La antigua terminal del aeropuerto de Fuerteventura, el antecedente de Arguineguín
La instalación aeroportuaria llegó a alojar a 800 inmigrantes en 900 metros cuadrados en un ambiente insalubre y de hacinamiento que la prensa y las organizaciones bautizaron como ‘Guantánamo 2’
La imagen del puerto de Arguineguín, en Gran Canaria, puso al descubierto una de las peores caras de Europa con centenares de inmigrantes hacinados a la intemperie en un muelle al que bautizaron como el “campamento de la vergüenza”. La fotografía de Arguineguín tiene un antecedente en Canarias: la antigua terminal del aeropuerto de Fuerteventura.
En la primera década del siglo XXI llegó a haber hasta 800 personas hacinadas en apenas 900 metros cuadrados, encerradas hasta 40 días en un recinto sin apenas ventilación, en colchones en el suelo y sin casi duchas y retretes.
Fuerteventura fue la primera isla canaria en recibir una patera. Fue el 28 de agosto de 1994 con dos pescadores saharauis a bordo. Un año después, llegaron ocho barquillas. La situación fue a más durante los siguientes años y las autoridades se vieron sin saber qué hacer con los cientos de personas que llegaban a la Isla procedentes del continente africano en busca de futuro. Fuerteventura se convertía en la principal entrada de la frontera sur de Europa.
En un principio, los alojaron en la comisaría de la Policía de Puerto del Rosario hasta que el aumento de la llegada de barquillas y la alarma desatada en la sociedad majorera llevaron a las autoridades a tomar la decisión de habilitar en octubre de 1999 la antigua terminal del aeropuerto como centro de internamiento para inmigrantes. La decisión se planteó como “provisional y con carácter de emergencia”, pero llegó a estar cuatro años abierta.
El fotoperiodista Javier Bauluz ha estado más de 80 días fotografiando en Gran Canaria la crisis migratoria y denunciando la situación de los inmigrantes alojados en un campamento improvisado sobre el muelle de Arguineguín. En el recinto portuario han llegado a estar cerca de 2.700 inmigrantes, unos durmiendo bajo la protección de carpas instaladas por Cruz Roja y otros al raso en apenas 3.000 metros cuadrados.
A principios del siglo XXI viajó en varias ocasiones para documentar la llegada de pateras a Fuerteventura. En aquel entonces, los titulares de la prensa lo ocupaban no solo la llegada de barquillas sino la situación y la vulneración de derechos que sufrían las personas encerradas en la terminal del aeropuerto, un espacio que la prensa y las organizaciones humanitarias llegaron a bautizar como Guantánamo 2.
El primer periodista gráfico español en obtener un Premio Pulitzer asegura que la única diferencia entre la antigua terminal de Fuerteventura y el puerto de Arguineguín es que en el muelle grancanario “estaban al aire libre y en el aeropuerto cerrados sin ver el sol”.
“Esa es la única diferencia”, insiste, “porque el hacinamiento de personas fue igual y las condiciones higiénicas y de salud también eran similares. Además, allí también se incumplían un montón de leyes. No había un reglamento para regular todo aquello. Era solo un sitio donde se metía gente”.
Los medios de comunicación podían fotografiar y tomar imágenes de la puerta color verde de la antigua terminal. Todo lo que ocurría tras ella era a espaldas de la prensa y las ONG, que, salvo Cruz Roja Española, tenían prohibido el acceso a su interior.
En Arguineguín, los reporteros gráficos también se encontraron con impedimentos a la hora de poder hacer su trabajo. “Los periodistas llegamos a hacer una protesta fuera del aeropuerto. Todos con una venda negra en los ojos, con las cámaras en el suelo y una pancarta que ponía: ‘¿qué nos ocultan?’”, cuenta este fotoperiodista tras décadas cubriendo los movimientos migratorios por medio mundo.
Las instalaciones medían treinta por treinta metros (900 metros cuadrados). Contaban con un corredor en la entrada, dos habitaciones para los detenidos, una para los hombres y otra para las mujeres, una oficina para la Policía y una zona de higiene con tres duchas y cuatro retretes para los hombres y dos duchas y dos retretes para las mujeres. La habitación para los hombres era la zona de recogida de maletas. Las literas y los colchones se extendían por los espacios que quedaban libres de las estructuras de las cintas de maletas.
