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Si esos árboles hablaran
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Hace casi veinte años el Ayuntamiento decidió, sin suficiente información y cero participación de los vecinos, que iba a plantar árboles en las aceras de El Cotillo, algunos incluso delante de las puertas de los edificios.
En aquel entonces, muchos de nosotros, conocedores de lo que es una aulaga pero no lo que es un ficus, nos alegramos porque nos venía bien la sombra y la vida que le daban a la calle principal del pueblo. Con el tiempo, los árboles comenzaron a crecer y sus copas a ocupar los balcones de las casas, las raíces a mover las baldosas, las ramas a enredarse con cables y tuberías y los frutos a ensuciar el entorno. Igualito que cualquier vecino de la siempre creciente población de El Cotillo.
Llega el momento de cambiar las aceras, porque da pena transitar las calles que rodean esa arteria principal, y el Ayuntamiento, tal como hizo en un principio, decide unilateralmente arrasar con todo.
Es normal que se arme el follón. Los árboles son seres vivos. Hay personas más sensibles que otras, pero todas deberíamos tener en cuenta que esos árboles son vidas. Aunque no hablen, dan alegría y también padecen. Para algunas personas, lo que están haciendo es matar seres vivos ante nuestras narices, y encima con nuestros impuestos. Para otras, son solo mobiliario urbano que les molesta cada vez que abren el balcón o salen de la casa. Yo comprendo las dos partes, porque a ninguna les han pedido opinión, pero por suerte no vivo en esa calle. En mi calle tengo otros muchos problemas que me reservo para otro artículo.
Ahora mismo, en el pueblo no se percibe cohesión social ninguna. Las protestas contra el traslado se hacen en dos idiomas. En otro bando, los vecinos que están a favor no hacen grandes aspavientos. Ese sentimiento de que "vienen los extranjeros a decirnos a nosotros si debemos aguantarnos con el árbol delante de la puerta o no" es un runrún peligroso, pero se está dando indudablemente cada vez más por la forma en la que proceden las instituciones públicas: tanto Ayuntamiento como Gobierno de Canarias.
Se dan licencias hoteleras, se tarda décadas en construir un consultorio médico, no hay agentes de policía casi nunca, no se señalan bien los desvíos cuando hay obras, cada vez cuesta más aparcar, hay más viviendas turísticas que residenciales... y no se informa de nada.
Necesitamos que nos cuenten qué está pasando o qué va a pasar. Una charlita en el centro cultural donde expliquen cómo se hace lo que se hace y por qué. No hace falta que sea bilingüe, pero por lo menos que nos enteremos de qué demonios pasa. Pedir que nos escuchen ya sería de otro nivel. Si la gente comprendiera cómo plantaron los árboles en su día, si supiéramos que el traslado no se hace contra natura, si hiciéramos un seguimiento de cada árbol para ver cuántos escapan, estaríamos más calmados. Tendríamos un poco de fe para continuar con el batallar de la vida. Pero así, esto es insostenible.
Los vecinos protestantes tuvieron la iniciativa de decorar los árboles e incluso bautizarlos. Lo único que quise aportarles es que cada uno apadrinara un árbol y le hiciera un seguimiento. Quizás están mejor en la nueva ubicación.
Personalmente, yo me di un paseo por la calle y los aledaños. Noté que algunos árboles estaban allí como escupidos, sin ton ni son delante de los edificios, y también vi aceras levantadas, cables enredados, suciedad por las tórtolas y la frutilla del árbol. En un momento dado, llegué a un punto de la calle en el que me dio miedo. Miré hacia la izquierda y vi la cuesta entera con sus decenas de árboles: el pasado. Miré hacia la derecha y vi moles de edificios, grúas, planicie y nada de vegetación: el futuro. Se vienen hoteles, amiguis.
Los están construyendo justo donde se hacía una marisma natural, donde había un arenal y vegetación típica de nuestro paisaje árido. Todavía recuerdo uvilla de mar, vinagreras, mimos, aulagas... y no soy tan vieja, fue el otro día. Si los que ahora quieren salvar los árboles de las aceras hubieran visto cómo era el pueblo antes de que ellos llegaran no sé si habría habido protestas o no. Quizás no tendrían la sensibilidad que hay ahora. Quizás sí hubieran protestado, pero habría servido de poco. Solo hay que ver la urbanización Cotillo Lagos, construida sobre la misma arena de la playa de El Bañadero, a 60 metros del agua. Así son las cosas en la costa de La Oliva, se deja un vacío legal sostenido en el tiempo para cometer barbaries y se echa la culpa a otro.
Es una pena —para volverse loca— lo que está pasando en este pueblo, ser testigo de ello y comentarlo con otros. No he hablado con nadie que me diga que el pueblo va bien. Muchos me dicen: ¡otro Corralejo! Y yo no me puedo creer que el pueblo de mis abuelos vaya a acabar así. No quiero.
* Portavoz de Drago Canarias en Fuerteventura
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