Las Salinas del Carmen celebra sus fiestas sin plaza ni parque
Los residentes denuncian el “abandono” de la localidad, que necesita reformas en las calles, una parada de guaguas y actividades para los pequeños
Este mes se celebran las tradicionales fiestas en Las Salinas del Carmen y el vecindario denuncia públicamente el “abandono” en el que está sumido el pueblo desde hace años. A solo tres kilómetros al sur de Caleta de Fuste, Las Salinas se localizan en la costa de Sotavento, entre la Playa de la Guirra, la Playa del Muellito y Barranco de la Torre.
A marea llena es un paraíso porque se forma una laguna, sin peligro de corrientes y que atrae a numerosos bañistas. Sin embargo, para el vecindario la lista de carencias se hace interminable. Alrededor de un centenar de residentes lamenta que sea el único pueblo que carece de una plaza, un parque infantil, un centro cultural y unos accesos para llegar hasta la mar.
Una de las vecinas que mejor conoce este asentamiento marinero es Teresa Herrera Domínguez. Su casa está por encima de la iglesia, al lado del viejo nido de ametralladora. “Hay pequeñas obras de infraestructura que son esenciales para mejorar la calidad de vida de Las Salinas, como una parada de guaguas en condiciones, para cobijarse del viento o el sol, o un foco con iluminación nocturna, porque la línea Puerto-Caleta termina en este punto, pero muchos conductores no quieren venir hasta aquí por la inseguridad y malas condiciones que encuentra la guagua para dar la vuelta”, manifiesta Teresa. “A eso se añade el peligro que supone para los viajeros llegar de noche, porque los accesos están muy mal. Mucha gente ha sufrido caídas”, detalla.
No hay caminos, ni accesos para llegar a la playa desde la parte alta y existen numerosas barreras arquitectónicas, casi insalvables. “Vienen muchas personas mayores en silla de ruedas que no pueden moverse por el pueblo ni visitar el paseo marítimo porque el museo se cierra con una valla”, detalla la vecina.
Teresa y su hermana se criaron en este núcleo. Sus abuelos compraron un terreno y construyeron las chozas marineras que se hacían antes, para disfrutar de las vacaciones e ir a pescar. “Aquí pasamos unos veranos deliciosos, de pequeñas siempre estábamos jugando, mi madre colocaba una bolsa de plástico blanca fuera de casa para avisarnos de que ya estaba la comida y, cuando la veíamos, veníamos corriendo a almorzar para comer rápido y regresar de nuevo a la playa hasta el anochecer”, rememora Teresa.
También reconoce que antes el pueblo era muy seguro, la gente estaba siempre en la calle, se vivía con las puertas abiertas, pero ahora veranea mucha gente de fuera. “Las meriendas se compartían entre todos los niños, las familias se conocían y lo mejor eran las fiestas y los juegos al aire libre”, recuerda Tere. Su madre heredó las chozas y las dos hermanas han adecentado las dos edificaciones para quedarse a vivir en ese maravilloso paraje. En la actualidad, vienen su hija y su nieta, que conservan la tradición de veranear en este rincón junto al mar. “No se han arreglado las calles ni los caminos de tierra y no hay siquiera un pequeño paseo marítimo en condiciones”, señala la vecina.
Además, junto a su vivienda se encuentra una explanada en la que aparcan autocaravanas. “Mis ventanas dan a la playa y veo cómo algunos vehículos vacían los baños químicos en la misma costa, o en la calles, sin importarles el daño medioambiental”, denuncia Teresa, que destaca los problemas de moscas y la insalubridad que generan esas actuaciones ilegales e irresponsables. Al mismo tiempo, exige a las autoridades que pongan carteles informativos y se sancione con dureza a los infractores.
Teresa Herrera.
“Tampoco hay aparcamiento para los vecinos y turistas, que dejan los coches a la entrada del pueblo”, lamenta. “Me da mucha pena ver el abandono y la falta de limpieza”, se queja Teresa, que cuenta que un vecino recogió una bañera de algas de la playa, las amontonó y así permanecieron durante años. “Creo que todos pagamos impuestos y merecemos más atención. Un año se anunció un presupuesto para mejorar las infraestructuras, pero al final no se hizo nada. Se necesitan actuaciones urgentes”, expresa esta vecina.
“Algunas autocaravanas vacían los baños químicos en la misma costa”
Por supuesto, en Las Salinas del Carmen carecen de una red de alcantarillado. Cada vivienda tiene un pozo negro, pero muchas familias piden ayudas para instalar depuradoras y placas solares para apostar por las energías renovables y cuidar el medio ambiente. “El pueblo necesita modernizarse y es al Ayuntamiento de Antigua y al Cabildo a quienes compete asesorar y crear un plan de embellecimiento en Las Salinas”, insiste el vecindario.
