El Sáhara español, el fin de una época dorada para los majoreros
Cuatro migrados rememoran la evacuación de El Aaiún tras la llegada del ejército marroquí
Hubo un tiempo en el que las despensas de las casas de Fuerteventura se llenaban con el dinero que llegaba del Sáhara. Hubo una época en la que la Isla era lugar de partida y centenares de sus gentes migraban a la llamada provincia 53 española, en busca de oportunidades. Y así fue hasta que en 1975 España dejó el territorio y Marruecos invadió la zona empujando a los saharauis al éxodo. Mientras el NO-DO retransmitía las imágenes de los marroquíes alzando su bandera sobre tierra saharaui, los majoreros despertaban del sueño de prosperidad que habían iniciado décadas atrás.
El censo poblacional del Sáhara de 1967 cifra en 9.395 el número de personas nacidas en Europa, de las que el 35 por ciento (3.317) había nacido en Canarias. Beatriz Andreu, en el artículo La colonia canaria en El Sáhara Occidental. De sus orígenes a la descolonización, apunta que fueron los canarios de las islas orientales quienes, por su proximidad, “contribuyeron en mayor medida a engrosar el censo local”.
La historia de Fuerteventura tiene episodios de hambruna y fotografías en blanco y negro en las que aparecen barcos partiendo del puerto con gente a bordo en busca de un futuro que no lograban hallar en la Isla. Hasta los años 60 del pasado siglo se vivía de la agricultura y la ganadería. La lluvia calmaba el hambre y para retenerla se había creado una ingeniería hidráulica con gavias, nateros y presas; se perforaban pozos; se levantaban molinos y se buscaban bestias que tiraran por las norias, pero aun así el agua tardaba en llegar. Cuando el majorero se cansaba de mirar al cielo, salía en busca de oportunidades. Al otro lado, el Sáhara español les esperaba.
Tal vez el padre de Rita Díaz se cansó de mirar al cielo y eso fue lo que le empujó a irse a apenas cien kilómetros de Fuerteventura en busca de oportunidades. “Mi padre y algunos de los hermanos se marcharon en 1965. El resto de la familia en 1966. Fueron a trabajar al Sáhara porque en la Isla lo único que había era agricultura, ganadería y pesca, pero si los años eran ruines y no llovía, la agricultura se daba mal”, cuenta su hija.
El Sáhara estaba muy cerca y ofrecía trabajo. La investigadora Beatriz Abreu explica en su artículo cómo el Sáhara fue un reclamo para numerosos canarios que “establecieron allí empresas o comercios y que marcharon como comerciantes, representantes, empleados de empresas españolas y extranjeras, albañiles, transportistas, dependientes, pescadores...”.
El padre de Rita trabajó en Cubiertas y Tejados, una empresa que se dedicaba a la construcción de infraestructuras y algunos de sus hermanos en Fosbucráa. En 1963 se había descubierto el yacimiento de fosfato de Bucráa y la Empresa Nacional Minera del Sahara (Enminsa) tomó el relevo de la Empresa Nacional Adaro de Investigaciones Mineras (Enadimsa), promoviendo la gran empresa que, ya en los 70, sería Fosbucráa. Esta empresa estatal atrajo a mucha población canaria a trabajar a las minas porque, apunta Andreu, “pagaba salarios tres y cuatro veces mayores que un sueldo normal y, además, ofrecía el alquiler, ponía casa e, incluso, traía a los trabajadores los fines de semana a Canarias”.
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Rita Díaz.
“Desde el Sáhara contribuíamos al desarrollo de Fuerteventura”, subraya Rita
“Hubo un tiempo en el que la mayoría de los hombres majoreros estaban en el Sáhara. En mi calle, la Fernández Valverde, prácticamente todos eran de Fuerteventura. Fuimos inmigrantes y eso no hay que olvidarlo. Desde el Sáhara contribuíamos al desarrollo de Fuerteventura”, subraya Rita.
