El 'Titanic' de la emigración canaria
La historia más triste es la de la majorera Teresa Chacón, cuyo novio murió en la travesía y ella lo esperó toda la vida con su “corazón de veinte añitos”
La tragedia del vapor Valbanera, de la que se cumplen cien años este 2019, ha servido a los descendientes del pasaje y a la asociación cultural Salsipuedes de Arucas (Gran Canaria) para homenajear a los emigrantes canarios. El barco embarrancó en los bajos de San Agustín en Florida el 10 de septiembre de 1919, a escasos doce metros de la superficie y se cobró la vida de 488 personas, la inmensa mayoría isleños que partían a la entonces próspera Cuba, en busca de una vida mejor.
El barco salió de Barcelona el 10 de agosto y realizó escalas en Valencia, Málaga, Cádiz, Gran Canaria, Tenerife, San Juan de Puerto Rico y Santiago de Cuba. La ruta habitual continuaba tras La Habana a los puertos de Galveston y Nueva Orleans. La cifra de víctimas pudo haber sido mucho mayor, ya que días antes descendieron en la escala de Santiago de Cuba 742 personas, además de multitud de polizones, cuando solo estaba previsto que bajaran 200.
“Algunas se adelantaron por el cansancio del viaje, realizado en unas condiciones pésimas, y otras por puro analfabetismo, pensando, al oír ‘Cuba’, que habían llegado a La Habana, que era su destino”, explica el capitán mercante Julio González Padrón, miembro del colectivo que lucha por que se homenajee a los fallecidos. No saber leer ni escribir salvó la vida a algunos de los pasajeros, que protagonizaron historias casi literarias.
El marido de una de las mujeres que se bajó en Santiago la lloró durante veinte días, “de cantina en cantina”, hasta que recibió un telegrama anunciándole que su mujer estaba viva. “Esta señora es la abuela de mi esposa”, comenta Juan Miguel Sánchez de Armas, coautor del libro Valbanera, Réquiem por un naufragio (Mario Luis López Isla, 2014).
Hubo casos de familias enteras que perecieron en el accidente, incluyendo a un bebé nacido en la travesía, y otras más amables, como los terorenses que perdieron el barco en Santiago en la escala del 8 de septiembre porque fueron a celebrar a la patrona, la Virgen del Pino, que coincide con la de Cuba, la Caridad del Cobre. Sin embargo, la historia más triste es la de la majorera Teresa Chacón, cuyo novio partió a Gran Canaria para coger el barco, prometiendo ‘reclamarla’ (casarse por poderes), una vez llegara a América.
El muchacho se presentó en el muelle, pero se quedó fuera por las nuevas normas de seguridad dictadas tras los brotes de gripe española y al haber detectado el anterior capitán del barco exceso de pasaje. El chico, desesperado, acudió llorando al consignatario, Armando Borges, que, apiadándose de sus ruegos y viendo que se truncaba su futuro, le consiguió colar en el cupo de diez pasajes sin nombre que se reservaban para los quintos.
El joven, emocionado, subió al barco, pero en su precipitación se dejó en el despacho del consignatario una carta de amor escrita por Teresa. “No te preocupes. Yo te esperaré porque contigo van los veinte añitos que tiene mi corazón hasta que me reclames” decía la misiva. Tras conocer el accidente, “don Armando sintió remordimientos toda su vida, pensando que él había provocado que el chico perdiera la vida”, cuenta el capitán González Padrón.
Aquello marcó de tal forma al consignatario, que en 1960 se presentó en Fuerteventura para hablar con la novia del chico. “Encontró a una mujer muy bella, blanca, rubia, muy alegre y simpática, que transmitía paz. Esperaba reproches por su parte, pero recibió esta respuesta: mi corazón, que tiene veinte añitos, lo esperará hasta que me reclame desde el cielo”.
Los impulsores de la iniciativa para conmemorar el centenario subrayan que los cuerpos de los pasajeros siguen en la zona de arenas movedizas donde encallaron
Los dos representantes de la iniciativa para recuperar la memoria de esta odiosea no comparten la denominación de El Titanic canario. “En el Valbanera no iban millonarios, baste decir que había primera, segunda, tercera clase y otra categoría todavía inferior, llamada clase emigrante. Aquellos no eran ricos, habían vendido todo lo que tenían para pagar las cagadas sesenta pesetas del billete de cuarta. Viajaban hacinados, conviviendo con vómitos todo un mes”, aseguran. González y Sánchez de Armas destacan “la valentía de aquellos jóvenes canarios que, excepto por el color de la piel, son exactamente iguales a los inmigrantes que llegan en patera a nuestra tierra en busca de un futuro”. “Si nosotros vivimos ahora bien es, en parte, por el trabajo y la decisión de aquellos intrépidos antepasados”, subrayan.
