En el 300 aniversario de la fundación de Montevideo por parte de canarios recordamos algunos capítulos de la fuerte vinculación histórica de estas islas con el país sudamericano
Las dramáticas travesías a Uruguay de los emigrantes majoreros y conejeros
En el 300 aniversario de la fundación de Montevideo por parte de canarios recordamos algunos capítulos de la fuerte vinculación histórica de estas islas con el país sudamericano
Los dos últimos años han sido especialmente intensos en tragedias de migrantes en las costas de Canarias. Casi cada mes nos han llegado noticias de arribadas de pateras desde África en condiciones tan malas que, en ocasiones, han terminado de forma catastrófica.
El océano como escenario de dramas es algo casi tan antiguo como la humanidad. Desde varias desgracias migratorias que cuenta la biblia, al famoso cuadro romántico del francés Théodore Géricault, La balsa de la Medusa, la historia está llena de siniestros relacionados con la necesidad del ser humano de emigrar a regiones de ultramar.
Canarias también vivió episodios luctuosos similares, aunque en esos casos eran las personas de las islas las que debían arriesgar sus vidas para buscarse una existencia mejor allende los mares. Durante centurias, lo habitual era que los isleños marcharan a otras zonas de Europa, África y, sobre todo, América, en peligrosas travesías por el Atlántico y rodeados de situaciones que mezclaban la esperanza con el abuso y la desesperación. Lo novedoso en la historia de Canarias es que ahora las islas son tierra de acogida, no de partida.
Así que en esta ocasión volvemos a aprovechar que este mes de diciembre se celebra el Día Internacional del Migrante, el 18, para divulgar algo más de ese trascendental capítulo del devenir de Lanzarote y Fuerteventura del que todavía nos queda mucho por conocer: la emigración histórica.
Portada e interior del libro dedicado al maestro majorero-uruguayo Juan Cabrera Carámbula.
Montevideo
En este caso, nuestro recuerdo lo haremos dirigiéndonos a Uruguay, un país de gran vinculación con Lanzarote y Fuerteventura y que este año conmemora la fundación en 1724 de su capital, Montevideo, donde el acento de expatriados canarios fue muy relevante al inicio.
La corriente migratoria desde Canarias hacia este país fue especialmente en la primera mitad del siglo XIX, tras la crisis de la barrilla y el vino en el Archipiélago. Conviene recordar aquí que los emigrantes canarios, con especial aportación de Lanzarote y Fuerteventura, llegaron a ser casi un 14 por ciento por ciento de la población al inicio de la República Oriental del Uruguay. Si los tinerfeños tenían más vinculación con Venezuela y los palmeros con Cuba, majoreros y conejeros se relacionaron especialmente con la banda oriental del Río de la Plata. Ni siquiera los conflictos bélicos con España por la independencia del nuevo país latinoamericano llegaron a interrumpir el flujo migratorio.
Lo novedoso en la historia de Canarias es que ahora las islas son tierra de acogida
Algunos autores, como Manuel Hernández González, gran especialista de la Universidad de La Laguna para las relaciones Canarias-América, afirmó que la crisis de la primera mitad del siglo XIX impulsó “la marcha de ellas [Lanzarote y Fuerteventura] de un 40 por ciento de su población”. El doctor en Historia y Arqueología José de León, también conocido como Pepe el Uruguayo, porque nació en dicho país como hijo de emigrantes lanzaroteños, considera que fueron más de 10.000 los emigrados de las dos islas más orientales de Canarias a Uruguay en la centuria del diecinueve. Para calibrar ese número hay que tener en cuenta que la población residente total de Fuerteventura, por ejemplo, era de 10.004 en el censo de 1887.
Los emigrantes canarios fueron especialmente relevantes en la agricultura de departamentos como Montevideo, San José, Maldonado y Colonia, aunque también se relacionaron con el comercio, la industria y la artesanía. A Uruguay, por su parte, le interesó durante largo tiempo conseguir nuevos habitantes para sus tierras. Los investigadores Fernando Carnelo Lorenzo y Juan Sebastián Nuez Yánez estudiaron la variante económica de este tema en un libro titulado Canarias-Uruguay-Canarias. El papel de los emigrantes canarios en el tejido empresarial de Canarias y Uruguay.
Fotografía de Maximiliano Martín Betancort y su esposa, Gregoria Larrazque, en Villa de Tala, Uruguay. Él emigró de San Bartolomé a Uruguay a finales del siglo XIX. Imagen cedida por Antonio Lorenzo.
