Jaime Izquierdo Vallina se acaba de jubilar. Lleva toda su vida profesional ligado a la función pública: pasó por varios ayuntamientos asturianos, desde el industrial de Langreo a los rurales de los Picos de Europa, por la administración autonómica (Principado de Asturias), y por el Ministerio de Agricultura y Medio Ambiente, en la época de Zapatero. Es autor del libro La casa de mi padre: manual para la reinserción de los territorios campesinos en la sociedad contemporánea, considerado el best seller para los agricultores y agricultoras ecológicos, que lleva más de cinco ediciones. Ha elegido Fuerteventura para pasar los meses de invierno. En su cambio de vida, llegó a mediados de diciembre a Puerto del Rosario, el viejo Puerto Cabras, con su pareja. Canarias forma parte de su análisis territorial: ha vivido en El Hierro, pasado temporadas en Tenerife, o La Gomera, y en su último libro, De Función Pública ¿cómo va el mundo?, de la editorial KRK, que acaba de presentar en Raíz del Pueblo, en La Oliva, le dedica varios capítulos. En la actualidad escribe sobre Miguel de Unamuno en París, pasando por Gijón.

-¿Por qué considera que hay que rebelarse o alzar la voz para cambiar el nombre a Puerto del Rosario por Puerto Cabras?

-Es un tema que deben resolver los majoreros. La mía es una opinión externa. No obstante, creo que el respeto a la toponimia es, además de una cuestión de respeto histórico, un recurso de identidad. Nadie en Cabrales, Asturias, cuyo significado etimológico es “tierra de cabras”, querría renunciar a su nombre. Ni me imagino que nadie quisiese cambiarse un apellido tan canario como Cabrera.

-Explique el artículo ‘Todo el mundo cabe en Canarias’, que incluye en su último libro.

-Eso requiere una explicación (risas), más aún visto el extraordinario crecimiento demográfico de las Islas, al que habrá que poner freno. He visto los datos de Fuerteventura que, en poco más de 20 años, ha duplicado su población, pasando de unos 60.000 a 120.000 habitantes y sigue creciendo. El artículo se refiere a la gran cantidad y variedad de paisajes, ecosistemas y agroecosistemas de las Islas. Habla de la diversidad de micropaisajes canarios, desde los desiertos de Fuerteventura a los manzaneros herreños de San Andrés -pomaradas decimos en Asturias-, pasando por los sistemas adehesados de palmeras guaraperas de Cuba, en La Gomera, que replican las dehesas de encinas de Extremadura, o la agricultura de oasis en Gueleica.

-En su libro también habla de Pedro Molina ‘El Mago’, el presidente de la cooperativa del campo más grande de Tenerife, que no estudió pero manejaba todos los hilos de la agricultura. ¿Qué reflexión hace sobre la hegemonía de los fondos de inversión también en el campo y la alimentación?

-Pedro, que venía de una familia de medianeros, tenía un especial interés en las agriculturas familiares de las medianías como opción de futuro. La agricultura debe buscar un camino de retorno, digamos de “humanización”, en el doble sentido de tener rostro humano y de volver a gestionar la tierra, el humus. Me horroriza la deriva que toma con los fondos de inversión, un paso más allá de la agricultura y la alimentación, que ahora está en manos de las multinacionales. La alimentación saludable y el derecho a la vivienda deben situarse en el centro del debate y la acción política, en las Islas y en todo el mundo.

-¿Cómo volver a poner en el centro de la vida lo principal, la comida, la salud y el bienestar?

-Lo primero es la toma de conciencia a nivel personal, en cuanto a la salud. Me temo que no somos suficientemente conscientes de que somos lo que comemos, sea una zanahoria o un huevo. Y, después, iniciar un proceso de iniciativa política y ciudadana por la recuperación de los sistemas agroalimentarios de proximidad. Ya sé que esto, en una isla como Fuerteventura, con factores limitantes tan extremos como la escasez de agua y suelos tan pobres y en pleno proceso de crecimiento demográfico explosivo, es casi un imposible, pero en la medida que se pueda, Canarias y el resto de las regiones deben trabajar por incrementar la autonomía agroalimentaria.

-¿Qué cree que debería hacerse para frenar la imposición de la banalización turística, en donde todavía quedan cosas auténticas y espacios únicos?

-Ufff... vivimos en una sociedad muy banalizada y el turismo no se escapa a ello. Por lo demás, ofrecerle al turismo de masas cosas y lugares auténticos y únicos puede ser aún peor que concentrarlos en “guetos”. Los espacios protegidos y las figuras de declaración de lugares o elementos patrimoniales como protegidos han contribuido en muchos casos a su loquicidio -un palabro que me he inventado, el homicidio por linchamiento de los lugares-, por cierto, uno de los artículos del último libro, que se titula Vamos para él, se dedica precisamente a la muerte de los lugares por éxito turístico. Hay un problema grave de educación territorial, es decir, saber ser educado y cuidadoso con los lugares que estamos conociendo cuando hacemos turismo.

“El respeto a la toponimia local también es un recurso de identidad”

-Las previsiones indican que viene una avalancha de ciudadanos europeos, italianos, alemanes e ingleses a residir en las Islas. ¿Cree que es factible una ley de residencia?

-Sí, y eso hará que se incremente la oferta de empleo en el sector servicios de manera que para atender a los “acomodados” que vienen de los países ricos necesitaremos más “proletariados” que vienen de los pobres, construyendo una sociedad cada vez más dual y más desigual. Canarias está en el ojo de ese huracán demográfico por la llegada de nuevos residentes, que se suman a los eventuales turistas. Me temo que estamos en algo así como la célebre escena de Groucho Marx en la que éste grita desaforado: “Más madera”. Cuando me hablan de otra ley más me viene a la memoria una cita clásica: las leyes hacen bibliotecas, pero no hacen países. Necesitamos mejor política y por supuesto también leyes, pero antes política porque sin ella las leyes por sí solas no funcionan.

-Otro de sus libros más llamativos es ‘La gestión creativa del cabreo’. ¿Puede darnos un par de pinceladas de cómo la lleva a cabo?

-Ese es un libro de raíz canaria, pues la idea que da el título al libro es de Juan Sánchez, un profesor de Economía, ya retirado, de la Universidad de La Laguna. Gestionar creativamente el cabreo es utilizar -previamente depurada y reorientada- la energía que nos produce una situación indebida para pasar de la protesta a la propuesta. Los grandes creadores de la humanidad fueron personas que se cabrearon contra lo establecido e injusto pero supieron utilizar la energía -la mala leche- para crear una alternativa. Utilizar creativamente la energía del cabreo no es fácil pero es muy necesario porque de lo contrario puede hacernos mucho mal.

-¿Puede adelantarnos algo sobre ese artículo en el que trabaja que vincula a Unamuno con Fuerteventura y Gijón?

-(Risas) Es una historia de la historia. En los acontecimientos que dan lugar al destierro de Miguel de Unamuno y Rodrigo Soriano a Puerto Cabras está por el medio y de forma colateral un juez de Gijón, José Prendes Pando, al que destituye arbitrariamente de su cargo Primo de Rivera por un asunto turbio en el que se vio envuelto el dictador. Por cierto, a Fuerteventura llega en 1965 castigado a hacer la mili otro gijonés ilustre, Vicente Álvarez Areces, que después sería alcalde de Gijón y posteriormente presidente del Gobierno de Asturias entre 1999 y 2011.