Este es el motivo por el que se ha confeccionado un calendario de actos en las ocho islas, a fin de recaudar fondos para erigir una escultura en memoria de las víctimas y reconocerlas, bautizando también calles con el nombre del barco. Uno de los proyectos ya realizados, que se ha convertido en símbolo del colectivo, “y que significa rescatar este episodio histórico nombrado, pero no del todo divulgado” son las representaciones escénicas que lleva a cabo el grupo de teatro Salsipuedes, rememorando el trágico acontecimiento.
También se está organizando un crucero a La Habana, realizando el mismo trayecto que el Valbanera y culminando en La Habana, donde se proyecta erigir una escultura conmemorativa del artista insular Luis Arencibia. Varias entidades se han implicado en esta efemérides, como la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Gran Canaria o la Real Liga Naval Española, además de numerosas instituciones locales.
El capitán de la Marina Mercante Julio González Padrón ha estudiado las cuestiones técnicas que, en su autorizada opinión, podrían haber motivado el varado del vapor y que no coinciden con la versión que ha trascendido, que responsabiliza al capitán de la nave, por lo que se deduce que el accidente pudo haberse evitado. González asegura que Ramón Martín Cordero era joven, tenía 34 años, pero avezado, como hijo de marinos gaditanos. “Hijo de gato caza ratones”, asegura.
Cordero sustituía al anterior capitán que había llegado a puerto con catorce muertos a bordo por la gripe española, por lo que impuso topes de pasaje, “haciendo honor al uniforme”. El barco, de la naviera Pinillos, Izquierdo y Compañía era una proeza para la época. Fue construido en Escocia y contaba con 122 metros de eslora, 14,6 de manga y 6,5 de calado. Tenía registradas 5.099 toneladas brutas, un desplazamiento de 12.500 toneladas y una velocidad de 12 nudos, gracias a la planta propulsora con dos máquinas alternativas de triple expansión de 444 caballos nominales de fuerza montadas en dos ejes. La fatalidad se cernió sobre el Valbanera, cuando se formó un ciclón que obligó a cerrar el puerto de La Habana.
A pesar de los desesperados llamados por código morse pidiendo un práctico, los vigías de Castillo del Morro lo denegaron por el estado de la mar, lo que obligó a la embarcación a resistir mar adentro. El capitán González considera que la pericia de Cordero habría podido evitar el huracán, “haciendo la llamada maniobra de estrella, conocida como de escape en el argot bélico”, explicó.
Sin embargo, la embarcación pareció no poder luchar contra la fuerza del viento y “de forma incomprensible” se fue encima del ciclón. González sostiene que esta extraña maniobra se explica porque el vapor “quedó a la deriva por un cero, es decir, un apagón de energía que dejó el barco sin gobierno, a la deriva, y por ello fue arrastrado”. Refrenda su tesis que no se registrara ni una señal de SOS por radio.
El barco salió de Barcelona el 10 de agosto y realizó escalas en Valencia, Málaga, Cádiz, Gran Canaria, Tenerife, San Juan de Puerto Rico y Santiago de Cuba. La ruta habitual continuaba tras La Habana a los puertos de Galveston y Nueva Orleans
Los impulsores de la iniciativa para conmemorar el centenario subrayan que los cuerpos de los pasajeros siguen en la zona de arenas movedizas donde encallaron. “Tuvieron una muerte horrible, no les dio tiempo a salir” y denuncian que nunca se rescataran los cadáveres. “Esa es la prueba definitiva de que no era el Titanic, de que nadie iba a pagar por rescatar a estos pobres desgraciados, tras un primer intento al año siguiente que no resultó rentable”, indica González.
Sí ha habido expediciones al pecio de submarinistas, como la realizada en los años 60 por un equipo estadounidense. “El jefe de la expedición pudo colarse en un camarote y vio el esqueleto de un bebé envuelto en sus ropajes, flotando. Aquello le impactó de tal manera que aseguró que nunca volvería porque pensó que los muertos le pedían respeto”, contó.
Cien años después de la tragedia, aún corren leyendas sobre la fatalidad que se cernía sobre el barco. Una descendiente de la familia propietaria de la naviera, Carmen Padilla, justificó la desgracia por una superstición marinera. Al parecer, el nombre del barco tiene una errata, ya que la intención primera fue bautizarlo con el nombre de la patrona de La Rioja, la Virgen de Valvanera. La ‘b’ errónea, pulida en bronce, fue rescatada en una de las expediciones.
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