La solidaridad tiene forma de sombrero
La Obra Social Sombrero del Pueblo atiende a personas del sur de Fuerteventura que requieren atención continuada
Pedro Müller se bajó del andamio en 2015 después de 25 años trabajando en su propia empresa de construcción. Con los pies en el suelo, decidió mirar a su alrededor y escuchar a conocidos a los que la crisis o la enfermedad los había apaleado. Un día se subió a su coche y empezó a visitarlos y prestarles ayuda. Desde entonces, suma kilómetros y proyectos como Obra Social Sombrero del Pueblo con la que asiste a todo aquel que marque su número de teléfono.
Pedro se puso en 2015 un sombrero de cowboy y desde entonces no se lo ha quitado. El sombrero da nombre a la asociación creada por este alemán que con 19 años decidió abandonar su país para ver mundo. Tras recorrer parte de él, optó por quedarse en Fuerteventura. En la Isla lleva viviendo 30 años. En todo este tiempo ha visto cómo Fuerteventura ha recibido millones de visitantes, unos persiguiendo el sol y otros un trabajo. Unos han tenido suerte de encontrar lo que buscaban, mientras otros se han visto sacudidos por la enfermedad, el desempleo o pensiones ridículas. Para ayudarles, Pedro creó en marzo de 2016 la Obra Social Sombrero del Pueblo, en Costa Calma. En agosto de 2017 consiguió inscribirla como asociación.
La localidad es un puzle con gente de más de 20 nacionalidades distintas. La intención de Pedro es que “todos estén bajo un mismo sombrero”. Sobre todo los que más lo necesitan. Con esa intención creó este grupo con el que intenta “ayudar a las personas dependientes que residen en la zona o aquellos que no llegan a fin de mes o, incluso, no tienen ni para comer”.
Sombrero del Pueblo echó a andar como un espacio para la juventud. La mano de obra inicial la pusieron jóvenes marroquíes, senegaleses, saharauis, polacos… que pasaban horas mirando al cielo en los alrededores del local. “Les dije si ustedes queréis yo me preocupo en que tengan un local donde poder realizar vuestros bailes o reuniones”, recuerda. El propósito final era buscarles un entretenimiento fuera de la calle.
Poco después, empezaron a dejarse ver por el local jubilados que buscaban unas horas de compañía y personas con algún tipo de dependencia que demandaban a alguien que les atendiera. “Necesité gente que me ayudara a ayudar a esa gente y los jóvenes empezaron a ayudarme”, comenta.
Poco a poco, el lugar se convirtió en un comedor social, un lugar donde se venden productos de segunda mano para recaudar fondos para la asociación y en una familia donde unos ayudan a otros a cambio de compañía. En un rincón del local, siempre hay una garrafa de agua para frenar la sed de cualquiera que pase por la zona.
Antonio es malagueño, tiene 58 años, los últimos 25 los lleva viviendo en Fuerteventura. Vino a trabajar a la hostelería, pero desde hace un tiempo es pensionista. La boca de Antonio no para de soltar halagos hacia Pedro e insiste en que “es una persona cuya máxima es la solidaridad”. Con él ha tenido detalles materiales, pero “sobre todo me siento reconfortado porque me escucha”, comenta.
Viajes al hospital
En la actualidad, la Obra Social Sombrero del Pueblo atiende a cinco personas de La Pared y Costa Calma que requieren atención continuada. Pedro o alguno de sus colaboradores les ayudan llevándolos al hospital de Puerto del Rosario o a los centros de salud más próximos. También los acompañan a realizar la compra o les prestan asistencia domiciliaria.
Entre sus colaboradores se encuentra Carmen, una alemana residente en la isla desde hace 30 años. Sufrió un ictus hace algún tiempo, pero eso no le impide ser “la madre” de todos los que pasan por Sombrero del Pueblo. “Cuando llego al local cada mañana ya está ella esperando y se va cuando me voy”, alaba Pedro. Junto a ellos está Paco. Su experiencia en los fogones de los hoteles de la isla la ha puesto ahora al servicio de Sombrero del Pueblo. En la cocina del local, hace platos que venden para recaudar dinero para la asociación o los pone al servicio de los que no tienen para comer. Pedro señala que uno de los propósitos de la asociación Sombrero del Pueblo es acompañar a esta gente en sus quehaceres diarios, “que puedan hacer contactos y quitar los límites que tienen después de estar tres o cuatro años cerrado en su casa”, subraya.
El coche cedido por un voluntario a Sombrero del Pueblo no para de marcar kilómetros. Pedro asegura que ha llegado a hacer 6.000 en cinco semanas. Tampoco su teléfono ha dejado de sonar. Los que lo conocen señalan que su teléfono está las 24 horas del día operativo para escuchar y ofrecer ayuda. Rita Romildo marca el número de Pedro cuando cae al suelo y necesita ayuda. Esta alemana, de padre italiano, llegó a la isla hace 20 años, un 3 de enero de 1998, recuerda. Trabajó en la recepción de un hotel, en una empresa de alquiler de coches, en una tienda de artesanía… hasta que hace unos siete años una esclerosis múltiple la retiró y la obligó a moverse en silla de ruedas. Enfermó hace 26 años con esclerosis múltiple. A ello se unió una grave intoxicación de mercurio de los empastes de amalgama y una borreliosis después de que una garrapata le trasmitiera una bacteria llamada borrelia. Tras el fallecimiento de su marido, hace unos ocho años, vive sola.
Conoce a Pedro “desde hace muchos años”. En 2008 realizó unos arreglos en su casa y, desde entonces, “hizo amistad con mi marido y conmigo. Cuando él murió, me dijo tienes que salir de casa y desde entonces se ocupa de mí”, explica. Y añade “Pedro tiene un alma maravillosa”.
La amenaza de los cortes de luz
Los ingresos de la Obra Social Sombrero del Pueblo proceden de donativos, la venta en el local de comida, bebidas y muebles y otros enseres de segunda mano. Sin embargo, el dinero es insuficiente, lo que hace que sobre la asociación siempre planee el miedo a cómo van a pagar el alquiler o las amenazas de cortes de luz. Pedro reconoce que la situación financiera de Sombrero del Pueblo es “crítica”. Han presentado un proyecto al Ayuntamiento de Pájara para ver si como asociación pueden recibir algún tipo de ayuda. Esperan que los recibos no les acaben ahogando la ilusión.
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