“Al acercarnos a un paisaje buscamos solo la foto, más que la experiencia”
César-Javier Palacios, periodista ambiental y geógrafo
“Es posible que Instagram y los móviles hayan modificado nuestra visión más humana y tradicional de la naturaleza”, escribe César-Javier Palacios en la introducción de Cata de paisajes por España, que recientemente ha publicado la editorial Anaya. Un recorrido con los cinco sentidos por una selección de lugares impresionantes, con paradas obligatorias en las Islas.
-Ha elegido 43 paisajes distribuidos por toda la geografía española. ¿Por qué estos precisamente? ¿Cómo ha sido el proceso de selección?
-Estaba haciendo un programa en Radio Nacional, con ese enfoque, cada semana. Tenía mucho para elegir, aunque al pensar en la selección para el libro quise que no fueran lugares por descubrir, porque una vez que los das a conocer dejan de ser desconocidos y un exceso de visitantes sería claramente perjudicial. Es decir, el criterio ha sido elegir entre parajes que ya son conocidos o espacios naturales protegidos, que deben tener planes que incluyan aspectos como la gestión de las visitas y un control. El objetivo del libro no se trata tanto de sorprender, sino de realizar una selección lo más interesante posible. En resumen, el libro no es una guía al uso sino que está concebida más como un manual, en el que se reflejen espacios sobre los que se va aprendiendo el método de viajar despacio. En ocasiones, hay paisajes que descubrimos y que nos impactan, incluso en lugares cercanos, que nos sorprenden porque despiertan otras sensaciones y nos enriquecen la experiencia.
-El libro está lleno de paisajes espectaculares, desde bosques a acantilados, abundan los entornos de los ríos y hay ejemplos de montañas, pero también espacios áridos de Fuerteventura y Lanzarote.
-Tenía claro que no quería discriminar a unos ecosistemas frente a otros. A veces te inclinas por los bosques y te olvidas de los desiertos. Yo defiendo que los desiertos son lugares maravillosos, con la misma o más biodiversidad que tiene un bosque. El libro también incluye páramos de Castilla, zonas de costa, alta montaña. El objetivo era que fuera lo más diverso posible, para retratar también la biodiversidad que tenemos, que es brutal. España es uno de los países con mayor diversidad paisajística que hay, no solo en Europa sino en el mundo.
“Si de los cinco sentidos usamos uno, vamos contra nuestra propia naturaleza”
-En el libro reflexiona acerca de que somos víctimas de la época actual, con el protagonismo que tienen las redes sociales y cómo ese cambio social ha afectado al viajero con el paisaje que está conociendo por primera vez. También destaca la desconexión que existe entre el mundo urbano y el ámbito rural. Todos estos factores, ¿cómo afectan, desde su punto de vista, a la lectura que hacemos de los paisajes que visitamos?
-Afecta, sobre todo, a la superficialidad con la que nos acercamos a los sitios. Esas prisas nunca son buenas y, al final, estamos buscando solo la foto, más que la experiencia. Y cuando buscas la foto lo más terrible es que ese monumento, ese paisaje, se convierte en un photocall de ti mismo. Eso es lo más perverso de este modelo de turismo que tenemos, que es justo todo lo contrario a como nació la industria de los viajes. Antes, el turismo se concebía como un gran tour, para el que la gente estaba varios años preparándose y luego se pasaba temporadas largas de viaje, conociendo en profundidad los destinos. Hemos pasado de eso a consumir rápidamente sitios bonitos. Siempre pongo el ejemplo del Gran Cañón del Colorado, el espacio natural más visitado el mundo que, sin embargo, es al que menos tiempo dedica la gente. La visita media son apenas 20 minutos, y eso que puedes tardar más de seis horas en llegar. Pasas más tiempo eligiendo la camiseta y la gorra de recuerdo que visitando el espacio. Este libro es una reflexión también de cómo funciona el turismo en Canarias, porque precisamente, si algo tiene el Archipiélago, son sus paisajes tranquilos, que se prestan a la relajación. Sin embargo, parece que en los últimos años, especialmente tras la pandemia, ese relax en el entorno rural se ha acabado y lo utilizamos para hacer mil cosas sin pensar en su conservación.
“Abrimos el turismo a escala global para espacios que son limitados”
-En ‘Cata de paisajes por España’ plantea un modo de acercarse a lugares emblemáticos más allá de la vista y sugiere cómo utilizar todos los sentidos, como el olfato y el oído, y especialmente el gusto, con recomendaciones gastronómicas. Frente a la actual cultura de la rapidez, ¿qué papel juegan esas otras experiencias sensoriales cuando uno visita un paisaje como puede ser Tindaya, en Fuerteventura?