Gerardo Mesa era por aquel entonces presidente de Cruz Roja en Fuerteventura, la única ONG que tenía permitido el acceso al interior del edificio. “La antigua terminal tenía conexión directa con un jardín que, inmediatamente, taparon con bloques, pero sin enlucir con lo cual las paredes eran propicias para cualquier parásito”, recuerda.
Un médico, una enfermera y una trabajadora social de la ONG visitaban el centro. “Le proporcionábamos algunos juegos, máquinas para pelarse y evitar piojos y colchones de los hoteles cuando los cambiaban. Nosotros los aprovechábamos y se los llevábamos para que los pusieran en el suelo y pudieran dormir. A las mujeres se les habilitó una sala aparte. Ellas sí tenían literas, pero a veces no eran suficientes y tenían que dormir en colchones en el suelo”.
Una vez llegaban al centro, muchos pedían ver al médico o a la enfermera. No era porque se encontraran mal, sino para “pasarles una notita con el teléfono de la familia para que les dijeran que estaban vivos”, recuerda Gerardo. “En aquel entonces no había móviles y tampoco había teléfono para ellos allí. Estaban 40 días retenidos sin forma alguna de comunicar con su familia”.
Gerardo visitaba con frecuencia el recinto. Dos décadas después, la situación del muelle de Arguineguín le volvió a traer a la cabeza las imágenes de la antigua terminal del aeropuerto. “Lo más duro era ver la situación de hacinamiento en la que se encontraban: estaban como sardinas en lata”, recuerda.
Periodistas manifestándose ante la prohibición de acceder al edificio.
Denuncias a la UE
Las condiciones también fueron denunciadas ante la ONU y la Unión Europea por organizaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch (HRW) en un demoledor informe de 2002, La otra cara de las Islas Canarias, violación de los derechos de los inmigrantes y los solicitantes de asilo redactado a partir de los testimonios recabados a finales de 2001 entre médicos, voluntarios, personal de Cruz Roja y, sobre todo, los propios inmigrantes.
HRW recogía en su informe que los inmigrantes experimentaban “un trato denigrante” que abarcaba tanto el periodo de detención en las instalaciones de los antiguos aeropuertos de Fuerteventura y Lanzarote como en los momentos previos a esta situación. Además, explicaba que “los retenidos en estas instalaciones, incluyendo a los solicitantes de asilo, se enfrentan no solo a una severa masificación en las mismas, sino también a una completa incapacidad para establecer cualquier tipo de comunicación con el mundo exterior, ya que carecen de teléfonos, horarios de visita o posibilidad de enviar o recibir correo”.
El centro permaneció abierto desde octubre de 1999 hasta 2003
En el informe se ahonda en las limitaciones higiénico-sanitarias, la escasez de duchas y retretes, la falta de luz y ventilación y de facilidades para poder lavar la ropa. Las quejas de las distintas ONG fueron ratificadas por el Defensor del Pueblo. Médicos Sin Fronteras consiguió entrar en la antigua terminal y sacar unas fotos que distribuyeron a la prensa en las que se denunciaba la situación de hacinamiento. Tras la publicación, se prohibió la entrada a la ONG.
La polémica en torno al viejo aeropuerto llegó al Congreso de los Diputados, donde el secretario de Estado de Inmigración en aquel entonces, Enrique Fernández Miranda, respondió a los diputados canarios que el informe de Human Rights Watch “está desenfocado y es inexacto”. En su discurso, defendió que, en ningún caso, se vulneraban los derechos fundamentales de las personas allí recluidas al tener asistencia jurídica y de intérpretes, condiciones de habitabilidad adecuadas y tres comidas al día.
