Se trata de una obra contada en primera persona por 15 camareras de piso que comparten, con un humor corrosivo, toda la verdad que hay detrás de las vacaciones

‘Las que limpian’ suben a escena las voces de una profesión maltratada
Se trata de una obra contada en primera persona por 15 camareras de piso que comparten, con un humor corrosivo, toda la verdad que hay detrás de las vacaciones
“Me llamarás cobarde, pero por favor no des mi nombre ni el sitio en el que trabajaba”. Floren (nombre ficticio) transmite a Diario de Lanzarote su deseo de no figurar en el reportaje con sus datos personales por miedo a represalias: “Si dentro de allí llegaron amenazas, imagínate por fuera”, asegura esta camarera de piso de 58 años, quien sufrió acoso laboral y maltrato psicológico en un gran hotel en Maspalomas (Gran Canaria), en el que trabajó durante 25 años.
“Cuidado con lo que dices, que estás en la lista negra, me decían, o me daban habitaciones muy alejadas unas de otras. Era su manera de decirte que te estuvieses callada”, recuerda Floren, quien, a pesar del miedo, habla “por las que vienen detrás”.
Precisamente, ella se encargaba de acompañar a las nuevas compañeras que empezaban en el hotel. “Entraban chicas jóvenes con mucha necesidad y a media mañana se iban llorando. Me decían: prefiero pedir antes que seguir trabajando aquí y que me traten así... ¡no sabes la de gente que vi pasar por ahí!”, cuenta.
Pensionista retirada desde hace ocho años, tuvo su primera intervención quirúrgica a los cincuenta. A día de hoy ha pasado por distintos tipos de tratamientos médicos, como infiltraciones o células madre, y está operada de las dos rodillas y del túnel carpiano en ambas manos. Tiene claro que se fastidió las rodillas “hincá en el suelo peinando moquetas y tirando de carros cargadísimos”.
“Los últimos años me daba vergüenza bajarme del coche porque no me podía mover”, narra, mientras hace recuento del número de noches sin dormir “soñando con el dichoso trabajo” y de la cantidad de medicamentos que ella y sus compañeras tomaban para aguantar el dolor. “Todas pidiéndonos calmantes, ¡éramos un pastillero!”, comenta.
“Tenemos que saber que hay personas sufriendo detrás de las vacaciones”
El miedo de Floren a contar “cosas que son verdad”, como ella misma las define, es compartido y comprendido por sus compañeras de profesión, independientemente de que estén en activo, de baja o jubiladas.
“Salieron escaldadas de las movilizaciones de las Kellys, y hasta las que están jubiladas quieren alejarse del tema”, señala Luis Lorite, productor de la obra, quien se alegra de que los ensayos estén siendo un lugar seguro en el que construir colectividad y redes de apoyo.
De hecho, las resistencias a hablar por parte de las participantes en esta producción artística se han ido disipando poco a poco, algo que Cathy Pulido, actriz, impulsora y responsable del proyecto, valora enormemente, porque asegura que es muy consciente de las amenazas que han sufrido estas trabajadoras “al mostrarse políticamente activas”.
Además, para Cathy no solo se ha ido diluyendo el miedo, sino también los juicios entre ellas. “Al principio se decían: eso no deberías tolerarlo, y esto ya no existe en el grupo”, asegura. Para Lorite, colaborar en este proyecto -financiado por los fondos de Cultura Comunitaria del Instituto de las Mujeres, que depende del Ministerio de Igualdad- está siendo “una auténtica fantasía”.
“Las tipas son tan heavys que han cumplido a rajatabla con lo que figura en el papel de la propuesta”, comenta Cathy, “porque aunque no están politizadas, sí actúan desde ahí”. Y añade que “se les puso una pista de despegue, pero todo lo demás lo han conseguido ellas”.
Pulido, cuya madre y abuela eran camareras de piso, y quien además tiene varias personas de su familia dedicadas al sector hotelero, donde ella misma trabajó durante un tiempo como dinamizadora, destaca que uno de los objetivos de esta iniciativa es modificar el imaginario que tienen algunas personas sobre las camareras de piso.
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“Entraban chicas jóvenes con mucha necesidad y a media mañana se iban llorando”
“No son trabajadoras que se quejan, son personas. Quienes disfrutan de sus vacaciones en los hoteles deben ser conscientes de las condiciones en las que están y saber que quien les está haciendo la cama está sufriendo por una hernia discal”, señala.
En este sentido, Floren, quien trabajó durante seis años en los tomateros antes de empezar como camarera de piso, asegura que nunca recibió un trato tan denigrante como en los hoteles.
Salud vs contrarreloj
Marcia Díaz, portavoz de las Kellys en Gran Canaria, ha sido operada de las manos en siete ocasiones, y actualmente se encuentra esperando una operación en el hombro, otra en el codo y otra en la rodilla derecha, todas ellas ocasionadas por el trabajo.
“Pero según el INSS (Instituto Nacional de la Seguridad Social) lo que tengo no es incapacitante... y yo no puedo con mi cuerpo”, afirma Díaz, quien se encuentra en una situación económica complicada al haberle sido denegada la incapacidad y no disponer ya de paro.
La de Marcia es una de las muchas historias que, para Cathy y Luis, han caído en la desmemoria. “Se oye mucho sobre el movimiento de las Kellys, pero de las historias reales se sabe muy poco”, apunta Cathy. Y es que, más allá de las movilizaciones, considera que no existen casi testimonios de cómo las trabajadoras han vivido y experimentado este crecimiento de la industria turística durante las últimas décadas.
