CULTURA

‘Murria’: luces y sombras desnudas del dibujo contemporáneo

Marco Alom expone en el Centro de Arte Juan Ismael de Puerto del Rosario su última muestra

María Valerón 0 COMENTARIOS 15/05/2021 - 09:31

En la mitología griega, Mnemósine, diosa de la memoria, parió durante nueve días con sus nueve noches y de cada parto nació una musa. En Mnemósine, la única conocedora de todo lo que ha sido, todo lo que es y todo lo que será, convergen memoria e inspiración. Es la madre de Calíope, Clío, Erato, Euterpe, Melpómene, Talia, Polimnia, Terpsícore y Urania, y, por tanto, es el símbolo mitológico que muestra que de la memoria nacieron la música, el teatro, la danza, la poesía, las artes.

El recuerdo de infancia más vivo de Marco Alom es oscuro, pero brilla. Es también una prolongación del mito de Mnemósine porque su trabajo artístico está enganchado, inconscientemente, a la roca dura que marcó al niño. Es una memoria que enraíza mar adentro, a la sombra nocturna de Los Gigantes (Tenerife). “La imagen regresa mucho: cuando mi padre se dedicaba a la pesca, muchas veces me llevaba de niño a coger calamares. Yo, pequeñito, me quedaba dormido en el leito de proa sobre los cabos. Delante de Los Gigantes, de noche, mi padre y el patrón ponían una lámpara y los calamares se acercaban; ellos pasaban la noche cogiendo bichos que lanzaban tinta y lanzándolos al vivero, dentro del barco, lleno de calamares nadando. De repente, ocurría una de las cosas más mágicas del mundo: la ardentía. En medio de la noche subía el plancton y cuando el barco iba abriendo el mar, el agua rompía como cortando cortinas de neones”.

Para Marco, el recuerdo ha quedado como una imagen surrealista en la memoria: “Dos hombres, en la oscuridad, abriendo un mar de neón y sacando bichos desde las profundidades: es algo de mi realidad que me parece mágico”. Roca, tinta, oscuridad y luz se dan cita en Murria, la última exposición de Marco Alom, que desde el pasado 6 de mayo puede visitarse en el Centro de Arte Juan Ismael, un viaje metafísico guiado por 27 piezas de dibujo contemporáneo. El trabajo de Alom combina simbología, gofrado y abstracción para marcar el itinerario que da sentido a todo el conjunto: el retorno, desde el territorio, hacia el paisaje interno.

Es lo que el artista describe como situarse en el Insilio, término que toma del crítico de arte Omar Pascual para definir un posicionamiento determinado para la relación entre artista, o pensador, y contexto: “Pascual hablaba de la escritura de un filósofo cubano que, aunque estaba en contra del sistema de Cuba, decidió quedarse y lo llamó Insilio. Ahí había un posicionamiento de exiliarse dentro. Ese es mi posicionamiento aquí, respecto a este mundo conectado, en el que hay que mostrar y aparentar, que nos incita desde jóvenes al ‘enseña, muestra, comparte, da me gusta’. Murria fue mi posición: exiliarme dentro para saber quién soy, porque la obra necesita ser quien soy y dejar testimonio de mi experiencia”.

Paseando en el Insilio

Vinculado en toda su trayectoria artística a la investigación en torno a territorio, antropología, etnografía o mitología, Marco Alom juega en Murria, una vez más, en torno a estos grandes conceptos. A lo largo de las dos salas de exposición que conforman el conjunto, el pintor ofrece al público un diálogo certero entre estilos e iconografía, al tiempo que invita a los ojos visitantes a introducirse en la dicotomía de oscuridad y luz que supone ese viaje por los confines de sí mismo. El Hierro, isla de residencia y espacio de inspiración de Marco desde hace catorce años, está presente y en la obra se palpa pertenencia al territorio, identidad ligada al entorno natural, duro, negro, de la roca volcánica.

“La exposición abre con la serie de paisajes todo a negro, seis piezas. Más que entender el paisaje como una prolongación de mí, siento que soy un elemento del paisaje, capacitado para sacar conclusiones y expresar. Estos seis paisajes iniciales son dibujados desde el recuerdo y, por tanto, son alterados, no detallistas. Se trata de una mancha o abstracción porque el objetivo es proporcionar la emoción del recuerdo, no el paisaje realista”, explica Marco Alom, en referencia a la serie que da apertura a la exposición. Para el autor, estas piezas son “cicatrices” de su paisaje personal en la Isla y suponen los primeros pasos en ese recorrido introspectivo.


El artista, en el montaje de la exposición.