“En ocasiones, tocaban a un váter por cien personas”, aseguraba Tomás Bárbulo en el reportaje Un aeropuerto convertido en infierno para inmigrantes en diciembre de 2001. El periodista, que por aquel entonces viajó a Fuerteventura en varias ocasiones para cubrir la crisis migratoria para el diario El País, recogió el testimonio de una trabajadora social de Cruz Roja quien contaba que: “La policía distribuye ropa limpia a los que llegan. También les da detergente para que la laven. Pero como no hay ventilación, las prendas tardan mucho en secarse y ellos acaban renunciando. Huele a sudor ácido, a pies y a mal aliento”.
Los inmigrantes permanecían hasta 40 días, el plazo máximo que podían estar retenidos, sin ver la luz del sol. La única entrada de luz natural era a través de unas ventanas en la parte alta de la terminal. Sin patio donde pasear y poder tomar el aire, los inmigrantes se veían obligados a pasar todo el día tumbados en los colchones o sentados en la cinta de las maletas. Dos policías, a veces uno de ellos en prácticas, los custodiaban.
Foto: Carlos de Saá.
Puerta con llave
Alí fue uno de los primeros inmigrantes en “inaugurar” la antigua terminal del aeropuerto. Llegó a Fuerteventura en octubre de 1999. Salió de El Aaiún en una patera con 15 personas en busca del sueño europeo. En la capital del Sahara, trabajaba como electricista en un taller de coches, pero para un joven que aún no había cumplido los 30 años aquello suponía conformarse con poco. La patera llegó a Las Playitas. De ahí a la comisaría de Puerto del Rosario, donde estuvo una semana y, luego, al furgón que los llevaba al viejo aeropuerto. Tuvo la suerte de llegar cuando aún no se habían producido los primeros episodios de hacinamiento.
“Nos daban de comer por la mañana, mediodía y por la noche, pero no podíamos salir. Había una puerta cerrada con llave”, cuenta este hombre mientras dice que en la semana que estuvo en el aeropuerto no recuerda haber visto un médico por el recinto. A la semana, fue enviado al Centro de Internamiento para Extranjeros de Barranco Seco, en Gran Canaria.
Médicos Sin Fronteras difundió unas fotos denunciando el hacinamiento
El doctor Juan Letang, jefe de Cirugía del Hospital de Fuerteventura en aquel entonces, junto a otro médico, se ofreció como voluntario para atender a las personas recluidas en el centro. Dos décadas después, trae a la memoria “la situación deprimente” que se respiraba tras los muros de la antigua terminal. Juan pasaba consulta dos veces por semana en un habitáculo separado por dos biombos donde iban a parar los inmigrantes que manifestaban algún dolor o aquellos que los policías encontraban “raros” y podían, por tanto, tener alguna enfermedad.
“No teníamos posibilidades de diagnosticar ni mandar a hacer análisis, pero sí tuvimos sospechas de algún caso de tuberculosis. Tenían muchísimas ladillas y también sarna, pero poco más porque eran jóvenes y estaban muy sanos”, señala.
Letang y su compañero estaban durante dos horas en el centro. En ese tiempo, veían entre diez y veinte personas. “Veíamos los que nos decían los policías y, a veces, hacíamos un recorrido por allí para ver si había alguno acostado con síntomas de dolor”. Letang señala que había muy pocas duchas y toallas, lo que dificultaba el acceso a poder ducharse. “El agua se escapa por debajo de las puertas y moja los colchones cercanos poniendo en peligro la salud de aquellos que duermen allí”, recogía el informe de Human Rights Watch en 2002.
El doctor, ya hoy jubilado, recuerda “la imagen de tristeza en sus caras. Algunos estaban contentos. Creo que fue porque en su país estaban perseguidos y aquí se veían libres, pero había más caras de tristeza que de alegría”.
La terminal del antiguo aeropuerto acogió hasta 16.000 personas, de origen subsahariano y marroquí, durante los cuatro años que funcionó como centro para inmigrantes a pesar de haberse planteado como una “solución provisional”.
En 2003, el Gobierno central habilitó unas antiguas dependencias militares en El Matorral. El Ministerio del Interior creó en ellas el mayor Centro de Internamiento para Inmigrantes (CIE) de España con capacidad para 1.200 personas. Las denuncias de las ONG se trasladaron entonces hasta el CIE donde continuó la vulneración de derechos y el hacinamiento.