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Novelar el real absurdo, o cómo un millonario francés se autoproclamó emperador del Sáhara

Jesús Giráldez presenta ‘El emperador del Sáhara’ con Ediciones Remotas, una novela histórica en torno al controvertido personaje de Jacques Lebaudy

María Valerón 0 COMENTARIOS 08/12/2025 - 07:24

Un señor millonario cruza en barco la pequeña franja de mar que separa Canarias de África. Enarbola un trozo de tela de colores, elige un territorio no reivindicado por ninguna potencia colonial y clava allí su estandarte inventado. “Este es mi imperio”, dice, ignorando si es una región poblada o no. “Ahora soy emperador”.

El absurdo se presenta día a día. Lo hace en las formas más cotidianas, cuando en medio de la realidad asoman pequeños inverosímiles inexplicables. El absurdo se presenta, también, protagonista en los libros de historia: episodio tras episodio, el anecdotario histórico arroja una cadena sin fin de acontecimientos ilógicos, inconcebibles, imposibles de aceptar como ciertos de no ser por las pruebas fidedignas que la historia conserva para quien se atreva a investigar.

Si alguien pudiera haberse especializado en estudiar el veraz absurdo ese, sin duda, sería el historiador y escritor Jesús Giráldez Macía, que ha presentado este mes su primera novela: El emperador del Sáhara, un trabajo de narrativa histórica basado en hechos y personajes reales, absurdos y totalmente verosímiles en su irracionalidad.

La novela, publicada con la editorial lanzaroteña Ediciones Remotas, transita alrededor de la biografía del excéntrico multimillonario francés Jacques Lebaudy que, a comienzos del siglo XX, tras el reparto colonial del mundo entre las potencias europeas, se autoproclamó “Emperador del Sáhara”. Lebaudy se apropió, así, de forma unilateral, de toda una región inexplorada hasta la fecha por los estados coloniales y generó, incluso, un conflicto internacional.

A través de un personaje aislado, la novela denuncia el absurdo del discurso colonial

Buscando respetar, al máximo posible, la reproducción veraz de la biografía del personaje y, al tiempo, ofrecer un trabajo literario que guíe y conecte la documentación histórica, el escritor juega a hacer confluir en la obra dos tramas que se entrelazan: por un lado, la reconstrucción literaria de la vida de Jacques Lebaudy, donde los personajes principales y secundarios son, en su mayoría, reales, y los hechos son basados en evidencia histórica; y, de otro lado, una trama que se sumerge completamente en la ficción histórica, en el periodo de la dictadura de Primo de Rivera, con su propio protagonista: Alfredo, un periodista español que descubre la figura del emperador del Sáhara e inicia una investigación en torno al personaje.

Investigación

Jacques Lebaudy llegó a las manos de Jesús Giráldez años atrás. Era apenas un nombre, cuenta, una anécdota, que figuraba como una pequeña curiosidad dentro de una investigación histórica sobre otros acontecimientos del ámbito local: “Se hablaba, sin más comentario, de que esta persona, que era denominado como el emperador del Sáhara, había pasado por Fuerteventura y también por Lanzarote. Apareció en mi vida casualmente”, admite, y explica que necesitó alrededor de cuatro años de investigación para reconstruir la vida de Lebaudy, definir las fronteras del personaje con veracidad y filtrar la información que múltiples portales compartían sobre el excéntrico perfil histórico: “Llevó mucho tiempo porque no solo hubo que recopilar la información, sino también filtrarla, compararla, desechar lo que era inventado (hubo mucha noticia inventada)”, explica el autor, que apunta a las hemerotecas como fuentes primordiales.

“Hay mucha documentación del momento, porque en la época fue una estrella mediática”, señala y apunta al personaje como una figura de poder económico clave, tanto en Francia como en EEUU, lugares en que residió, y, al tiempo, una persona con severos problemas de salud mental que permanentemente lo convertían en foco de interés para las páginas de sociedad del momento por sus extravagantes ocurrencias.

Y es que, cuenta, Lebaudy no se limitó a apropiarse del Sáhara y nombrarse emperador, provocando la atención del Tribunal Internacional de La Haya, sino que continuó su reinado ficticio muchos años después llegando a asumir, incluso, como terreno de su imperio una franja de carretera en Long Island, contratando los servicios de Western Union y dotando a sus trabajadores de caballos a modo de caballería defensiva, para enfrentar la policía en caso de denuncia vecinal.

