“Cada vez hay más gente interesada en escribir, y eso es muy sano”
Rafael Reig, escritor y autor de ‘Lo que sé de Almudena’, que presenta en la Feria del Libro de Fuerteventura el domingo 26 de octubre
Cuando supe de la muerte de Almudena Grandes, lloré amargamente. Aunque no la conocí en persona, sus artículos y novelas fueron para mí, como para sus millones de lectores y lectoras, un puente de conexión con su manera de ser, pensar y estar en el mundo. Nos gustaba Almudena. Amamos a Almudena. Y cuando, de manera repentina, como un jarro de agua fría, advertí de la orfandad que se le abría a mi yo devorador de Episodios de una Guerra interminable, estuve inconsolable muchas horas, la nariz enterrada en las páginas de El lector de Julio Verne.
El escritor Rafael Reig (Cangas de Onís, 1963) autor de Lo que sé de Almudena, una suerte de memorias personales atravesadas por la relación amistosa y gremial con la madrileña, participa en la Feria del Libro de Fuerteventura, que se celebra del 23 al 26 de octubre en la plaza del Palacio de Formación y Congresos (Puerto del Rosario). En concreto, la obra se presenta el domingo 26 de octubre a las 12.00 horas en la Carpa Josefina Plá.
-¿Qué le llevó a escribir ‘Lo que sé de Almudena’? ¿Fue una forma de resucitar a su amiga, de recobrar el tiempo compartido, o un intento de aliviar la tristeza de su legión de seguidores?
-Pensé primero en mi emoción, bastante vergonzosa pero que me suele pasar cuando alguien muere o lo pierdo de vista por lo que sea: Me siento culpable. Culpable de no haberlo querido lo suficiente, de no haber estado en muchos momentos, de que me haya tratado mejor de lo que yo lo he hecho. Con el tiempo, me he dado cuenta de que eso forma parte de la vida, no es necesariamente verdad ni mentira, ni siquiera enfermizo, sino que es así. Y con Almudena, como desvelo en el capítulo final, descubrí que era cierto, que ella me quiso más y mejor. Sentí que le debía algo, un mensaje en una botella, una carta a la posteridad o a donde se envíen esas cosas, que es a uno mismo, casi siempre. Y luego pensé en los lectores, a quienes ofrecí no una biografía al uso, sino una cara muy privada de ella, la que solo me ponía a mí. La que compartíamos. Y, bueno, el libro también ha favorecido mi enorme vanidad porque he podido hablar un poco de mí mismo.
-¿Cómo ha sido acogido por el público lector?
-Pues no sé cómo va, los escritores nos enteramos poco de las ventas... Hombre, si fuera un pepinazo ya me habría enterado, y probablemente ya me habría cambiado de casa y esas cosas, pero no. El inconveniente es que Almudena y yo somos escritores muy distintos, no de distinto género, pero casi. De manera que tenemos un público muy diferente; al mío puede interesarle poco su trabajo, y sus lectores es que ni saben quién soy yo. Sobre el éxito, he pasado por todas las etapas de sufrimiento y todas las penalidades, por todos los grados penitenciarios de este problema. Pero es que cada vez hay más gente interesada en escribir, y eso es muy sano. Interesada en aprender a escribir y, por lo tanto, en aprender a pensar mejor, porque escribir, para mí, es una forma de pensar. Y para todas esas personas, mi libro contiene mucha información sobre cómo funciona la vida real de un escritor normal y corriente, un corredor del pelotón, no Eddy Merckx (se ríe).
“Quien escribe es un rey Midas, que transforma en literatura todo lo que toca”
-De su proceso creativo dice con humor que elige la ficción para no tener que documentarse, pero en este caso, el contenido estaba en sus recuerdos. ¿Fue un volcado impetuoso del material literario o contiene más elaboración de la que aparenta?
-El material literario no existe. Quien escribe es una especie de rey Midas, que transforma en literatura todo lo que toca. Lo que pasa, bueno o malo, lo transforma en literatura, buena o mala; es otra forma de vivir la vida. Cuando llego a casa, y a lo mejor he ido a comprar el pan y a la farmacia a por mis chuches de hombre mayor, a mi mujer le puedo contar una anécdota con vampiros, una aventura fabulosa, cualquier historia imposible en un pueblo pequeñito como Cercedilla, que solo tiene dos farmacias. Siempre hay una elaboración muy grande en todo lo que hago y en lo que hacen los escritores. Es como el trapecio, si quieres que la gente disfrute, tiene que parecer sencillo. De mi relación con Almudena, yo lo que tenía era un montón de baratijas, de cuentas de vidrio que tenía que hacer brillar. Y eso es complicado. Como por sí mismas no valían nada, tenía que agruparlas. ¿En qué orden? No he seguido un orden cronológico sino sentimental. Y el final me lo regaló ella en su libro póstumo.
