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Y de repente, un hogar para Sara

En Fuerteventura hay unos siete menores con características especiales y también adolescentes pendientes de ser acogidos

Foto: Carlos de Saá.
Eloy Vera 0 COMENTARIOS 22/06/2019 - 09:18

Sara (nombre ficticio) ha vivido desde los tres hasta los diecisiete años en un centro de acogida en Tenerife esperando que la oportunidad llamara a la puerta. Ruth y Vanessa están cansadas de que las oportunidades siempre se las den a los mismos. Por eso, un día decidieron tocar a la puerta de Sara y darle una oportunidad, después de catorce años esperando a tener un hogar y una vida en familia.

Ruth Hernández es integradora social. Conoció a Sara en enero de 2018 cuando empezó a trabajar en su centro de acogida. Entre las dos saltó rápido la chispa de la complicidad. Vanessa Consuegra, el tercer vértice del triángulo, también se quedó encariñada con la joven. Al final, “nos movió algo por dentro, querer ayudarla y darle una oportunidad”, cuentan las dos mujeres. Entonces, decidieron ser familia de acogida especializada.

En Canarias hay aproximadamente 75 menores en régimen de acogimiento familiar especializado dentro del Programa de Acogimiento Familiar Especializado de la Asociación Sumas, entidad colaboradora de la Dirección General del Menor y la Infancia del Gobierno de Canarias. Este tipo de acogida, explica el director de proyectos de Sumas, Francisco Figueroa, es para“menores con necesidades o características especiales”. Este tipo de acogimiento está dirigido, por un lado, a niños de cero a ocho años con diversidad funcional, problemas de vínculo o de larga trayectoria en el centro y, por otro, a partir de ocho, a preadolescentes, con problemas de conducta y menores sin familia.

Sumas empezó a trabajar en Canarias en 2015 con menores con trastornos graves de conducta. La idea inicial se fue redirigiendo más al concepto de familia que al del menor con problemas. En la actualidad, explica Francisco, lo que se hace es trabajar con menores de centros a los que se ubica en “familias con una preparación previa y con estudios en la rama social, sanitaria, educativa o psicológica”.

En un primer momento, Ruth y Vanessa se plantearon ser familia colaboradora, lo que supone poder sacarla del centro los fines de semana, darle un respiro y una vida más normalizada, aunque tan solo sea por un par de horas. Luego se les presentó la oportunidad de mudarse de isla e irse a vivir a Fuerteventura, de donde es Vanessa. Fue ahí cuando decidieron cambiar de planes y acoger a Sara como familia de acogida especializada.

Vanessa, pedagoga de profesión, explica cómo empezaron en enero la formación con Sumas hasta que el pasado mes de abril llegó Sara a su hogar. “Nos pudimos acoger al programa de Acogimiento Familiar Especializado, por un lado por nuestros estudios y, por otro, por las características de Sara, la edad y el tiempo que llevaba en el centro, catorce años”.

Lo común es que las familias de acogida opten por niños pequeños. “Las oportunidades siempre se dan a los mismos y con las mismas franjas de edad y siempre igual. Nosotras nos caracterizamos por salir de esa normalidad. Sabíamos que ella nos necesitaba y quisimos darle una oportunidad para que pueda, el tiempo que esté con nosotras, formarse y avanzar y cuando ella decida ser libre tener sus propias oportunidades”, cuentan estas dos mujeres.

Ellas comparan a Sara con una crisálida y su intención es convertirla en una mariposa con las herramientas necesarias para que “pueda ser autónoma, segura de sí misma y con autoestima y que cuando ella quiera volar pueda volar”. “Nosotras siempre estaremos aquí”, asegura Ruth.

Sara lleva casi un mes en su nuevo hogar en Fuerteventura. Echa de menos el paisaje verde de Tenerife, pero suple la carencia con el regocijo de estrenar habitación, los paseos por la playa, las conversaciones y juegos de mesa con los padres de Vanessa y las confidencias con las nuevas amigas que ha encontrado en el instituto. “Se trata de trabajar con ella ese referente familiar que, quizá, le ha faltado por no vivir en un hogar”, explica Vanessa.