La prensa canaria, estadounidense y francesa, fuentes principales para la investigación

Y aunque para España, cuenta, pasa “totalmente desapercibido” y hasta la fecha no hay ningún monográfico que aborde esta figura desde la investigación histórica (sí en dos novelas en Francia), no fue un perfil bajo para los periodistas canarios de inicio de siglo: “En 1903, cuando estuvo en Las Palmas de Gran Canaria, hay mucha prensa de Gran Canaria y Tenerife que se hace eco. Obviamente, todos los actos que iba haciendo eran completamente incomprensibles y despiertan interés”, señala.

En la cruzada colonial de Lebaudy, el puerto de Las Palmas era una escala necesaria hacia el Sáhara. La investigación de Jesús Giráldez arroja que el millonario francés llegó a Gran Canaria con una tripulación de quince personas que, sin embargo, no sabían de navegación marina, lo que le obligó a buscar en la Isla nuevos marineros: “Todas esas noticias aparecían luego en la prensa. La tripulación que trajo de Francia se emborrachó en La Isleta la noche antes de salir, no pudieron ni montar; en el Hotel Santa Catalina le robaron cinco mil francos; o diferentes exhortos oficiales que salen publicados, porque dejó deudas a todo el mundo: a sastres, a diferentes servicios. Arma un gran caos”.

Su falta de cordura, que se manifiesta, asegura Giráldez, en muchos otros episodios de su biografía, va ligada, en cambio, a una mente preclara para los negocios y, en el caso de su conquista del territorio saharaui, a un manifiesto conocimiento o asesoramiento respecto a la situación internacional, pues se trataba de uno de las pocas regiones fuera del alcance colonial: “Estuvo en Sudáfrica en la guerra de los boéres porque tenía acciones en una mina de oro, tenía también acciones en minas en Chile, jugaba a la bolsa en Nueva York y en todos los mercados. Según crecía su locura, crecían también sus ingresos”, apunta Giráldez, que señala entre otras singularidades del personaje su constante miedo persecutorio.

“Creía que el hecho de que no aceptaran que él fuera emperador del Sáhara era una conspiración del gobierno francés para impedir que triunfara, pensaba que los servicios secretos franceses lo estaban persiguiendo constantemente, haciéndole la vida imposible. Por eso se escondía: en Nueva York tenía una mansión que se calculaba que tenía sesenta habitaciones, pero, al mismo tiempo, él vivía en hoteles (en ocho hoteles al mismo tiempo); muchos negocios los cerraba en taxi porque no tenía oficina, usaba un paraguas para esconder el rostro y, de hecho, a nuestros días solo ha llegado una fotografía conocida de Jaques Lebaudy, hay un montón de caricaturas pero solo una fotografía”, cuenta, divertido, el historiador.

Lebaudy hizo escala en Canarias para dirigirse a conquistar el Sáhara

Los ingredientes de esta personalidad histórica e histriónica fueron un imán para Giráldez, que apunta a que desde el primer momento entendió el interés literario de Lebaudy: “Él, por supuesto, el personaje. Pero también una serie de ejes transversales través de su historia”, apunta, haciendo referencia a cuestiones como el racismo, la situación de la mujer o el antimilitarismo. Sin embargo, la cuestión principal que sobrevuela toda la novela es la crítica al colonialismo, transparente bajo las capas de realidad novelada: “Europa ya se había repartido todo el continente africano, pero Lebaudy era un individuo. Ese es el único motivo de conflicto: era una persona. Si Lebaudy fuese un país habría tenido derecho a conquistar el Sáhara, a decir: Esto es mío, como los demás estados se creían con derecho a hacer”.

De las muchas caricaturas que Giráldez documentó, hay una especial. Se trata de una ilustración publicitaria del dibujante Eugène Ogé, datada en 1904. En ella, Jacques Lebaudy comparte la mesa con todos los grandes mandatarios del momento: allí están Alfonso XIII aún niño, el presidente de la república francesa Emile Loubet, el papa Pío X tomando licor con un gendarme, incluso el Tío Sam en una esquina. La imagen inmortaliza una verdad inequívoca: a la mesa del poder puede sentarse, con familiaridad y sin complejos, alguien sin ética ni cordura, capaz de subirse a un barco, señalar un territorio y decir: “Ahora me pertenece. Soy emperador de este nuevo reino”. En el absurdo del poder, cualquier parecido con la ficción es, simplemente, realidad.

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