-En unas pocas fechas estará en la Feria del Libro de Fuerteventura para presentar su última obra y hablar de su trayectoria literaria. ¿Opina, como Manuel Vilas, que el oficio de escritor comparte con el del comercial el tener que hacer bolos agotadores para colocar el producto? ¿Disfruta de las obligaciones de la promoción?
-Antes se decía que si dos aviones se cruzan sobre el cielo, en uno de ellos va Juan Cruz; pues yo ahora digo: y en el otro, Marta Sanz. Los escritores vivimos de los bolos, como los actores. Vamos a un colegio, después a un instituto, después a una feria del libro donde hacemos una mesa redonda... Y así vamos haciendo un poquito de caja. Como no me gusta viajar, yo soy un poco más pobre que otros. Somos comerciales, y además autoempleados; y el producto somos nosotros. Aunque tampoco voy a negar que tiene momentos muy agradables. A veces es un regalo y a veces, un fastidio.
“La literatura se debería enseñar hacia atrás. Para Homero necesitas herramientas”
-Los clubes de lectura están de moda, impulsados por su condición de espacios de socialización, conversación y contraste de ideas... ¿Qué textos recomendaría? ¿Recuperaría a los clásicos?
-Pienso que la literatura se debería enseñar retrospectivamente, no de atrás a adelante. Es una tontería que un chaval de 16 años lea La Celestina, ni entiende el lenguaje ni está acostumbrado a eso. En mis clases pregunto: ¿cuál es el último libro que te ha gustado? Y empezamos por ese. Y a partir de ahí vemos de dónde puede venir, cuáles son las influencias, cuál es el truco y cómo se puede hacer todavía mejor, revisando otros textos. Para disfrutar de Homero hay que estar preparado, tener herramientas. Leer prematuramente es estropearte el placer y, a lo mejor, hasta quitarte las ganas de seguir leyendo. Siempre he dicho que habría que prohibir la lectura, eso la haría apasionante, que los jóvenes creyeran que es una cosa secreta que solo hacen ellos, como el sexo. Creen que son las primeras personas que follan sobre el planeta. Como decían las monjas antes, la lectura es como el bikini, que no es bueno ni malo, depende de la intención con la que una se lo ponga (se ríe). Y además, debe ser un descubrimiento personal. Recuerdo a mis amigos y a mí, que parecíamos traficantes de drogas. Ibas con un libro en el bolsillo de la trenca, para leer en el metro y en los autobuses, y al llegar al bar o a clase, lo mostrabas: ¿Has leído este? Y el otro lo miraba y lo metía en su bolsillo, sin que nadie le viera, y se iba con Cortázar, o con Vallejo. Cuando me invitaron a leer dos poemas de César Vallejo, fue como si me hubieran dado un doblón de oro o la llave de un tesoro.
-Se doctoró con la tesis ‘Mujeres por entregas: la prostituta en la novela del XIX’ y en su último libro menciona la añoranza de las conversaciones con Almudena Grandes sobre la literatura de ese siglo.
-A ella le entusiasmaba la literatura del XIX y también la del XX, y la contemporánea, creo incluso que de una manera militante. Le entusiasmaba leer a mujeres y, a ser posible, jóvenes; yo también intento leer a mujeres y a hombres jóvenes. Quienes escribimos hoy estamos precedidos por generaciones de escritores que no miraban a quien venía detrás, más bien intentaban poner la mayor distancia posible, en lugar de ver si tenías problemas o cómo ayudarte. Los de mi edad hacemos un poco lo contrario; me preocupo por leer lo que llega a mis manos de gente más joven que yo, o mucho más joven que yo, que eso ya es casi todo el mundo, hoy en día. Y procuro leer, no para denostarlo, sino para decir, joder, a lo mejor está queriendo hacer algo distinto de lo que hacíamos nosotros. Desde las jarchas para acá creo haber leído casi todo en lengua española y pienso que la tradición también va para adelante, detrás de nosotros. Y que tenemos que cuidar esa tradición y dejar algo de huella en ella. Estoy con Eliot en que la literatura es un río cuyas aguas van hacia adelante y hacia atrás. Como lector, puedes descubrir que César Vallejo tiene una gran influencia en Quevedo; que entiendes mejor a Quevedo después de leer a César Vallejo y entiendes mejor a Vallejo si has leído a Quevedo.
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“Hay que leer como quien come chocolate, disfrutar como un niño”
-¿De eso tratan sus talleres literarios?
