El Sahara, el sueño dorado para los majoreros que huían de la miseria
45 años después de la retirada de España, la memoria de un grupo de isleños regresa a la antigua provincia española para recordar el lugar que los alejó del hambre
Emilio Soler salió de Tefía con destino a El Aaiún, la antigua colonia española del Sahara, meses antes de cumplir los 18 años. Era 1962. Sus padres, Vicente y Antonia, se mostraron preocupados con los planes del único hijo varón de la casa. A pesar del temor de ambos, Emilio tenía claro que quería trabajar y que estaba harto de cuidar cabras. Luego entendieron el sueño de su hijo. Era el mismo que cada noche tenían centenares de majoreros cuando se iban a la cama: viajar a El Dorado, la provincia 53 española. Desde el otro lado de la orilla, llegaban ecos de trabajo y posibilidades de hacer fortuna.
Durante la posguerra española, el hambre golpeó Canarias, un archipiélago anclado en lo rural y dependiente del exterior. Había enfermedades, miseria y falta de trabajo. Eran los años de la inmigración ilegal a Sudamérica, sobre todo a Venezuela.
La doctora en Historia de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, Beatriz Andreu, ha investigado el fenómeno migratorio de los canarios al Sahara. Explica que, entre los isleños que decidieron salir del Archipiélago en esos años, también hubo “un pequeño sector que se va a ir a Villa Cisneros”.
A medida que iban pasando los años, en los territorios de La Güera y, sobre todo, en Villa Cisneros, se fueron creando empresas vinculadas con la pesca y consignatarias que demandaban mano de obra. Los canarios vieron en aquello una oportunidad para acabar con la miseria. A partir de las décadas de los cuarenta y cincuenta empezaron a asentarse en la zona, aunque el gran despunte se produjo a partir del año 1960.
Los majoreros se asentaron en los barrios de Colominas y El Cementerio
Emilio salió de Fuerteventura camino a Gran Canaria en el León y Castillo. Después de tres días en Gran Canaria, se embarcó en el correíllo La Palma, rumbo a la playa de El Sahara, y, de ahí, a El Aaiún. Durante seis meses, trabajó como peón en Cubiertas y Tejados. Más tarde, llegó un contrato en Servicio Militar de Construcciones, una empresa con “jefes militares, que iba cogiendo todas las obras que se quedaban desiertas”, explica. “La vida en El Aaiún era solo trabajar. Estuve dos años allí y luego nos fuimos a 400 kilómetros de El Aaiún a hacer unos cuarteles para militares. Hicimos tres y 200 viviendas”, recuerda. En ese tiempo, Emilio trabajó en obras militares en Echevería, Tifariti y Hausa.
Policarpo, Eustaquio, Tino Luis y Gonzalo, todos jóvenes de Tefía con la cabeza llena de ilusiones y, tal vez, con la responsabilidad de mandar remesas a los familiares que habían quedado en el pueblo, también habían ido a parar al Servicio Militar de Construcciones. Junto a ellos, Emilio soñaba con montar una empresa de construcción, una vez regresaran a Fuerteventura. En 1969, Emilio volvió a la Isla. Años después, cumplió su sueño y pudo crear una empresa de construcción junto al empresario Domingo de León. Hace 14 años, Emilio regresó a El Aaiún. Recorrió las calles de la antigua colonia, emocionado. “Fueron siete años allí y volver me emocionó mucho. Lo encontré muy diferente. Lo viejo estaba todo tapiado, pero quedaban los edificios que yo recordaba”, recuerda.
Europeos y nativos
El censo poblacional de El Sahara de 1967 cifra en 9.395 el número de personas nacidas en Europa de las que el 35 por ciento (3.317) había nacido en Canarias. Beatriz Andreu en el artículo La colonia canaria en El Sahara Occidental. De sus orígenes a la descolonización apunta que fueron los canarios de las islas orientales quienes, por su proximidad, “contribuyeron en mayor medida a engrosar el censo local”. Según cuenta esta investigadora, El Sahara fue un reclamo para numerosos canarios que “establecieron allí empresas o comercios y que marcharon como comerciantes, representantes, empleados de empresas españolas y extranjeras, albañiles, transportistas, dependientes, pescadores...”.