En su día, los residentes colaboraron para construir una pequeña iglesia, que se logró levantar hace una década. “También creamos los accesos, porque las autoridades no mueven un dedo con la excusa de que Costas no deja hacer nada, mientras que en otros pueblos se levantan hoteles y urbanizaciones”, comparte la vecina. “Aquí hay familias con niños que residen durante todo el año, pero no tienen actividades por las tardes, no hay deporte, ni clases de apoyo, y para todo tienen que desplazarse a Caleta de Fuste, Antigua o Puerto del Rosario porque no hay nada, salvo las fiestas de julio”, critica Teresa.
Pesca y sal
La mayor riqueza de la zona es el museo de la sal, que atrae a numerosos turistas cada día, pero el vecindario pide que se reparen las edificaciones antiguas de piedra que están en ruinas, como el nido de ametralladora, y que se cree una pequeña ruta cultural por el entorno, ya que existen muchas curiosidades que no se muestran. Tampoco hay carteles con explicaciones sobre el patrimonio y las tradiciones de este enclave majorero. “Necesitamos un pequeño paseo marítimo, un muellito, bancos y adecentar el entorno de la playa”, resumen los residentes.
Muchos vecinos se dedicaron a la pesca artesanal en Las Salinas del Carmen, pero esta actividad se ha perdido por completo en la actualidad. “Mi hermano Pablo y yo fuimos los últimos marineros profesionales de Las Salinas, pero ya no queda ningún barco de pesca, hay algunas barcas deportivas pero la pesca se ha perdido por completo”, confirma Francisco García Torres, que se crio en las antiguas cuevas. “Cuando era pequeño, el verano se llenaba de barquillas y muchos marineros aprovechaban el buen tiempo cuando se quedaba la mar para pescar todo el día. Esa era nuestra vida”, recuerda Francisco.
Este vecino también trabajó en la construcción y en la extracción de sal en la etapa dorada de Las Salinas, un oro blanco que fue muy valorado por su calidad, y que sigue obteniendo premios: Gran Medalla de Oro por la Flor de Sal y Medalla de Plata por la sal marina virgen en el último certamen Agrocanarias. Y la espuma de sal se recomienda por los beneficios para la salud. “Ahora la actividad es muy pequeña, depende casi del museo, pero hace años fue una verdadera industria, en la que trabajó mucha gente, y se exportaba mucha sal”, expone Francisco.
Acto seguido, agrega que ahora, cuando sale a pasear, se indigna, siente una mezcla de malestar y nostalgia: “Me da mucha pena ver lo abandonado que está todo el pueblo, chozas antiguas con anchos muros de piedra en ruinas, suciedad, escombros, basura, ramas… Y eso que los vecinos procuramos mantener el entorno habitable”.
El pueblo, rememora, fue un ejemplo por su industria salinera y la actividad pesquera. En verano venía mucha gente a pescar, a pulpear y a mariscar, y en las fiestas se llenaba de parrandas y asaderos que se prolongaban hasta el amanecer bajo un manto estrellado junto al mar. “Para mí era precioso y los niños éramos muy felices, en una etapa en la que no había la tecnología que hay ahora y se disfrutaba con cosas pequeñas, como un día de pesca, compartir comida con amigos o un baile en la playa”, recuerda García. “Éramos ocho hermanos, así que nunca nos aburríamos, había mucha faena en casa, y en el pueblo siempre hubo una cantina o un bar para dar comidas”, asegura. Su familia regenta el restaurante Los Caracolitos, que sigue con la tradición de dar paellas y pescado a los visitantes durante todo el año.
“Aquí compraron terrenos y construyeron casitas gente de Gran Canaria, algunos se casaron con majoreras y se enamoraron de este pueblo. Cada verano se multiplica la población porque regresan para pasar las vacaciones”, detalla este vecino, que explica que algunas casas se están dedicando al alquiler vacacional. “Antes las puertas estaban siempre abiertas, ahora es imposible, aunque todavía es bastante tranquilo y los turistas buscan esto, y disfrutar del clima, del paisaje y de la comida típica”, indican los residentes, que este año recuperan con ilusión sus fiestas en honor a la Virgen del Carmen tras dos años de pandemia.
Francisco García.
Teresa busca fotos y recuerda anécdotas para el pregón, que estará protagonizado por el vecindario. “Lo más bonito de esta fiesta es que se implica todo el pueblo. Durante años abría un autobar abajo, en la playa, pero este año he decidido retirarme para poder disfrutar del programa festivo con la familia y sin ajetreo”, explica Teresa Herrera, que dice que colocaba este bar móvil porque no había chiringuitos.
“Dentro de un ambiente muy familiar, el acto estrella es la función y procesión terrestre y marítima en honor a la Virgen del Carmen que se celebra a marea llena para salir a navegar por la caleta”, resalta Tere sobre una jornada que sirve también de homenaje a los que perdieron la vida en el duro oficio de la pesca: “Tengo 57 años y para mí es la fiesta más bonita, crecí en este pueblo y supone reunirme con mi familia, amigas y vecinas. Es maravilloso compartir el cariño y amor por Las Salinas”. En esta jornada festiva repican las campanas, se lanzan voladores y suenan los vivas a la Virgen del Carmen, con una mezcla de alegría y tristeza recordando el pasado, pero con la emoción de dejar un legado a las futuras generaciones.
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