-Mis talleres de lectura son también de escritura. Porque, como yo digo, si sabes leer sabes de dónde hay que copiar y por qué, y entonces vas a copiar mucho mejor y vas a escribir mejor. Y para leer, lo mismo. Hay que leer como se come un pastel de chocolate, disfrutar como un niño, pero también pensar como un cocinero. ¿Cómo lo ha hecho? ¿Cómo ha conseguido esta suavidad o esta textura? Leer como juegan los niños, que juegan, pero también les gusta desmontar el juguete, ver cómo está hecho. Leo, pienso y releo hasta que descubro el truco. Porque la literatura forma parte del mundo del espectáculo. Somos como prestidigitadores y hay autores a los que se les ve el truco. Yo no quiero que la literatura sea para literatos ni para intelectuales, ni creo que nos haga más inteligentes, pero quiero que lean todos. No hay ninguna mala lectura, es una cuestión de tiempo, si la mía es mejor es solo porque he leído más cosas.
-En ‘Lo que sé de Almudena’ hace una mención de pasada a ciertas labores de asesoramiento a Joaquín Leguina. ¿Qué recuerda de ese acercamiento a la política?
-No solo a Joaquín Leguina. Sí, yo me he dedicado temporalmente a escribir discursos, y como experiencia es fascinante, sobre todo en campaña. Estás en el centro de todo y te das cuenta de lo difícil que es construir un discurso seductor, que convenza y que diga la verdad al mismo tiempo. La gente está convencida de que sabe lo que quiere la otra gente, cuando no sabemos ni lo que nosotros mismos queremos. Tengo algunos amigos que trabajan en política o diplomáticos de carrera y he visto que la suya es una tarea difícil. Decimos que son todos muy malos, que no están preparados, cuando lo que hay que hacer es trabajar en política, interesarse y entender cómo funciona.
“Escribir sin pensar en el lector es como tirarse a una piscina sin agua”
-¿Cómo fue su experiencia librera en Cercedilla? Parece una actividad idílica, la vida entre libros y sierras, pero acabó echando el cierre.
-Fui muy feliz como librero. Organizábamos tertulias con autores, con muchísima gente, y una vez que teníamos que dar una charla sobre Cervantes en la fiesta del pueblo, organizamos un Pasapalabra. Dividimos al público en dos equipos para que se enfrentaran a muerte y metimos los mismos contenidos, solo que la gente estuvo mucho más atenta. Pero vender libros no es un negocio boyante. Este pueblo donde vivo es una maravilla, pero es pequeño. También soy miembro fundador del Club de Ajedrez... ¡No son precisamente las actividades más concurridas! Las verbenas de las fiestas están mucho más llenas. En los torneos de ajedrez, si traemos a un maestro que haga una simultánea, viene un poco de gente, por verle la cara y ver cómo suda, con chaqueta y corbata aquí, en pleno agosto (se ríe). Vuelvo a decir lo mismo de siempre; en realidad, los escritores ¿en qué estamos? Escribir sin pensar en el lector, dicen todos los genios; yo no escribo para el lector, sino para mí mismo, repiten. ¡Venga ya! Eso es como tirarse a una piscina sin agua. Y, sobre todo, hay que tener algo que decir. Porque incluso, aunque tú escribas y otro lea, es un diálogo. Tener algo que decir implica la existencia de otro. A lo mejor no nos estamos adaptando a los tiempos. Mira el ejemplo clásico de la bicicleta: los coches no la han hecho desaparecer, son perfectamente compatibles. Yo creo que la gente puede usar internet, pero también puede usar libros. Y puede usar libros digitales y usar libros en papel. Yo leo en la biblioteca a veces, y devuelvo los tomos intactos, como es natural. Y los que me gustan mucho, me los compro, a veces varias veces, porque los subrayo, los escribo, anoto en el margen lo que se me ocurre, y al cabo de los años los cojo otra vez y digo: ¿Quién escribió estas tonterías? Y entonces me compro otro para las nuevas tonterías.
-Defiende que se es escritor cuando se tiene la capacidad de mirar hacia donde los demás no están mirando.
-Hay que saber mirar y ver algo distinto a lo que están viendo todos, y darle sentido, claro. Yo, por ejemplo, voy por el monte y no sé cómo se llama ningún árbol; para mí la naturaleza consiste en árbol, pez y flores. Luego está la huerta, que es otro misterio, con cosas que crecen por debajo y cosas que crecen por arriba... De ahí no puedo sacar ninguna inspiración. Me dicen: esos paseos por la sierra te darán montones de ideas, cuando yo en lo único que pienso es en volver, llegar al bar y tomarme un vino.

















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