En enero, Sara soplará las 18 velas del pastel con las que alcanzará la mayoría de edad. Se pondrá fin, entonces, al acogimiento oficializado, pero sabe que podrá seguir viviendo con Ruth y Vanessa hasta que se haya convertido en mariposa y quiera volar sola.

Las dos jóvenes aseguran que la llegada de Sara a sus vidas les ha cambiado cien por cien. De la experiencia salen más fortalecidas. Entre las tres se ha creado un vínculo de complicidad y confidencias que cada día hacen a Ruth y Vanessa “más felices”.

En Canarias hay aproximadamente 75 menores en régimen de acogimiento familiar especializado dentro del programa de la Asociación Sumas

Sara también vive cada día con más felicidad. Después de catorce años en centros de acogida (ha llegado a pasar por tres) había perdido la esperanza de encontrar una familia de acogida. La noticia del acogimiento la supo a través de Skype. Al principio, pensaba que iba a Fuerteventura para pasar unos días con Vanessa y Ruth, luego supo que tendría que hacer la maleta definitiva. “Aquello fue una bomba para mí”, recuerda la joven.

Sara vivía con preocupación la llegada de los 18 años. Temía no tener donde ir cuando las puertas del centro se abrieran. “Mi gran miedo era cumplir los 18, irme a la calle y quedarme sola. Siempre he estado en una burbuja, la del centro, nunca he sabido resolver mis cosas. Este año es cunado he empezado a ir sola al médico”.

Ruth, que ha trabajado en centros de menores como educadora, sabe que “el centro, por muy bien que se quiera hacer, no deja de ser un centro con ocho menores, por norma general, a cargo de dos educadores y aunque se quiera llegar a todo es imposible”. “Esa es una de las frustraciones mayores que vivimos los educadores cuando trabajamos en un hogar”, añade.

Ruth insiste en que “en el centro hay que sobrevivir. Esa es la idea que tienen los chicos que viven en él y eso hace que pueda ser una persona fuera y otra dentro”. Esa actitud de supervivencia, cree esta educadora, “les hace quizá tener menos habilidades sociales, ser agresivos en alguna etapa de su vida, pero hay que comprenderlos e ir un poco más atrás porque cuando indagas en su vida florece todo el problema”.

Vanessa se une a la conversación para puntualizar que no todos los menores que están en un centro son conflictivos. “Es un estigma que se ha creado y no es así. La gente no puede tener miedo a acoger. Es una labor maravillosa, la de dar amor y crear referentes de cosas básicas que se supone que tienen que tener todos los seres humanos y que ellos no han tenido”.

En busca de familias

El director de proyectos de Sumas, Francisco Figueroa, explica cómo el trabajo desde la entidad se centra en buscar familias de acogida, formarlas y, una vez asignado el menor, hacer el seguimiento a la familia y apoyar “en todo lo que haga falta”. Al mismo tiempo, se trabaja con la familia de origen del menor para la reintegración del niño. Este psicólogo reconoce que no es fácil encontrar familias acogentes en las Islas orientales. En el caso de Fuerteventura hay unos siete menores con características especiales y también adolescentes pendientes de ser acogidos.

Sara pasó catorce años soñando con la llegada una familia de acogida. Ahora sueña con poder estudiar el ciclo superior de Educación Infantil. Vanessa y Ruth no descartan acoger a otro menor. Mientras tanto, seguirán disfrutando en familia.

Miedo al duelo

Las familias suelen echarse para atrás a la hora de plantearse el acogimiento. Temen el momento de la despedida y el duelo que llega después. El director de proyectos de Sumas, Francisco Figueroa, insiste en que el duelo es “un mito”. Este psicólogo explica que el duelo del acogimiento, desde el principio, es “un duelo anticipado, en el que se piensa en lo que va a pasar posteriormente y no se vive lo que está pasando realmente”. Por tanto, cree que“lo que hay que hacer con el duelo es reconstruirlo y vivir el presente con el menor”.

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