquí y su madre saharaui, pero en su casa no se solía hablar de territorios. El matrimonio terminó separándose. Tenían cinco hijos y Hakima, con ocho años, era la mayor.
Unos familiares decidieron que lo mejor sería que Hakima se casara y así habría menos bocas que alimentar en el hogar. La enviaron a Dukala, un pueblo del norte de Marruecos, donde vivía una tía suya que jamás había visto. Uno de sus hijos, su primo, sería su marido.
Con once años hizo las maletas y se fue con sus familiares. La intención era que viviera un año con ellos y que su tía-suegra le enseñara cómo llevar un hogar y ser una buena esposa. Recuerda aquel tiempo como una pesadilla: “Fue traumático”. “Esa persona quería mantener relaciones y hacer vida de matrimonio, pero yo no sabía lo que era eso. Sufrí malos tratos por parte de él”. Aún tiene cicatrices en su cuerpo que le recuerdan aquella pesadilla.
Hakima tenía que cuidar las cabras, dar de comer a las vacas, preparar la comida para una prole de familiares, limpiar el hogar… y todo en unas condiciones infrahumanas. Un día recibió la visita de otra tía suya. Le rogó que la devolviera con su padre. La mujer se apiadó de ella y la llevó de nuevo a El Aaiún. El día antes había sido maltratada por su primo.
Hakima tenía que cuidar las cabras, dar de comer a las vacas, preparar la comida para una prole de familiares, limpiar el hogar… y todo en unas condiciones infrahumanas
Hakima recuerda el reencuentro con su padre: “Cuando me vio se quedó loco”. No entendía cómo había mandado a su hija con su familia para que la cuidaran y la devolvían con el cuerpo marcado por las palizas. Hakima empezó a vivir de nuevo con su padre, pero las cosas no fueron fáciles.
Por el barrio se había extendido que la joven era impura por vivir con un hombre durante un año en matrimonio. Para evitar que todo aquello fuera a más, su padre buscó una solución y la respuesta estaba fuera de El Aaiún. Un día le dijo que se pusiera unos zapatos cerrados, cogiera una de las chaquetas con las que él, carnicero de profesión, iba al matadero y se pusiera unos pantalones.
Su padre le contó que iban a empezar una nueva vida en España. Así dejaría de ser la comidilla de las vecinas y él conseguiría ganar dinero para sacar al resto de sus hijos adelante. En el momento de la despedida, Nadia, una de sus hermanas, de siete años, empezó a llorar diciendo que ella quería irse con Hakima. “Al final, mi padre decidió quedarse y que nos viniéramos las dos”, recuerda.
Un día de noviembre de 2001 un Land Rover recogió a las dos hermanas de su casa y las llevó a Tarfaya. La intención era que la patera saliera esa misma noche, pero el mal tiempo y el aumento de controles en el mar abortó el plan. Tuvieron que esperar otro día más. Finalmente, Hakima, Nadia y 30 personas más, tres de ellas mujeres, salieron de Marruecos en patera.
Permanecieron tres días en alta mar. “Parece que está cerca pero no”, cuenta la joven. Por el día parábamos en alta mar para que no se nos viera y navegábamos de noche”, explica. También recuerda lo durísimo que fue el viaje sin comer, ni beber y con la ropa mojada. “Casi pierdo a mi hermana Nadia”, cuenta.
Sin saber nadar
Cuando vieron la orilla las tiraron de la patera al mar. Ninguna de las dos sabía nadar. Ella andaba de puntillas para que el agua no la tapara mientras intentaba, con la ayuda de uno de los compañeros del viaje, sacar la cabeza de su hermana fuera del agua. A pesar de ello, no recuerda haber tenido miedo. Asegura que era por “ignorancia”. “Me cogieron y me montaron en una patera, pero no sabíamos a lo que nos enfrentábamos ni el peligro”.