Simbología, gofrado y abstracción, grandes protagonistas

Y es que nada en la distribución de las obras entre las dos salas del Centro de Arte es casual; para Alom, Murria es un viaje y su exposición debe ser un paseo para el espectador: “Es la alegoría al viaje interno, que hace guiños y referencia a aquel que vive aislado; para plasmarlo como concepto, me gusta referir al místico, al asceta, el que llega al desierto”. El artista hace alusión, con su exposición, a toda la iconografía mítica en torno a esta doctrina de pensamiento (ascetismo, misticismo) en su sentido filosófico, para plasmar de forma visual el recorrido introspectivo: “Cuando llegas a relatos de los místicos, incluidos los ermitaños, te das cuenta de que cuando ellos viajan al desierto buscando a ese dios, la perfección, la luz o la iluminación, siempre se les aparece el diablo. Esto ocurre en Murria”.

Profundizar en la exposición es iniciar “un paseo por la oscuridad, un recorrido por el desierto que nos enfrentaría a lo más oscuro, a derribar las primeras barreras, para finalizar en la segunda sala, que sería, en los místicos, el punto de elevación”. Así, y siempre en búsqueda de un diálogo con su público, Alom propone comenzar en las obras más oscuras, tinta negra, escenas abstractas y fuertemente iconográficas, donde la roca de El Hierro está, inevitablemente, presente. Es la sala que abre camino a los demonios; a la sucesión de cardón, roca y abstracto corporizado en naturaleza negra, sigue la obra Visión I, que ejerce la función conceptual de unir los dos espacios del conjunto. En ella, asemejando la forma curva y entretejida de una pared volcánica, se entrelazan y confluyen en caos cuernos y cabezas de carnero, el icono más antiguo que nos traslada a la escenografía del infierno.

En la segunda sala se despejan los últimos pasos del viaje; son, para Marco, las conclusiones de la batalla interna de camino por el desierto. Aquí se suceden los relieves y el uso del gofrado en papel para crear concheros y rostros escondidos, que se muestran con el juego de luz y sombra de la iluminación de la sala.

La apertura de la sala aún se reserva algunas oscuridades. Como representación del renacer en el desierto, conflicto de la nueva vida, abren el circuito sobre fondo negro las piezas Mesías y Paisaje. Revisitando la composición, lenguaje y tonalidad de Saturno devorando a sus hijos, de Goya, Marco Alom trae a escena el icono opuesto: la madre pelícano, devorada por sus hijos, el mito del pecho por alimento, icono teológico de la entrega fraterna; junto a Mesías el cuadro Paisaje muestra un nuevo caos, en este caso de crías de pelícano, superpuestas, tinta contra tinta.

Junto a ellas, el único espacio para la oscuridad en esta sala lo protagoniza Memento mori, pieza de carga simbólica y representación clara de la mortalidad. Tras ella se sucede el silencio, la presencia diáfana de obras en blanco, aunque continúa habiendo espacio para la iconografía. Un tríptico de papel gofrado muestra una reinterpretación de los cuadros de ánimas: blanco sobre blanco, papel contra papel, aparecen a capricho de la luz el relieve de mil rostros, donde el ojo atento puede, incluso, encontrar grandes personalidades de la historia.

Se da paso aquí al final del viaje: entre concheros y una instalación de jarea, llega la naturaleza más nativa, límpida y diáfana, que resuelve el viaje del Insilio en la identidad más orgánica del territorio.

“Bauticé Murria al conjunto tras revisar el Diario de Viaje a la Isla de El Hierro, de Juan Antonio de Ursuáustegui, de 1779. Ursuáustegui, refiriéndose a una zona cercana a donde yo vivo, cuenta que la población es afectada por el paisaje y los consume, los dirige a retirarse hacia un viaje interior que él llama murria”, explica el autor. La murria de Marco Alom es, en sus palabras, “un viaje que no tiene puerto final, del que siempre se sale con más preguntas que respuestas”.

Cuenta Alom que el territorio de El Hierro le ha regalado años de vida a esa infancia junto al territorio originario de Los Gigantes, en Playa de Santiago, un paisaje que el turismo transformó, arrebatando la profundidad de lo auténtico. Cuenta, además, que en esa autenticidad, en esa trascendencia, en su valor geológico, patrimonial, reside el verdadero icono, el concepto más significativo del paisaje.

El Hierro ha servido a Marco como huida hacia el centro de su infancia, donde los destellos de la memoria han vuelto a enraizar, para brotar en trabajo artístico. Confirma así el mito de Mnemósine: la memoria, la más dura y auténtica, la más fuerte y significativa, es la madre de todas las artes.

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