Las relaciones históricas entre ambas orillas del Atlántico han sido tan intensas que las coincidencias y aniversarios surgen con facilidad. Además del actual tercer centenario de la fundación de Montevideo, en 2025, por ejemplo, se cumplirán 120 años del fallecimiento en San José, Uruguay, del célebre médico lanzaroteño Alfonso Spínola (1845-1905), figura de renombre en la historia sanitaria del país de los charrúas. También en ese mismo sector han destacado los herederos del maestro majorero Juan Cabrera Carámbula. De hecho, fue su pariente Marcos Carámbula Volpi, senador y actualmente presidente de la Administración de los Servicios de Salud del Estado uruguayo, quien firmaba hace unos pocos años el prólogo del libro El huerto de la memoria. La represión del maestro Carámbula (1876-1951).
El propio Marcos Carámbula ha sido uno de los padrinos político de Yamandú Orsi, recientemente elegido como presidente de la República por el Frente Amplio, el partido de José Mújica. Yamandú es un canario, puesto que este es el gentilicio que se le aplica a las personas que proceden de Canelones, región de la que fue intendente y que es el segundo departamento del país en población.
Tragedias en el Atlántico
A través de distintas fuentes nos han llegado testimonios de las duras travesías que tuvieron que emprender los conejeros y majoreros al otro lado del Atlántico en el siglo XIX. Se sabe que ya en 1810 hubo un viaje de al menos doscientos lanzaroteños a Montevideo, organizado por el comerciante de Santa Cruz Francisco Aguilar y Leal. El investigador Francisco J. Cerdeña Armas estudió con detenimiento el caso del bergantín Océano en 1827 en un artículo para las Jornadas de Estudios de Fuerteventura y Lanzarote.
Plano de Montevideo de 1760. A la derecha, portada del periódico ‘Vida Canaria’, editado en Uruguay a principios del siglo XX.
Estos viajes estaban motivados por las malas condiciones de ambas islas
Varias de estas expediciones terminaron de forma trágica, como la preparada por Antonio Bermúdez y Ginés de Castro en 1822 con más de 300 personas en una balandra inglesa que había estado encallada en Arrecife. Muchos pasajeros murieron por las malas condiciones y tuvo que rescatarlos un buque de guerra francés, de manera que el gobierno galo reclamó una indemnización y ante la falta de respuesta de los promotores del viaje, el rey español Fernando VII ordenó el embargo de sus bienes. Otra travesía preparada en 1826 por dos vecinos de Arrecife de orígenes genoveses, Juan Gabazzo y Juan Bachicha, encalló en Cabo Verde, aunque finalmente logró llegar a Uruguay.
La más dramática fue la organizada por los hermanos Morales en 1836, de la que nos llegó testimonio a través de Álvarez Rixo, un cronista muy relevante para Lanzarote en el siglo XIX. Aunque el barco salió de Arrecife, “vinieron a recibir la mayor porción al Puerto de Cabras”, donde “la codicia o la ignorancia les cegó, contratando más de los que cabían en su nave y, al ver que en ella ya no había plazas, picaron los cables e hicieron vela con quinientos, dejando en tierra, ya los hijos, ya los padres, mujeres o maridos de los embarcados”. La travesía estaba tan mal organizada que faltaron víveres y terminaron haciéndose “antropófagos”. Los supervivientes llegaron a Río de Janeiro, donde el cónsul reportó al rey pero los promotores no solo no fueron castigados, sino que volvieron a Lanzarote.
Estos viajes estaban motivados por las malas condiciones de ambas islas. Un historiador clásico como Francisco María de León afirmaba en el siglo XIX que “por huir del hambre [el emigrante canario] se ha visto obligado a pagar sumas excesivas y desproporcionadas a su llegada, y pagarlas con su trabajo personal, es decir, constituyéndose casi en la clase de un vil esclavo”. Sin olvidarse de nombrar “una turba de capitanes, a quienes guiaba el interés sórdido y detestable, emprendieron una negociación de verdaderos esclavos”.
Como en tiempos actuales, la desesperación del migrante era fuente de lucro para otros. Manuel Hernández González también señala en este panorama la responsabilidad de las autoridades españolas, “quienes cínicamente mantuvieron la prohibición expresa de emigrar a las repúblicas independientes hasta 1853, mientras que nada hicieron por mejorar las condiciones de esta migración que se desarrollaba con su beneplácito”.
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