La majorera estudió en el Instituto General Alonso. Fraguó una fuerte amistad con sus compañeros de pupitre, entre los que había numerosos saharauis. “Solo nos separaban cuando había clases de religión. Nosotros a la Biblia y ellos al Corán”, recuerda. La relación, insiste, “fue siempre buena. Hicimos buenas amistades, que perduraron. Si hacían una boda, nos invitaban; compartíamos té y paseos por El Aaiún”.
Para los saharauis
Mientras Rita y el resto de los majoreros hacían vida en las calles del Sáhara, las presiones internacionales no paraban de llegar a los despachos de Madrid para que se permitiera a los saharauis decidir su futuro. Carrero Blanco organizó una manifestación/fiesta con fines propagandísticos para el 17 de junio de 1970 y pidió a los españoles-saharauis en El Aaiún que se manifestaran en la plaza de África, frente al Gobierno General, reivindicando la unión y hermanamiento entre el Sáhara Occidental y España.
Unos 200 saharauis salieron a manifestarse en la explanada de Jatarrambla, en el barrio de Zemla, en contra del colonialismo español con carteles en los que se podía leer: “El Sáhara para los saharauis”. A mediodía, el número ascendía a un total de 3.000 nacionalistas saharauis en una gigante manifestación que rechazaba el colonialismo español. El conocido como Levantamiento de Zemla terminó con varios heridos a manos de la Policía Territorial y algunos muertos, aunque la cifra oficial nunca se llegó a saber.
Rita recuerda “perfectamente” lo ocurrido. “Estábamos en el instituto. Vino mucha gente de las tribus del interior. Hubo disparos”, cuenta. Ese año, muchas familias de canarios, que en verano no salían de El Aaiún, se volvieron a las Islas hasta que se tranquilizó, de nuevo, la zona.
En 1973 se creó el Frente Polisario. La presión de las Naciones Unidas, Marruecos y el Polisario actuaron de germen para que se produjera el estallido del conflicto del Sáhara español. En 1974, España anunció un referéndum de autodeterminación para el primer trimestre de 1975. El 16 de octubre de 1975, el Tribunal de La Haya dictaminó que no existían lazos de soberanía entre el Sáhara y Marruecos. Ocho días después, comenzaron las negociaciones para la entrega del Sáhara a Marruecos que llevaron a los Acuerdos Tripartitos de Madrid, firmados el 14 de noviembre, que determinaron la entrega de la administración del Sáhara a Marruecos y Mauritania. El 2 de noviembre, el príncipe Juan Carlos, jefe del Estado en funciones, visitó la zona y cuatro días más tarde comenzó la Marcha Verde.
“Mi familia vivió la salida con mucha pena. En El Aaiún, la gente tenía trabajo. Me dolió mucho tener que abandonar el Sáhara, pero, sobre todo, que los compañeros saharauis también se tuvieran que ir. Vi a muchos estudiantes irse a la Península o a Cuba a estudiar y a otros decir que sus familias se habían quedado en El Aaiún y ellos se habían tenido que ir a Tinduf”, expresa. Fue duro, sigue relatando, “ver cómo desaparecía aquella gente con la que vivías y convivías. Fue una ruptura. De repente, tu mundo se rompe y a tus amigos y vecinos no los vuelves a ver en la vida”.
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Juambi Cabrera.
Juambi: “Había un ambiente prebélico. Sabíamos que algo iba a pasar”
Para Juambi Cabrera también supuso una ruptura tener que dejar atrás el Sáhara. Había llegado de la mano de su madre poco antes de cumplir los tres años. Era 1963. Su padre se había ido antes, en 1956, porque no había trabajo en el campo majorero. Vivía en la Colomina Vieja, donde la mitad de la población era saharaui y la otra mitad canaria, básicamente grancanarios y majoreros. La mayoría de sus amigos, cuenta, “eran saharauis. Jugábamos juntos, hacíamos los deberes juntos...”.
