Más allá de Borrell contra Almunia
Un día alguien recorrió el proceloso camino metálico de la ambición política personal en el farragoso pantano de la historia de este país, pensando que España iba a determinar el rumbo y los designios de la cultura occidental de estas últimas décadas. Siendo así, desde hace casi veinte años, la Unión Europea ha visto transcurrir una parte importante de su vida administrativa, con sus amenazas y seguridades, dentro de su propio contorno, pensando que el siglo XXI era un contexto prolífico para los sueños de la siempre anhelada socialdemocracia que la iba a construir. Desde entonces, hasta hoy, ha acaecido un sinfín de acontecimientos que han modificado el complejo cuadro de un continente que sueña con ser lo que es. Así, el socialismo europeo ha transitado muchos senderos de intrincado trazado, un camino en el que muchos se han dejado el pellejo político.
En España, ese anhelo no ha sido muy distinto al que han marcado en Holanda, Francia o Italia, donde se ha impreso un espíritu contrario a la construcción de la Europa que todos queremos y vamos a construir, en un proceso que no termina. Así, el Brexit y las amenazas populistas y xenófobas en Holanda, Hungría y Francia han supuesto un frente que se ha combatido con el único arma posible, la democracia. Nuestro país ha sabido esperar para confrontar a ese populismo que aquí nos han presentado partidos como Podemos, y en otros ámbitos otros populistas, que no se diferencian notablemente de otros fenómenos similares que ya conocemos.
De tal modo, los partidos socialistas que siguen asumiendo las políticas socialdemócratas -como su consustancial corolario irrenunciable- en la Europa que sigue apostando por sí misma, conforman una heterogénea amalgama que reconoce sus miedos como arquitectos de sí mismos. El PSOE es uno de ellos, uno de los partidos que sabe que este continente y este país es parte de lo que puede construir y reconstruir, y aquí lo sabemos, a pesar de las recientes y más complejas dificultades a las que se está viendo sometido, sobre todo por sus contradicciones internas, que han ido lastrando sus resultados electorales desde 2011 y, a la postre y como consecuencia de ello, la evidencia de la acentuación de sus diferencias orgánicas como no se recuerda desde el congreso de Suresnes. No se trata en esta ocasión, como siempre ha sido un signo inequívoco dentro del PSOE, el natural discurrir de las distintas sensibilidades que conviven serenamente en el seno de la organización y que han contribuido a hacer de este partido el mayor transformador social de nuestro país cuando este lo ha necesitado. No. En esta ocasión, de cara a las elecciones primarias -previas al 39º congreso federal- para elegir a quien se ponga al frente del resto de los militantes socialistas, se está viviendo una confrontación larvada ignota en el PSOE hasta hoy, una competencia que parece estar yendo más allá de lo deseable.
En 1998 el PSOE celebró, por primera vez, elecciones primarias para decidir su candidato a la presidencia del Gobierno en los comicios de 2000, estableciendo esta fórmula de elección como un hito en la historia partidaria de nuestro país. Por aquel entonces, la pugna entre Josep Borrell y Joaquín Almunia supuso una experiencia que demostró al propio partido que era capaz de salir absolutamente indemne tras el zarandeo de sus entretelas. Hasta hoy. Hoy, con un panorama político particularmente incierto en España, con los trazos desdibujados de la predominancia de los dos grandes partidos -enclavados en lo que falsa y erróneamente se ha dado en llamar bipartidismo-, se han desatado las tensiones que venían conteniéndose en aras al mantenimiento de la necesaria estabilidad interna.
Es evidente que el PSOE, para volver por la senda de la preeminencia política en nuestro país, tiene que sustentarse en tres pilares fundamentales, tres ideas recurrentes que están esgrimiendo quienes aspiran a que el partido deje atrás la interinidad dirigente en la que ya lleva demasiado tiempo. Sin embargo, cada uno de los tres compañeros aspirantes, Pedro Sánchez, Susana Díaz y Patxi López, lo está haciendo de manera dispar, cuando menos con regular incidencia. Estimo que cada uno de los tres tendría que enarbolar esos presupuestos casi al unísono, si bien las diferentes circunstancias que aquejan a cada uno de ellos les obliga a modular convenientemente esos mensajes: El PSOE tiene que clarificar su marco ideológico, claramente de izquierdas, para volver a gobernar este país con un liderazgo fuerte, envuelto con el manto de la unidad interna.
Obviamente, el vértice de esa fórmula tiene que situarse en la orientación ideológica, que no puede difuminarse en función de determinados intereses estratégicos. Con las ideas no se juega, pues corres el riesgo, aquí sí, de caer en la intrascendencia que genera la incoherencia con tus propios preceptos inicialmente defendidos. El PSOE es para socialistas, no para filibusteros oportunistas que no sienten ni defienden el socialismo. A partir de esa casilla se empieza a avanzar inexorablemente por donde se solía, con la identificación en la calle de lo que defiendes en la tribuna del Parlamento.
El PSOE ahora solo debe ganarse a sí mismo, para volver a ganar la confianza de quienes quieren volver a confiar en nosotros.
* Vicesecretario General del PSOE de Fuerteventura
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