Una vida dedicada a desentrañar los secretos del cerebro
Agustín Castañeyra no tuvo claro hasta los 18 años que quería estudiar Medicina. Hoy, con 65, no entiende su vida sin ella. Tampoco sin sus alumnos y sin la investigación
Más de 40 años de su vida, Agustín Castañeyra los ha dedicado a investigar el mapa del cerebro y saber cuál es el funcionamiento de sus órganos. Los resultados han visto la luz en publicaciones nacionales e internacionales hasta sumar más de 120. Le quita el sueño dar con las entrañas de algunas glándulas del cerebro. La respuesta daría luz a enfermedades como la demencia, un mal que padecen unos 50 millones de personas en el mundo y que cada año arroja cerca de 10 millones de nuevos casos.
Nació en Ceuta, pero su apellido Castañeyra lo relaciona con los comerciantes que vivieron en el antiguo Puerto Cabras desde el siglo XIX, los mismos que fueron amigos de Unamuno, impulsaron la creación del muelle capitalino y llegaron a ser concejales, alcaldes, presidentes del Cabildo…. Su padre, Benjamín Castañeyra, fue navegante. Llegó a ser primer práctico de número de Puerto del Rosario. Durante un tiempo hizo la ruta de Algeciras. En una de sus escalas en Ceuta le esperaba su mujer embarazada. Poco después nacería Agustín. Con solo dos meses regresaron a Fuerteventura.
Agustín vivió en Puerto del Rosario hasta que la mayoría de edad lo obligó a hacer las maletas, viajar a La Laguna y empezar a buscar un futuro. Su inclinación por las ciencias y el consejo de su madre le animaron a estudiar Medicina. En Fuerteventura, los médicos se contaban con los dedos de las manos.
Los excelentes resultados académicos le fueron abriendo las puertas en la Facultad de Medicina. En quinto de carrera supo que los profesores de Anatomía buscaban jóvenes, de quinto o sexto, con notas de sobresaliente y con otras habilidades como la fotografía. Agustín cumplía las exigencias y, poco después, empezó a colaborar en investigaciones relacionadas con el atlas del cerebro.
En sexto empezó una tesina de licenciatura sobre el desarrollo del órgano subcomisural, una glándula del cerebro relacionada con la enfermedad de la hidrocefalia a la que Agustín ha dedicado miles de horas de estudio. En junio de 1979 se licenció en Medicina y en julio leyó la tesina. Tres meses después, se ponía frente a los alumnos como profesor ayudante. Las horas de docencia las compaginaba con las que dedicaba a la tesis doctoral. Sus investigaciones se centraban en la corteza visual, la parte del cerebro que procesa los datos del sentido de la vista.
Inició una carrera meteórica que le llevó a leer la tesis en 1981 y, poco después, a presentarse a unos exámenes para obtener la plaza de profesor adjunto de Anatomía descriptiva, topográfica y técnicas anatómicas.
Su estudio durante todos estos años se ha centrado en los órganos circunventriculares y todo lo que está relacionado con la dilatación ventricular, producida por la acumulación de líquidos cefalorraquídeos. Agustín explica cómo la dilatación ventricular puede originar enfermedades como la hidrocefalia, la ventriculomegalia, algunos tipos de hipertensión arterial o la hidrocefalia crónica del adulto.
Esta última es, según este investigador, una demencia que ocupa en torno al 5 por ciento de las demencias diagnosticadas en Canarias y que se presenta con un deterioro cognitivo leve, pérdidas de memoria y alteraciones en la conducta. “Es crucial diagnosticarla en los primeros años puesto que es la única demencia que se puede tratar implantando una válvula en el cerebro y así se evita que vaya a más”, explica.
Este profesor de Neuroanatomía y Embriología ha publicado más de 120 artículos, unos 90 en revistas internacionales. En ellas ha dado cuenta de uno de sus principales logros: poder describir y poner fecha a la aparición del órgano subcomisural en el desarrollo embriológico humano. Castañeyra, en la actualidad decano de Medicina en la Universidad de La Laguna, explica que “esta glándula aparece, por primera vez, a finales del periodo embrionario y principios del fetal, un dato fundamental para seguir avanzando en el estudio de la hidrocefalia, producida por el aumento anormal del líquido cefalorraquídeo”.
Director de Área
A finales de 1999 y durante los dos primeros años de este siglo Agustín cambió la investigación por la gestión. Una llamada de teléfono desde Fuerteventura y una propuesta para ponerse al frente del Área de Salud le hicieron hacer las maletas y regresar a su isla natal. Durante un tiempo aparcó la investigación con cerebros humanos y ratones y empezó a darle vueltas al suyo para ver cómo mejorar una sanidad históricamente castigada por la falta de recursos técnicos y profesionales.
Pronto se dio cuenta de que todas las expectativas y proyectos que traía cuando cogió el avión en Tenerife para ponerse al frente del cargo no se podían hacer. “Hacía proyectos, pero poco caso se hacía. Al final regresé otra vez a la docencia”, comenta. Volvía a hacer un servicio público, “pero desde su propio conocimiento”.
Agustín es padre de tres hijos, dos de ellos investigadores. Uno sigue la estela de su padre con los cerebros en la Universidad de Washington y la otra en Liverpool reconstruyendo el rostro de los aborígenes canarios. Tal vez por eso se solidariza y le quita el sueño la difícil situación que viven los jóvenes investigadores españoles. “La investigación tiene mucho de amor al arte. Eso durante un tiempo está bien, pero luego hay que pagar”, insiste el profesor.
A su juicio, se tiene que estimular que se hagan tesis doctorales, pero para ello hay que apoyarlas con becas y no hacer que para poder acceder a ellas “haya que ser un premio Nobel y eso es lo que está pasando”. “Solo puede investigar el que es excelente, pero el que es bueno no. Ni tampoco el de notables y sobresalientes. Si logramos que todos los investigadores españoles sean notables seríamos el primer país del mundo en investigación”, defiende este profesor con líneas de investigación con universidades como la Austral, en Chile, o la de Washington.
El profesor critica que las becas de doctorado hagan que los jóvenes no lleguen a mileuristas y “luego aunque coticen no tienen derecho al paro”. La situación, según Castañeyra, es similar con los estudios postdoctorales en el extranjero con cantidades en torno a los 1.600 euros y “eso en el extranjero da para lo justo”.
Asimismo, lamenta que haya equipos de investigación que se están apagando a pesar de tener muy buenos investigadores porque conseguir una financiación para un proyecto les resulta casi imposible.
Agustín llega cada día a la Facultad de Medicina a las ocho de la mañana y no se va hasta las siete u ocho de la tarde. Lo seguirá haciendo hasta que se jubile. Antes le gustaría dar con la función exacta de algunos órganos ventriculares y estudiar los biomarcadores del liquido cefalorraquídeo para poder hacer un diagnostico diferencial de los distintos tipos de demencia.
Cuando llegue la jubilación, Agustín Castañeyra tiene previsto regresar a Fuerteventura. Al investigador, médico y docente le esperan la caña de pescar y las playas de El Cotillo.
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