En El Aaiún, los majoreros se asentaron, sobre todo, en los barrios de Colominas y El Cementerio. Algunos se atrevieron, con los años, a montar sus propios negocios. En las calles de la capital de El Sahara se abrieron la carnicería de Domingo de León, la tienda de comestibles de Pedro Nóbrega, la joyería de Amalita o el Bar Hernández. Detrás del mostrador de este último estaba Paco Hernández, un joven que, con 22 años, decidió marcharse a la antigua colonia española en busca de El Dorado.
En la capital abrió la tienda de Nóbrega, Joyería Amalita y Bar Hernández
Ahora, Paco tiene 81 años. En su casa de Lajares, él y Pino, su mujer, buscan y rebuscan hasta encontrar algunas fotografías de su paso por El Sahara. Al final es Paco quien da con ellas. Seis o siete fotos en blanco y negro que resumen sus diez años en El Aaiún.
“Los majoreros iban con la ilusión de ganar dinero y poder mandar a la familia y ahorrar”, cuenta Paco. De su pueblo, Lajares, cuenta que fueron muchos los que se marcharon a la colonia española. Él llegó en 1961. Empezó trabajando en el bar de la residencia de suboficiales. Al año, consiguió empleo en la cocina de la empresa que se encargaba de la ampliación del aeropuerto.
Dos años después, abrió el Bar Hernández, en la Plaza Canarias. El bar era un habitáculo de 20 metros cuadrados, alquilado a un saharaui, donde se servían copas que se acompañaban de tapas de pescado frito, mojo y carne mechada. “Casi toda la clientela era de Fuerteventura. A veces, la gente hacía cola fuera porque no cabían todos dentro”, recuerda.
En un rincón del bar solían dejar la maleta algunos majoreros cuando llegaban a El Sahara en busca de empleo. Una vez habían acordado el trabajo y las condiciones, regresaban a buscarla. Años más tarde, Paco se casó con Pino y se la llevó a El Aaiún. Allí nacieron algunos de sus seis hijos. “Yo era joven y todo me parecía bien, pero la misión de los majoreros en El Sahara era ahorrar una peseta para venir a hacer algo aquí en la Isla”. En El Aaiún llegó a tener un taxi y un transporte.
Paco explica que era “la necesidad lo que empujaba a los majoreros a irse a El Sahara”. Ahora, los papeles han cambiado y es Canarias la que recibe a miles de inmigrantes africanos que buscan El Dorado en Europa. “Esta gente viene arriesgando la vida. Entre comillas, nosotros éramos privilegiados. Ellos vienen a la aventura, a vida o muerte”, lamenta.
Fosfatos
En 1963 se descubrió el yacimiento de fosfato de Bucráa y la Empresa Nacional Minera del Sahara S.A. (Enminsa) tomó el relevo de la Empresa Nacional Adaro de Investigaciones Mineras S.A. (Enadimsa), promoviendo la gran empresa que, ya en los setenta, sería Fosbucráa. La planta se puso en funcionamiento en 1971.
La historiadora Beatriz Andreu explica que esta empresa estatal atrajo a mucha población canaria a trabajar a las minas porque, entre otras cosas, “pagaba salarios tres y cuatro veces mayores que un sueldo normal y, además, ofrecía el alquiler, ponía casa e, incluso, traía a los trabajadores los fines de semana a Canarias”.
“Los migrantes vienen ‘a vida o muerte’. Nosotros éramos privilegiados”
Anatolio Rodríguez acababa de terminar los estudios en la Escuela de Comercio cuando leyó en el periódico que Fosbucráa necesitaba personal. Hizo un examen, a través del Instituto Nacional de Industria, y consiguió la plaza. Era 1974 y él tenía 23 años. Su trabajo consistía en el control de la entrada y salida del personal y en las piezas y material que iban a parar a los distintos departamentos de la empresa.
