Lorenzo García era un marinero de férreas convicciones religiosas, o así se desprende al menos del relato de su leyenda. Antes de que un vendaval diera en tierra en 1684 con el árbol prodigioso, donde según la Iglesia tuvo lugar la aparición de la Virgen del Pino, en Teror, se acercó hasta sus proximidades e hizo acopio de algunas de sus piñas. Un día, estando en alta mar, se desató una tormenta tan descomunal que amenazó con sepultar en el océano su vida y la de sus infelices compañeros. Pero entonces, Lorenzo tomó con una de sus manos la piña del pino canario de los milagros y la arrojó al agua con todas sus fuerzas. Regresó a tierra firme vivo y contando que, al caer sobre las aguas, la furia de los elementos quedó aplacada casi al instante.

Así lo cuenta el joven historiador grancanario Gustavo Alejo Trujillo Yánez, en un milagro que forma parte de esa lista mítica que otorga a la Virgen del Pino el título de Stella maris o Estrella del Mar y protectora de las gentes del mar. Algo que también puede atribuirse muy bien a la Virgen de la Peña majorera, pues en el glosario de su milagrería se incluye también la salvación in extremis de marinos y hasta mariscadores de lapas. Es el caso de aquel muchacho, Miguel Xerez, al que un golpe de mar lanzó a una caleta fortificada con peñascos, en una zona de la que “a juicio de todos los que tienen de ella conocimiento, era imposible salir por natural diligencia” y tan solo por “suposición divina”, como finalmente habría ocurrido, tal y como recoge Rosario Cerdeña Ruiz en el libro La Virgen de la Peña.

Este mes de agosto se cumplen dos años del hermanamiento de las villas de Teror, en las medianías de Gran Canaria, y la de Betancuria, en la belleza árida y desnuda de Fuerteventura. El acuerdo para la rúbrica de este vínculo entre ambos municipios se fundamenta, sobre todo, en la complicidad que se establece entre los llamados municipios marianos, entre los que también se encontrarían Tinajo y su Virgen de Los Dolores y la Candelaria de Tenerife, términos municipales con los que también se ha hermanado Teror.

Un Teror, por cierto, que se prepara, desde hace meses, para acoger una edición más de la Romería del Pino, que tendrá lugar el próximo 7 de septiembre, en la víspera de la festividad de la Patrona insular. El sorteo de las carrozas, ya realizado, ha querido que, en esta ocasión, la comitiva majorera sea la primera en desfilar del listado de representaciones llegadas de las distintas Islas. Lo hará, de hecho, tras la del Ayuntamiento terorense, el Cabildo de Gran Canaria y la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, que se une al evento para celebrar sus treinta años de existencia.

Procesión del Pino en 1906 (FEDAC, colección de José A. Pérez Cruz).

El día de la romería todos los caminos conducirán a Teror, cuya Basílica sigue siendo el resumen de todos los milagros, pues sus cimientos y su estructura peligran desde el mismo momento de su construcción, al apoyarse sobre un suelo de arcillas que tienden a expandirse y que no suponen, precisamente, el mejor de los soportes. Esto se traduce en grietas y resquebrajaduras y en un reto y un quebradero de cabeza constantes. Sin embargo, ha logrado mantenerse en pie, siglo tras siglo, para recibir a creyentes de todas las Islas, también de Fuerteventura, en un trasiego constante que ha convertido a Teror en uno de los pueblos de interior más visitados del Archipiélago.

En Fuerteventura, por su parte, brilla con fuerza esa talla de alabastro blanco de poco más de veinte centímetros de altura que celebra su fiesta por todo lo alto cada tercer fin de semana de septiembre, envuelta en relatos de milagros y misterios que se pierden en la bruma de los siglos y divisando el correr de estos tiempos sobre su media luna de plata, como si fuera el barquillo con el que acudía al rescate de marineros y mariscadores de lapas.