La maleta
Cada vez más turistas eligen venir a Canarias como lugar de descanso. El buen tiempo, la seguridad que ofrecen nuestras islas y los bajos costes en los servicios, nos convierten en el destino favorito de toda Europa. Pero Canarias ya no es solo un lugar turístico para los extranjeros sino un lugar ideal donde residir. Así lo indican las estadísticas: el 38% de las compras en el 2023 en Canarias fueron realizadas por parte de extranjeros.
Las cifras son, al menos, preocupantes, según las últimas estadísticas del INEM Canarias cuenta ya con 2,2 millones de residentes. Este aumento supera con creces al del resto de comunidades. Si el País Vasco ha aumentado un 9 % y el resto de las comunidades un 19 %, en Canarias lo ha hecho un 33%.
Según estas mismas estadísticas, el aumento de la población extranjera en Canarias procede sobre todo de la Unión Europea y de América Latina. Algunos datos relevantes: Fuerteventura prácticamente ha duplicado su población, el 31 % de los habitantes son extranjeros, y Lanzarote crece por encima del 60%, siendo el 24,26% extranjeros, Tenerife supera el 30% y la Graciosa ha aumentado su población en casi un 20%.
Este incremento masivo, en un territorio frágil y fragmentado como el nuestro, supone un deterioro de la convivencia no solo por el impacto medioambiental (vemos cada día numerosos ejemplos de impresentables que defecan en el Parque Nacional del Timanfaya, en las dunas de Maspalomas o que acampan en pleno parque en el centro de Tenerife), sino que además, provoca el deterioro de los servicios públicos, instituidos y organizados para un determinado número de habitantes (la población local) y que están ya desbordados.
El mantra de la Consejería de Turismo de que “vivimos del turismo” era sólo el anuncio de “Un mundo feliz” irreal y utópico que ya no se sostiene, de ahí su necesidad de repetirlo constantemente. Sobre todo, por una obviedad a todas luces remarcable, porque el aumento del turismo y los beneficios que redundan de los mismos no revierte en las islas, y sobre todo porque esta afluencia masiva no ha solucionado los problemas estructurales de Canarias. Estos continúan enquistados desde hace años y, ahora, afloran con toda la pujanza de haber llegado al límite.
La sociedad canaria continúa soportando los cortes de agua o de luz en diferentes municipios como si aún viviésemos en el siglo pasado, debido al mayor consumo y el aumento de la demanda. Así como un mayor volumen de residuos sólidos, más coches circulando por nuestras carreteras, todo ello en un entorno inflacionista con los precios de los alimentos más caros del país.
Y por si esto fuera poco, ahora se le suma el problema que la superpoblación ha provocado en un territorio frágil y pequeño como el nuestro: la escasez de vivienda.
El deseo de los europeos por vivir en Canarias ha tensionado el mercado inmobiliario al alza, aumentando el precio de compra y el del alquiler, impidiendo a los canarios, (quienes soportan, también, los salarios más bajos de todo el estado español) el acceso a las mismas. Si continuamos en esta tendencia, pronto las islas estarán en manos de extranjeros blancos y con el poder adquisitivo que no tiene el canario, obligado a mal vivir en casas compartidas con familiares o en la misma calle (el número de sin techo ha aumentado en este verano un 9% en la ciudad de las Palmas).
Urge una ley de residencia y la limitación de compra de vivienda por parte de extranjeros. Si bien es cierto que, Canarias forma parte de la Unión Europea y debe cumplir los tratados que establecen la libertad de circulación y establecimiento de todos los ciudadanos europeos, también sabemos que hay países como Malta o Croacia donde hay limitaciones a la misma.
Las leyes están para cambiarlas, todo es posible con trabajo y una clara conciencia de que esto se acaba, de que estamos al límite. Faltaría tan solo voluntad política para exigir a Europa una ley justa para Canarias, que no nos condene a no poder vivir en nuestra tierra y que expulse a los propios canarios. Hoy más que nunca el poema de Pedro Lezcano “La maleta” ( Ellos, ellos, que cojan ellos la maleta) se vuelve, más que nunca, necesario.
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