“Gobernantas y subgobernantas deberían hacer un cursillo de cómo tratar a la gente”
Es por eso que Cathy quería que las voces a escuchar fuesen las de las mujeres de un territorio, Vecindario, que se ha convertido en la ciudad dormitorio de la clase trabajadora en los hoteles turísticos del sur de Gran Canaria, duplicando su población -de 40.000 habitantes en 1997 a 80.000 en 2024- en menos de treinta años, y convirtiéndose en uno de los lugares con la renta per cápita más baja del país.
Lola (nombre ficticio), de 53 años y en activo, es otra de esas voces. Trabajó 16 años en un gran hotel del sur de Gran Canaria y expone que le resulta tremendamente injusto que en la mayoría de los trabajos haya un horario con inicio y fin, y sin embargo, para ellas no.
“Si el de recepción se tiene que ir y hay cinco clientes en cola, viene un compañero y le hace relevo. Nosotras tenemos que hacer las habitaciones sí o sí, no te puedes ir sin terminarlas porque te despiden”, explica con indignación. “Por no hablar de cuando el cliente no quiere limpieza en ese momento y la quiere más tarde”, añade.
Según describe Lola, antiguamente las habitaciones se distribuían conforme a un sistema de puntos, y ahora la medida es el tiempo, una modificación que las ha empujado a una situación aún más insostenible.
“Por ejemplo, la habitación estándar antes valía un punto y la suite dos puntos, y podíamos tener una distribución máxima de equis puntos por jornada. Ahora, sin embargo, tenemos 18 minutos y seis segundos para una estándar y 24 minutos para una suite, pero da igual si te piden cambio de sábanas, si son tres o cuatro personas, si hay niños...”, explica. “Para la empresa somos una máquina de producir”, concluye.
En este sentido, Floren también destaca el abuso que supone que el hotel les dé siempre el mismo margen para limpiar una habitación, independientemente de las condiciones meteorológicas, que influyen de manera determinante en la carga laboral de la jornada.
“Cuando hay viento, literalmente te comes la arena en las habitaciones. Las terrazas, las moquetas, todo son palas de arena. ¡Ya si llueve ni te cuento! Y el tiempo que te dan para dejarlas como el oro es el mismo”, comenta.
Fruto de este estrés se han producido numerosos accidentes laborales, en algunos casos con resultados irreversibles para las trabajadoras. Por eso les resulta irónico que les brinden formación en riesgos laborales mientras les requieren cubrir hasta 30 habitaciones en una sola jornada. Floren cuenta cómo en una ocasión, para no perder tiempo yendo a buscar una escalera, se subió al sillón y se cayó al suelo desde cierta altura. “Me di tal golpe en el pecho que estuve segundos que no sacaba resuello para levantarme”, recuerda. Y cuenta también cómo una chica se partió la pierna por no ir a por la escalera. “¡De estas te puedo contar tantas historias!”, exclama.
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“Que a nadie en las Islas se le escape cómo se trabaja allá abajo”, recuerdan
Por si fuera poco, el trato que recibían y que reciben deja mucho que desear, y es por eso que, para Floren, “gobernantas y subgobernantas deberían hacer un cursillo de cómo tratar a la gente”. “Aunque quien es ruin es ruin”, añade entre risas.
Confiesa que llegaba incluso a tirarse de los pelos “de la rabia y la impotencia” cuando, tras terminar 26 habitaciones, las enviaban “a limpiar sobre limpio”. “¿Cómo puede ser que yo estuviese reventada, con el corazón que ni me latía de la velocidad a la que iba, limpiando sobre limpio y que aún así me estuviesen machacando?”, se pregunta.
A pesar de la impotencia que despiertan sus relatos, cargados de injusticia y dolor, así como de responsabilidades no asumidas por quienes ejercían y ejercen tal vulneración de los derechos humanos, estas mujeres también encuentran espacio para hablar de los buenos momentos vividos durante su etapa laboral y de aquellos espacios de diversión que lograban -y logran- rascarle a la jornada.
Este espíritu invade cada jueves a las seis de la tarde la sala de ensayos, que se convierte en un hervidero de risas cómplices, donde el miedo pesa menos y la verdad más. “Se ríen de lo más oscuro de sus vidas y así es como han salido adelante. Están orgullosas de lo que han conseguido”, apunta Lorite.
Es por eso que están deseando interpretar sus propios relatos ante el público del Teatro Víctor Jara el 27 de noviembre. “Lo veo como una guinda a todo lo que han vivido, como un cierre bonito a su trayectoria”, comparte Luis, quien se refiere a ellas como “animales de la comedia que se han vinculado y cuidado de una manera exquisita”.
Para Lola, esta iniciativa ha sido crucial en las vidas de muchas, y aunque ella sigue en activo, reconoce la importancia que tiene tanto para las que están jubiladas como para las que no, una actividad que permite “sentirse realizada, comprendida y en libertad”. Para Cathy es un orgullo pensar en el trabajo que han hecho y que continúan haciendo de cara a la función, dado que solo una de ellas había hecho teatro antes. Durante el ensayo olvidan sus frases como cualquier actriz o les entra un ataque de risa. Todo ello enriquece el proceso creativo y les recuerda que están en un espacio seguro.
No son profesionales de las tablas, pero sí de contar la verdad. Para algunas, como Marcia, incluso se deberían haber incluido en el texto experiencias más fuertes por las que han pasado. Quién sabe si para una segunda parte. Lo importante ahora, como dice Floren, es que “a nadie en las Islas se le escape cómo se trabaja allá abajo”.















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