-Es fundamental que demos salida a nuestros sentidos y sentimientos. Dos cosas que, por cierto, tenemos bastante atrofiadas. Hace mucho tiempo que no nos olemos, no nos tocamos, que no nos escuchamos. En este mundo en el que parece que todo se hace con prisa también nos hemos lanzado a la comida rápida. No somos capaces de esperar media hora a que se haga un puchero. Esto afecta mucho a nuestra salud mental. Si de los cinco sentidos solo utilizamos uno, que es la vista, y además, de manera muy acelerada, estamos yendo en contra de nuestra propia naturaleza, que es mucho más contemplativa. En nuestra época de cazadores-recolectores se tenía en cuenta la seguridad. Estabas más tranquilo cuando te tomabas tu tiempo para asegurarte de que no había peligro alrededor. Sin embargo, cuando haces las cosas muy deprisa los peligros pueden venir de cualquier sitio... Es fundamental volver a recuperar la tranquilidad en las visitas. Cuando llega la primavera a Fuerteventura y todo se llena de flores, en seguida nos lanzamos a hacer fotos de esos paisajes floridos, pero pocos se dedican a olerlas o tumbarse sobre ellas y sentir ese tacto de las plantas mientras escuchas el sonido de los pájaros y los insectos. Parece mentira que en un desierto, de repente, haya tantos insectos revoloteando... Pues ese sonido enriquece mucho la experiencia.
-Hay una voz de alerta en el libro con respecto a Fuerteventura que creo que es extensible a todas las Islas: nos seguimos vanagloriando de cifras récord de visitantes, de más ingresos y rentabilidad, pero no se está reflexionando acerca del impacto del turismo en el paisaje. Ni siquiera acerca del bajo lugar que ocupa entre las motivaciones para venir de vacaciones. ¿No es un contrasentido?
-En una encuesta de la Consejería de Turismo para identificar el perfil del turista que visita Fuerteventura, el paisaje ocupa un modesto octavo puesto. Sinceramente, esperaba lo contrario. Pensé que venían atraídos por el paisaje, aunque luego no saliesen del hotel, pero resulta que no es así. Otra reflexión que tendríamos que hacernos es cuál es el límite de todas estas campañas de promoción que hacemos. Cuando vendes a través de una campaña el mensaje “ven a Fuerteventura”, ¿dónde está el límite de las personas que pueden venir a la Isla? Sin embargo, el territorio sí que tiene un límite. Estamos abriendo el turismo a escala global para espacios que son limitados. No tiene mucho sentido, porque podríamos morir de éxito.
“En Fuerteventura o Lanzarote no hay gestión alguna de los espacios naturales”
-Hablemos de los riesgos a los que se enfrentan los paisajes. Por ejemplo, respecto a Tindaya menciona “los colmillos corruptos” que la han acechado, y que a día hoy, siendo uno de los lugares con más figuras de protección carece de la preservación adecuada.
-Sobre todo en las islas no capitalinas, la gestión de los espacios naturales es cero. En Fuerteventura o Lanzarote no hay gestión alguna, no hay vigilantes medioambientales suficientes y no hay ningún tipo de control. Son espacios tan grandes que es muy difícil ponerle puertas al campo. Lo que ocurría antes era que los turistas se quedaban en el hotel y básicamente iban a la playa. En cambio ahora, con las redes sociales, todo el mundo quiere ir a buscar esa foto que ha visto en Instagram. También se está viendo más a las Islas como un circuito deportivo al aire libre que como un espacio natural y eso está provocando una degradación como no la habían sufrido en toda la historia del ser humano. Los gestores hacen poco o nada. Y, aunque se pudieran poner vigilantes en un número elevado, no darían abasto. Fuerteventura recibe tres millones de turistas al año, ¿cómo vas a hacer para controlar eso con 30 personas? Aquí entra en juego la concienciación de los turistas, pero las redes sociales los están maleducando. Cosas que nunca harías en tu entorno más cercano, de pronto crees que es obligatorio hacerlas en Canarias: te tienes que colgar de los árboles, tirarte por los barrancos, dormir en un volcán, hacer una fiesta rave en un parque arqueológico... No hay nadie que piense que está en un espacio protegido y muy frágil. Todos los responsables de espacios naturales en las Islas están tremendamente preocupados, porque no tienen capacidad para poder evitar la degradación que está provocando todas estas visitas descontroladas.
César-Javier Palacios ha incluido en ‘Cata de paisajes por España’ tres espacios de las islas orientales: la “montaña mágica” de Tindaya, el “desierto florido” del Risco de Famara y El Jable y la “octava maravilla” de La Graciosa. Del primer paisaje, “catedral de los antiguos canarios”, como una “gigantesca pirámide egipcia que gobierna el desierto majorero”, resalta que aunque no está permitida la ascensión, la falta de vigilancia provoca que no pare de subir gente “todos los días, ajena al daño que se puede hacer al espacio”. Recomienda para la vista la montaña asomando sobre el llano al atardecer y, para el oído, aconseja regalarse el sonido de la hubara cantando a la luna llena.
Del Risco de Famara y El Jable subraya que, “aparentemente es una tierra estéril, árida y salina, sin vida”. En cambio, cuando llueve, “todo este desierto se convierte en un extenso jardín florido”. Para el gusto, recomienda un potaje de lentejas con millo, papas y calabaza. Del paisaje de La Graciosa dice que “suena a viento y a mar”, los sonidos “más unidos a la tranquilidad del lugar, los más ansiados, los más recordados”. Para el paladar, aconseja morena frita y escaldón de pescado con cebolla. Una elección inigualable.
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