En Fuerteventura parece que entramos de lleno en la versión insular de “Black Mirror”. No hay otra explicación para que el proyecto de la línea marítima Puerto del Rosario–Tarfaya, aquel experimento tan fugaz como un espejismo en agosto, regrese con la solemnidad de quien trae una gran idea nueva… a pesar de haber encallado y haberse retirado por falta total de rentabilidad.

Pero en política la memoria es selectiva, y el optimismo, infinito. Nada fracasa para siempre si quedan cargos públicos dispuestos a intentarlo otra vez con los mismos argumentos y los mismos promotores.

Dreamland 2.0: el viaje continúa hacia Tarfaya

Los empresarios que ya intentaron convertir las dunas de Corralejo en su particular parque temático cinematográfico —Dreamland, aquel monumento a la desconexión con la realidad— han decidido que esta es su oportunidad para renacer, cual ave Fénix, en suelo marroquí.

Parece que cuando un proyecto no cuaja aquí, la solución mágica es exportarlo, moverlo unos cuantos kilómetros y pintarlo de “cooperación transfronteriza”. Si no funcionó la macroespeculación al borde de un espacio protegido, quizá funcione en Tarfaya con una línea marítima sin garantías, sin estudios sólidos y sin rentabilidad acreditada. Ilusión empresarial nunca falta.

Los informes técnicos: los aguafiestas de siempre

Por si alguien necesitaba un recordatorio de realidad, el Gobierno de Canarias —siempre tan empeñado en la racionalidad— ha emitido dos informes que señalan con precisión quirúrgica que reabrir esta ruta es no idóneo, arriesgado y técnicamente desaconsejado.

Que existe un riesgo real de introducir enfermedades y plagas capaces de devastar el sector primario majorero, y de afectar a la flora y fauna que aún sobreviven a pesar de décadas de presiones.

Pero ¿qué son dos informes técnicos frente al entusiasmo de quienes siempre están dispuestos a sacrificar el territorio por una foto o un titular? Nada que no pueda ignorarse con determinación.

Lola García: presidenta del Cabildo y embajadora del absurdo

En medio de todo esto, destaca la figura de Lola García, la presidenta del Cabildo de Fuerteventura, que ha asumido la defensa del proyecto con un fervor digno de un musical de Broadway.

Su compromiso es admirable: donde los especialistas ven peligro, ella ve oportunidad; donde la experiencia muestra fracaso, ella ve “potencial”; donde los datos alertan de riesgos para el sector primario, ella detecta… optimismo institucional.

Es fascinante comprobar cómo la máxima representante de la isla logra transformar una iniciativa técnicamente inviable en un acto de fe política. Fuerteventura se enfrenta así al peligro inusual de que el Cabildo, en vez de proteger el territorio, se convierta en promotor entusiasta de decisiones que solo se sostienen si uno cierra los ojos muy fuerte y desea que la realidad sea otra.

Los agricultores y ganaderos, por supuesto, deben estar encantados de ver cómo su futuro queda supeditado a un proyecto con la solidez económica de un castillo de arena en marea alta.

¿Qué modelo de isla queremos?

La insistencia en reabrir la línea Puerto del Rosario–Tarfaya no busca progreso, sino repetir viejos errores con envoltorio nuevo.

Detrás de esa obsesión hay intereses empresariales muy concretos, una narrativa política cada vez más desconectada del territorio y un preocupante desprecio por los análisis técnicos que deberían guiar cualquier decisión pública de calado.

Lo que está en juego no es una línea marítima: es la dignidad de una isla cansada de servir como laboratorio improvisado de proyectos fallidos. Es la sostenibilidad real frente al espejismo de lo “estratégico”. Es elegir entre proteger el territorio o regalarlo al mejor postor disfrazado de visionario.

Fuerteventura merece algo mejor que este reciclaje infinito de disparates.

* Secretario de SOS Fuerteventura