Poco a poco, el discurso anticolonialista empezó a recorrer las calles de El Aaiún. Sus amigos empezaron a repetir proclamas a favor de la descolonización y Juambi se dejó llevar por ellas. En el libro de griego, con grafía en hassanía, apuntó cómo se pronunciaban los cuatro primeros versos del himno del Frente Polisario. Poco a poco, empezaron a aparecer legionarios que controlaban la entrada, salida y los corredores del instituto. No ha olvidado las clases en los pasillos “con militares con fusiles”. Cada vez que los saharauis decían que no subían a clase y hacían una sentada protesta, “todos nos quedábamos fuera. Había un ambiente prebélico. Sabíamos que algo iba a pasar, sobre todo los que vivíamos en el barrio saharaui”.
A principios de 1975, cercaron el barrio con alambre de espino y pusieron militares de guardia. “Teníamos una chapita, una especie de distintivo, para poder salir y entrar”, recuerda. En mayo cerraron el instituto. Dieron aprobado general y comenzó la Operación Golondrina, ideada por los militares españoles para la evacuación del Sáhara. Juambi y su familia se subieron a un barco rumbo al muelle de Las Palmas. Fue un sentimiento “agridulce” porque, explica, por un lado, volvían a Fuerteventura, pero por otra parte sentían “pena” sabiendo que no iban a volver, “dejando atrás a amigos y vecinos”.
Años después, se fue a estudiar Magisterio a Gran Canaria. Allí, contactó con la Asociación de Ayuda al Pueblo Saharaui. Más tarde, visitó los campamentos de refugiados de Tinduf, en el desierto de Argelia, donde se encontró con compañeros de escuela: “Vi las condiciones en las que estaban y su batalla. Algo pasó por mi cabeza que hizo que me enganchara de nuevo a la lucha por la dignidad de un pueblo que es capaz de montar un Estado en el desierto, en unas condiciones penosas y donde la educación, la sanidad y los servicios sociales son lo más importante”.
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Luis González.
Luis González: “El Aaiún había sido la válvula de escape para nosotros”
Desde Gran Canaria, donde estudiaba, Luis González seguía con atención las noticias que llegaban del Sáhara. Por ellas, se enteró del secuestro del majorero Antonio Martín a manos del Polisario; de los encontronazos entre el Frente y los pescadores canarios por los recursos pesqueros del Sáhara y de otras noticias que retrataban el descontento de los saharauis con el colonizador. Años atrás, en 1965 y con 10 años, se había ido con su familia a El Aaiún. Se instalaron en el barrio del Cementerio y más tarde en Colominas. Tras terminar los estudios, se vino a Canarias para empezar la Universidad, pero siguió volviendo al Sáhara cada vez que tenía vacaciones hasta que su familia tuvo que regresar.
Allá, su padre trabajó en la construcción y más tarde de conserje del Parador de Turismo de El Aaiún hasta la evacuación. “Mis padres no querían venirse. El Aaiún había sido la válvula de escape para nosotros y para otras muchas familias de Fuerteventura. Teníamos nuestra casa y un coche. Unos lujos, porque allí se ganaba dinero”, reconoce Luis, medio siglo después. La evacuación, continúa explicando, “supuso el fin de una época dorada para muchas familias majoreras. Ahorraban y, desde allí, mandaban su dinero a los familiares que estaban en la Isla. Muchos construyeron en Fuerteventura estando aún en el Sáhara gracias a los ahorros”.
Siempre dijo que no volvería a El Aaiún, pero al final fue. Se acercó a su antigua casa del barrio de Colominas, pero en su lugar se encontró un parque. “Quedan algunos vestigios de la etapa española, pero están intentando eliminarlos a marchas forzadas, creando en los suburbios grandes residencias, escuelas e, incluso, hay una universidad. En aquella época, no llegábamos a 50.000 personas y ahora hay más de 400.000”, asegura.