No recuerda la zona por la que llegó, pero sí que vio primero “montañas negras y luego dunas”. Tampoco la fecha exacta, pero debía de ser a mediados de noviembre de 2001. Llegaron de noche y se refugiaron en una montaña. Al día siguiente, el grupo de personas cogió una carretera y echó a andar en busca de algún pueblo. La gente pasaba y los miraba. Vieron cómo un coche se detenía y su chófer hacía una llamada. Poco después, apareció la Guardia Civil. Ellas fueron las únicas que se quedaron por ser menores. El resto fueron devueltos a su país.
Hakima no guarda mal recuerdo de sus primeras horas en Fuerteventura. “La Guardia Civil nos atendió muy bien a mi hermana y a mí”, comenta. Luego fueron a la comisaría. La primera noche la pasaron en el Centro de Internamiento para Extranjeros (CIE) de El Matorral. De ahí a un centro de menores de Puerto del Rosario. La tercera noche durmieron en el que sería durante un tiempo su nuevo hogar: el centro de menores de Casillas del Ángel. Aún recuerda la sorpresa que se llevó al ver su foto en la portada de un periódico local informando de la llegada de dos menores en una patera.
“Sin papeles no podía viajar, trabajar, ni nada”, comenta. Con el dinero ahorrado alquiló una casa y gracias a una familia, que había conocido tiempo atrás, consiguió trabajo
Las instalaciones para acoger a menores en Fuerteventura empezaron a colgar el cartel de completo. Al Gobierno canario no le quedó más remedio que empezar a repartir a los niños por otros centros de las Islas. A Hakima y Nadia les tocó La Palma. El 24 de febrero de 2002 cogieron un avión rumbo a la Isla Bonita. Era la primera vez que se subían en un avión.
Hakima, de 31 años de edad, insiste en que siempre ha estado “agradecida” con las dos Islas que le acogieron y comenta cómo cada vez que va a La Palma visita a los cuidadores. “Es visita obligatoria como ir a ver a una abuela”, explica.
Las pruebas óseas no dieron en la diana y a Hakima le atribuyeron un año y medio más que su edad real. Un día tuvo que abandonar el centro. Para el Gobierno de Canarias había cumplido 18 años de edad, pero realmente aún le quedaba un año y medio para que eso ocurriera.
La salida no fue como esperaba. “Salí sin permiso de residencia. Solo con un papel que ponía mi nombre, lugar de donde era, fecha de nacimiento y que había estado tutelada por el Gobierno de Canarias”, señala.
Echó a andar con el papel y 2.000 euros que había ido ahorrando gracias a un trabajo como peluquera en el mismo lugar que había hecho las prácticas de un módulo de peluquería. “Sin papeles no podía viajar, trabajar, ni nada”, comenta. Con el dinero ahorrado alquiló una casa y gracias a una familia, que había conocido tiempo atrás, consiguió trabajo. Con un contrato laboral por fin podría obtener el permiso de residencia. El documento llegó en 2005.
No guarda malos recuerdos de todas aquellas personas que se preocuparon por ella y su hermana. La joven explica que fueron las primeras marroquíes menores que llegaron a La Palma: “Fuimos una especie de experimento”. Tras alcanzar las dos la mayoría de edad, vivieron un tiempo en Santander. Hakima y Nadia regresaron en 2014 a Fuerteventura. “Me había quedado ese buen recuerdo de la Isla y quise volver”, comenta.
Tras trabajar un tiempo en un restaurante en Puerto del Rosario, Hakima empezó de cocinera en la cadena Barceló de Caleta de Fuste. Allí lleva cuatro años. En la Isla ha encontrado el amor junto a un grancanario y en unos meses será mamá. “Tendré un hijo majorero”, sonríe.
La sensación que tuvo cuando llegó en patera a Fuerteventura y ver que los policías las cogían y las iban a tratar bien solo encuentra comparación con la alegría que sentía cada 6 de enero con la llegada de los Reyes Magos al centro de menores.
Comentarios
1 Majorero Sáb, 17/11/2018 - 22:36
2 Julia Dom, 18/11/2018 - 10:43
3 Julia Dom, 18/11/2018 - 10:43
4 Maris Dom, 18/11/2018 - 17:05
5 Verónica Lun, 19/11/2018 - 19:43
6 Fanny Mar, 20/11/2018 - 00:20
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