Anatolio calcula que había unos 2.100 trabajadores, el 50 por ciento europeo y el resto nativo. Muchos de aquellos europeos procedían de Canarias. Él tiene claro que para los majoreros El Sahara fue El Dorado y, sobre todo, el Fosbucráa porque “allí se ganaba muchísimo dinero”.
Sin embargo, eso estaba a punto de desaparecer. En 1973, la presión de las Naciones Unidas, Marruecos y el Frente Polisario actuaron de germen para que se produjera el estallido del conflicto del Sáhara Español.
A partir de entonces, la vida en El Sahara y en los despachos de España y Marruecos empezó a ser más rápida. En 1974, se produjo un atentado contra la cinta transportadora de Fosbucráa a manos de los guerrilleros del Frente Polisario. Ese año España anunció un referéndum de autodeterminación para el primer trimestre de 1975.
A principios de ese año, se sucedieron los atentados y otros hechos tuvieron eco en los medios de comunicación, como el secuestro del transportista majorero Antonio Martín durante siete meses. El 16 de octubre, el Tribunal de La Haya dictaminó que no existían lazos de soberanía entre El Sahara y Marruecos. Ocho días después, comenzaron las negociaciones en Madrid para la entrega de El Sahara a Marruecos. El 2 de noviembre, el príncipe Juan Carlos, jefe del Estado en funciones, visitó la zona y cuatro días más tarde comenzó la Marcha Verde.
Anatolio recuerda la “incertidumbre” que durante aquellos días de noviembre se respiraba en la capital de El Sahara. También recuerda levantarse por la mañana y “ver los barrios donde había más saharauis vallados con alambres. Así se los entregaron a los marroquíes”, cuenta. No ha olvidado tampoco la mañana en la que todos los edificios aparecieron con francotiradores. Ese día, se esperaba la visita del príncipe Juan Carlos.
Inma Góngora se fue en septiembre de 1975 a estudiar a Madrid desde El Aaiún. Hasta la capital de El Sahara había llegado doce años antes junto a su madre, Amalia Chacón, para reunirse con su padre, José Góngora, que un año antes había hecho las maletas para irse a trabajar a Cubiertas y Tejados.
La historiadora Beatriz Andreu explica que era normal que los hombres se marcharan y, una vez asentados, se incorporaran al sueño migratorio sus mujeres e hijos. Inma recuerda una infancia “muy feliz, rodeada de muy buenos vecinos. La gente estaba muy abierta a los demás. Allí no tenías a tu familia, pero los vecinos se convertían en familia”, cuenta.
“Me dije que, hasta que no estuvieran los saharauis, no volvería”
Las tardes de los domingos transcurrían entre misas, paseos y charlas en los bares de la Plaza Canarias y películas en el cine Dunas. Durante la semana, iba a la escuela, mientras su madre, Amalia Chacón, Amalita, atendía a la clientela de su joyería Daly en la calle La Luz.
Así, hasta que cumplió los 15 años y se fue a continuar los estudios a Madrid. Poco después, sus padres tuvieron que salir de El Sahara. Había llegado la Marcha Verde y los canarios tenían que regresar a España. “Fue todo muy acelerado. No pude volver a coger ni lo que era mío”, explica.
Si no hubiera sido por la descolonización Inma tiene claro que hubiera seguido viviendo allí. “Todavía sueño con que voy a El Aaiún. En su momento, me dije que, hasta que no estuvieran los saharauis, no volvería. Ahora estoy empezando a cambiar la consideración, aunque solo sea para despedirme. Allí fui muy feliz”.
Comentarios
1 Maxorero Dom, 06/12/2020 - 11:48
2 Juan Dom, 06/12/2020 - 12:21
3 Isleño Dom, 06/12/2020 - 12:58
4 Tahar/ Alberto Dom, 06/12/2020 - 13:55
5 Tahar/ Alberto Dom, 06/12/2020 - 14:09
6 Jose Dom, 06/12/2020 - 16:32
7 Outsider Dom, 06/12/2020 - 21:15
8 Bachir Mansur Dom, 06/12/2020 - 22:14
9 Anónimo Lun, 07/12/2020 - 11:02
10 Manolo Madueño Mar, 20/08/2024 - 18:09
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