“Felipe González decía que nunca dejaría en la estacada al pueblo saharaui y, desde ese momento, empezó el calvario para ese pueblo, porque jamás hicieron nada, ni él ni Zapatero ni Pedro Sánchez... Ninguno ha vuelto a hacer nada por hacer cumplir los acuerdos de la ONU para la autodeterminación”, denuncia y, mientras tanto, la gente sigue en los campamentos “sin poder imaginar un futuro que les permita volver”.
Antonio Camejo siempre dijo que no regresaría al Sáhara hasta que volviera a ser de los saharauis. La promesa la mantuvo hasta su muerte. Su hija Pino también se hizo ese juramento. Antonio fue uno de los majoreros que, a principios de los 60, se marchó a probar suerte. Fue de avanzadilla junto a sus hijos mayores hasta que logró asentarse y llevarse al resto de la familia. Ya en El Aaiún su mujer, Estebana Hernández, se quedó embarazada. El parto vino con complicaciones y la niña, a la que pusieron Pino de nombre, acabó naciendo en la clínica del Pino, en Gran Canaria. En cuanto el bebé estuvo bien, regresaron.
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Pino Camejo.
“Embalamos lo que cabía en cajas y maletas, pero lo demás se quedó allí”, cuenta Pino
Los primeros recuerdos que tiene Pino de su infancia son en el Sáhara. Allí estuvo su primer colegio; su primera visita a un zoológico y los primeros baños en la playa. Descubrió cómo era la vida en el zoco y cómo sonaban las palabras del muecín llamando a la oración. Pino vivió la salida del Sáhara con los ojos de una niña de siete años. Un día se despertó escuchando que había toque de queda, que el colegio cerraba sus puertas y que no podían salir a la calle a partir de una hora.
Otro día vio llegar a su padre con unas cajas diciendo “nos vamos”. “Embalamos lo que cabía en cajas y maletas, pero todo lo demás se quedó allí. Al principio, pensaba que sería por un tiempo, igual que pasaba cuando nos veníamos a Fuerteventura de vacaciones en verano, pero luego me di cuenta de que era definitivo”.
Un día las cartas que sus hermanas recibían de amigas saharauis dejaron de llegar. También se fue enterando de que algunos de sus amigos habían muerto mientras luchaban con el Polisario. “Mis hermanos y yo hemos crecido sabiendo que el Sáhara era de los saharauis y que España los vendió”, dice. Su padre hablaba hassanía. “Quería mucho al pueblo saharaui y decía que eran muy honestos. Reconocía el derecho fundamental del pueblo saharaui como legítimos pobladores”, cuenta su hija.
Pino lleva un anillo en la mano que se trajo de una visita a los campamentos de Tinduf en el que aparece la bandera saharaui. Durante la época que vivió en Tenerife, se acercó a las asociaciones que apoyan la causa. Desde allí vivió con ilusión el alto el fuego entre Marruecos y el Polisario y la creación de la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental (MINURSO). Estuvimos, asegura, “muy ilusionados con el referéndum que se anunció, pero que nunca llegó. Pensábamos que se les iban a dar los derechos que se merece el pueblo saharaui”.
Pero el referéndum sigue sin llegar 34 años después y España continúa olvidando al pueblo saharaui. “Tanto los saharauis como los que nos fuimos pensamos que el ejército español iba a luchar por la provincia 53, pero les dieron una patada. Es vergonzoso el papel que ha jugado España. Ha tenido años para remediarlo, pero no ha solucionado la deuda moral e histórica que tiene con ellos”, dice. Cada vez que hay un encuentro, manifestación o charla sobre el Sáhara, Pino acude. Hay cosas, reconoce, que puede dejar de lado, “pero nunca el tema del pueblo saharaui”.

















Comentarios
1 Pilar Vie, 14/11/2025 - 11:00
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